2012-09-21

Homilía de Raúl Vera, Bord_120909, con #yosoy132

Hacer oír y hacer hablar a toda persona
para que se incluya en el proceso de construcción que México necesita

Homilía de Fray Raúl Vera, O.P., Obispo de Saltillo
Saltillo, Coah., 9 de septiembre del 2012

“¡Calma, sean fuertes, no teman: Ahí está su Dios!
Él viene en persona; los desagraviará y los salvará” (Is. 35,4)

Estas palabras del Profeta Isaías significan que Dios, por medio de la redención, es decir, la salvación que realizaría nuestro Señor Jesucristo, convertiría a los seres humanos, mujeres y hombres, en sujetas y sujetos constructores de la historia humana, de acuerdo a lo que Dios ha dispuesto en todo lo que se refiere a la edificación del mundo con sus instituciones de servicio para el bien de la humanidad. Esto es lo que indica el cambio profundo en la persona humana, cuyos ojos ciegos se despegarán, y cuyos oídos sordos se abrirán. La lengua del mudo se desatará (Cf. Is. 35,5-6).

Es una manera figurada con la que el profeta indica que, como sujetos activos en la construcción social, todas y todos tendremos discernimiento y buen juicio para ver las cosas como son, y no dejarnos engañar por los abusivos que están utilizando el poder que tienen para controlar los medios de comunicación y, con engaño, ocultar sus verdaderas intenciones de despojo de nuestros derechos ciudadanos. Porque entre otros, tenemos el derecho a vivir sin violencia, con seguridad para el futuro, cubriendo nuestras más elementales necesidades en el orden de la salud y la educación, del desarrollo integral y la vida digna, el salario suficiente para una alimentación y vivienda dignas. Todas y todos tenemos derecho a un trabajo en condiciones salariales y prestaciones, que respondan a la dignidad humana de las y los trabajadores.

Esto es por lo que el profeta, también en sentido figurado, anuncia un cambio total en la vida del pueblo: “Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo. Pues serán alumbradas en el desierto, aguas y torrentes en la estepa, se trocará la tierra abrasada en estanque, y el país árido en manantial de aguas” (Is. 35,6b-7a).

Ésta es una obligación que deben cumplir las personas que están encargadas de toda la acción política, porque el principal objetivo de la política en cualquier país del mundo, es garantizar a la ciudadanía el disfrute de todos sus derechos, de acuerdo a su dignidad humana y a la libertad que les corresponde. Con ello una persona puede participar de manera activa en la construcción social de todas nuestras instituciones, sin manipulación y sin engaño, como sujetos que en un ambiente respetuoso de la justicia, organizan pacíficamente la vida de la sociedad. En una comunidad política en la que se respetan la justicia y el derecho, todas y todos crecemos como personas plenas y libres, de acuerdo a la dignidad que se nos reconoce como individuos y como pueblo en la Constitución Política de este México que es nuestra patria.

Es posible lograr esta nueva condición del país, si todos nos convertimos en sujetos constructores de la historia, libres de todo lo que destruye al ser humano y a la sociedad, y superando todo lo que Jesús llama intenciones perversas que surgen del interior del corazón, aunque por fuera se quiera aparentar otra cosa (Cf. Mc. 7,20-23). Jesús nos enseñó que por los frutos que se den, conoceremos esencia y procedencia. Cualquiera conoce los frutos que en México están dando, tanto el sistema político, como el económico; por sus frutos sabemos lo que en realidad están haciendo, aún cuando tratan de esconderlo (Cf. Mt. 7,15-20).

El día de hoy también la palabra de Dios nos previene de no asumir dentro de la comunidad cristiana, actitudes que no tienen que ver nada con el Evangelio, como es el hacer acepción de personas, a partir de las desigualdades que surgen de los sistemas injustos en el orden social (Cf. St. 2, 1-4). Santiago apóstol en el fragmento de su carta, que se ha proclamado en la segunda lectura de esta misa, nos advierte que ofende a Dios el que los pobres que surgen de las injusticias que se multiplican en sistemas como en el que vivimos actualmente, sean tratados como personas inferiores y despreciables, y nos advierte que en la mente y el corazón de Dios, los pobres tienen un lugar privilegiado, pues son personas a las que, de un modo muy especial, va dirigido el mensaje del Evangelio (Cf. Ibid 2, 5). En la Iglesia que formamos cada una de nosotras y nosotros, no los podemos ver con el desdén con el que los mira el poder económico y político. Si nosotros también los vemos como despreciables y personas de desecho a quienes hay que excluir, entonces estamos anulando la voz de la Iglesia que tiene que clamar por la justicia, por la verdad y por el amor entre todas y todos los hombres y las mujeres de esta tierra.

Con respecto a lo que hemos venido reflexionando sobre la construcción social, para quienes nos confesamos discípulas y discípulos de Jesús, tanto los pobres como las víctimas, son de las personas que más entienden de justicia, amor, y respeto a la dignidad humana y, por lo tanto, ellas y ellos de una manera muy especial, han de ser convocadas y convocados como artífices privilegiados de la nueva sociedad que debemos ser.

En la tercer lectura que escuchamos, del Evangelio de Marcos, Jesús cura a un sordo, que como consecuencia de su sordera, aprendió apenas a comunicarse con mucha dificultad. Jesús realiza para curarlo dos signos: toca con su saliva la lengua del sordo mudo y pone sus manos en las orejas de éste, y así cerca de la mente y del corazón de quien fue señalado y excluido, elevando su rostro al cielo, clama por medio de un gemido y ordena: ¡Ábrete!. Con lo que el sordo empezó a escuchar, y su tartamudez desapareció, logrando comunicarse perfectamente.

Ambos gestos tienen un significado profundo, que es el enorme esfuerzo que debemos hacer para integrar como sujetos de la construcción histórica, a las personas atadas por los sistemas totalitarios en el orden político y económico, como está sucediendo en este momento y como sucedía en tiempos de Jesús con el Imperio Romano. Estas personas obstaculizadas en su crecimiento, son entre otras muchas, los pobres, las mujeres, los mineros, las y los migrantes, las y los campesinos, las y los jóvenes, las y los estudiantes, las personas marginadas por sus convicciones políticas, y quienes pudieran representar una competencia económica.

Para liberarnos y liberar a otras personas de su sordera y su dificultad para defender sus derechos, requerimos de una sabia organización. Esta emancipación de los pobres que están sumergidos en esa condición, por un sistema que además de explotarlos, manipula su pobreza para que le den el voto, y así seguir viviendo a costa de ellos dentro un círculo vicioso que no les deja escapar, como se hizo con la compra-venta del voto en las elecciones más recientes, nos reclama seguir el camino que Jesús nos muestra en el Evangelio de hoy: Promover a los pobres para que se incorporen activamente en el proceso de reconstrucción de México.

Si en ocasiones nos desalentamos y estamos en medio de riñas e incertidumbres, por intentar no corrompernos y mantenernos libres de la deshonestidad ante las condiciones en que vive el país, tenemos el consuelo y la fuerza de quien nos fortalece y anima a adherirnos a la justicia y al respeto al derecho, Jesús. Él nos enseña que tenemos un Padre en el cielo a quien Él invocó para sacar a aquel sordomudo de su frustración, y unido a Él, pronunció la palabra “Ábrete”. Así nosotros el día de hoy, recordamos lo que Él nos dijo en su Evangelio, que cualquier cosa que pidiéramos en su nombre al Padre Dios, Él nos lo obtendría. Nuestra fe nos da la certeza de que Jesús está sentado a la derecha de Dios Padre, y que junto con Él, conduce la historia a través de cada una y cada uno de nosotros, quienes buscamos la paz por la práctica de la justicia.

Para vencer nuestros miedos y la resistencia de quienes se oponen a la justicia y a la verdad, contamos con el apoyo de quien nos enseñó también que la verdad nos haría libres (Cfr. Jn 8,31-32). No hay tiempo ni lugar para la cobardía, ensanchemos el corazón para ir al encuentro de los pobres y las víctimas, y descubriremos en ellas y ellos, la levadura de la paz que fermentará a la sociedad para corregir su rumbo.

Encomendémonos a la intercesión de la Santísima Virgen María de Guadalupe ante su Hijo, para que Él nos acompañe en la tarea de devolverle a México, la paz y la verdad.