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2013-03-25

DOMINGO DE RAMOS - CICLO C

Domingo de Ramos - Ciclo c

Citas:
Is 50,4-7:                                     www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9aggyjbr.htm     
Phil 2,6-11:                          www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ajjvpb.htm          
Lc 23,1-49:                           www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ab2ciw.htm     

El Domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa. Estamos por vivir los días más importantes del año litúrgico, estamos por celebrar el misterio Pascual que, por su densidad de significado, celebramos durante varios días.
En la primera Lectura contemplanos al “Siervo sufriente”, aquel que escuchó la Palabra de Dios y, a pesar de ser justo, acepta el sufrimiento como proyecto de Dios para él: la fe lo sostendrá en el momento de la prueba.
Desde siempre, la Iglesia ha interpretado esta figura como una anticipación profética de las vicisitudes de Jesús, el siervo del Padre que obedece lleno de amor y sirviendo en el sufrimiento nos redime y cumple el plan del Padre.
Es Jesús quien nos dirige a nosotros, y a este mundo desconfiado,  palabras de consuelo. Es Jesús quien sufre pero no se desespera, padece pero no esquiva el sufrimiento, continúa sin pararse, recorriendo la vía dolorosa.
Jesús nos enseña a no achicarnos ante la prueba. Ser discípulos significa escuchar la palabra que salva pero pide exponerse. Ser discípulos significa estar disponibles a la palabra, recibirla pero sabiendo también “llevarla”, estar dispuestos a exponerse por ella y a sufrir el rechazo. La aceptación del sufrimiento y la fe en Dios nos ayudan a prepararnos al gran Triduo pascual.
En la segunda lectura podemos descubrir el movimiento de la humillación-exaltación. El Verbo se hace carne, se abaja, asume nuestra naturaleza humana, es en todo semejante a nosotros con excepción del pecado, anuncia el Reino, mueve el centro de gravedad del mundo, cerrado a los ricos y a los poderosos. Jesús hace de los pobres y de los pecadores el centro de su anuncio y de su actuación. Obedece amorosamente al Padre y cumple su voluntad. “Humillándose”, despojándose a sí mismo, es exaltado por el Padre, que le da un nombre que está sobre todo nombre. El nombre indica autoridad, poder; la solidaridad de Jesús con todos lo hace llegar a ser punto de referencia universal, la única vía para la salvación.
Escuchando la Pasión según el Evangelio de Lucas, nos preparamos a revivir los acontecimientos de nuestra salvación. Escucharemos, contemplaremos la pasión con la que Jesús redime al mundo. Podremos detenernos a reflexionar acerca del término “pasión”.
Si por una parte nos recuerda el sufrimiento que padeció Jesús, por otra nos recuerda que este sufrimiento no es un sin sentido, no es absurdo, sino que fue vivido con “pasión” por nosotros, por amor al Padre, por amor nuestro Jesús vive la “pasión”.
Los relatos de la pasión ocupan una tercera parte de todos los evangelios, el gran anuncio del Reino de Dios es la introducción. Nos encontramos ante el trono de Jesús, que es la Cruz. Desde su trono el rey proclama su juicio, el perdón, y entra en su Reino con un pecador. La realeza de Cristo consiste en revelar el verdadero rostro del Padre, en proclamar la misericordia de Dios, en el actuar benévolo con los pecadores.
Todo está pronto para el espectáculo, el cortejo que está bajo la cruz comienza a gritar “¡sálvate a ti mismo!”. Es la lógica del mundo, de nuestra sociedad; salvarse a sí mismos. Jesús no evita la muerte y no nos evitará a nosotros la muerte: Jesús nos quita el miedo a morir, nos salva de la muerte eterna dándonos la vida. La muerte es donde todos temblamos y tenemos frío, donde todos nos sentimos solos, donde todos sentimos la tentación del olvido; allí Dios nos ofrece su amistad, la comunión y la vida eterna.
En nuestra reflexión podremos detenernos en una de la siete palabras de Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Séneca y Cicerón nos cuentan que los condenados a muerte gritaban y maldecían el día de su nacimiento: los espectadores esperaban esto. Quién sabe con qué acentos oían palabras de condena, blasfemias, gritos y lamentos horrorosos. Quién sabe con qué paciencia esperaban la prueba que habría desenmascarado a Jesús delante de todos: no sólo la crucifixión pública, sino también sus mismas palabras de acusación y de maldición... a él que todo lo había hecho bien, que predicaba el amor.
Todos esperaban escuchar cómo su fuerza de ánimo era derrotada por las heridas. Se quedarán desilusionados: no se oyó ningún grito, ninguna blasfemia, ninguna maldición, sino una oración amorosa y suave, palabras de perdón.
¿Por quién intercede Jesus? Por todos: por los soldados que lo abofetearon; por Pilatos, que lo vendió por diplomacia; por Herodes, que se burló de él; por todos, absolutamente por todos y de todos los tiempos. Jesús borra el pecado, intercede para que un pecado imperdonable –condenar y matar al Verbo hecho carne- se perdone a causa de la ignorancia. Cristo agonizante es todavía el buen pastor que trata de salvar a sus ovejas: “no saben lo que hacen”.
¿Sabemos nosotros? ¿Sabemos qué terrible es el pecado? ¿Sabemos cuánto amor hay en nuestra vida? ¿Sabemos cuántas gracias nos ha concedido el Señor? ¿Sabemos que fuimos rescatados a gran precio? ¿Sabemos lo valiosos que somos delante de Dios? Si lo supiéramos y continuáramos lejos de Cristo y de la Iglesia estaríamos perdidos. Pero en Cristo tenemos al sumo y eterno sacerdote que, de una vez por todas, se sacrificó por nosotros y continúa intercediendo por nosotros.

2013-03-17

V Domingo de Cuaresma - C

V Domingo de Cuaresma - C

Introducción: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

Los cristianos somos los que caminamos por esta tierra “fijos los ojos” en Jesús, nuestro único Maestro y Señor. Queremos seguir sus pasos y sus enseñanzas para encontrar la vida y felicidad que tanto anhelamos. Jesús ante la adúltera, ante los letrados y fariseos, nos brinda la bella lección de su postura ante los fallos de los demás. Siempre ofrece su perdón al pecador/a arrepentido/a. “Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis también como yo he hecho”.
Fray Manuel Santos Sánchez
Real Convento de Predicadores (Valencia)
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Citas:
Is 46,16-21:                     www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ayycfbk.htm    
Phil 3,8-14:                     www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ak0xkc.htm        
Io 8,1-11:                       www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abtnih.htm   
                  
El Evangelio del V Domingo de Cuaresma, tomado por Juan y por Lucas (aunque muchos estudiosos piensan que este pasaje forma parte de la tradición lucana, más bien que de la de Juan) de algún modo es, por su tema, continuación y complemento del evangelio del domingo pasado.
El episodio de la mujer adúltera se abre con la intención, por parte de escribas y fariseos, de procesar a Jesús. Estamos llegando a la Pascua y en los evangelios se multiplican, en Jerusalén, las críticas a Jesús, a su obra y a su enseñanza. Se trata de críticas que llevarán a la condena y a la muerte de Jesús.
El Señor se encuentra en el patio del templo, es decir, en el lugar más significativo y sagrado de la religión hebrea, donde Dios había manifestado su presencia desde siglos atrás. Se diría que la santidad del lugar hace más aguda y dramática la controversia entre Jesús y sus acusaodres, una controversia que se hace cada vez más teológica: ¿de qué parte está Jesús? ¿De parte de la ley de Moisés y, por tanto, de parte del Dios de Israel, o de parte de los enemigos y de los detractores de Dios?
La mujer adúltera que los escribas y fariseos ponen delante de Jesús mientras está enseñando a la multitud, es un pretexto: no tanto para confirmar una condena que, en el caso de un adulterio “in fraganti” era castigada con la pena capital según la ley de Moisés , como para llegar a condenar a Jesús.
Los escribas y fariseos le piden su parecer acerca de la interpretación de la ley mosaica. En realidad, le tienden una trampa a Jesús, en la cual, como otras veces, Él decide no entrar. No lo hace tanto por astucia diplomática, como por ir a la raíz de la cuestión que le ha sido propuesta. De este modo, Jesús revela su verdadera identidad: es Él, no los escribas y fariseos, el verdadero intérprete de la ley de Dios; Él es el verdadero templo de Dios, la verdadera y nueva presencia de Dios en medio de los hombres; es Él quien anula y renueva las situaciones humanas. Y lo hace con gestos y palabras.
Ante todo, Jesús escribe con el dedo en la tierra, un gesto extraño sobre el que se han hecho muchas conjeturas y que no es de fácil interpretación. En el evangelio de Lucas encontramos la expresión “si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios” (11,20). Jesús aparece aquí como el dedo de Dios, que había plasmado al hombre con el polvo del suelo y que ahora actúa en Jesús, que perdonando los pecados y derrotando al mal, devuelve al hombre la plena filiación divina.
En Es. 31,18 se dice que Dios le dio a Moisés las dos tablas del testimonio, escritas en piedra con el dedo de Dios. En Jesús la Ley de Dios ya no está escrita sobre tablas de piedra sino, como profetizó Jeremías (Jer 31,31-34), en el corazón del hombre como alianza nueva y definitiva. Otros exégetas se refieren a Jer 17,13 (“Cuando te abandonen serán avergonzados. Los que de ti se alejan serán escritos en tierra, porque abandonaron la fuente de aguas vivas”), para sostener –según una explicación tradicional de los Padres, desde Ambrosio a Agustín y Jerónimo- que Jesús habría escrito los pecados de los acusadores de la mujer y de todos los hombres. Esta última explicación se adapta mejor a lo que sigue en el relato, porque delante de Dios todos los hombres son culpables y los acusadores de la adúltera, con el gesto mudo y repetido de Jesús, leído a la luz de Jer 17, 13, son incluidos en esa condición y ayudados a tomar conciencia del propio pecado y de remitirse al juicio de Dios antes que al de los hombres.
 Las palabras de Jesús despejan cualquier duda sobre el sentido del episodio, partiendo de la primera sentencia que desafía los siglos y los milenios y que continuamente es citada, también en la vida cotidiana de nuestra gente, porque está sedimentada en el pueblo  cristiano: “Quien esté sin pecado, tírele la primera piedra”. Esta sentencia, junto a otra similar de Jeús en Mt 7, 3.5 (“¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que hay en el tuyo? ¡Hipócrita!, quita primer la viga de tu ojo y después quitarás la paja del ojo de tu hermano”), no condena solamente toda hipocresía, o sea, toda presunta “justicia” fruto de las obras humanas, sino que impide a cada uno, en cuanto pecador que es, arrogarse el derecho de juzgar a otro pecador, porque esta clase de juicio le corresponde solo a Dios.
Que Jesús da en el clavo resulta evidente, por el hecho de que todos entienden la lección y se marchan “comenzando por los más viejos”, como subraya el evangelista con una dosis de ironía.
Llegados a este punto, la controversia con los escribas y fariseos se puede dar por concluida, pero el episodio tiene otra conclusión, preparada por el apelativo, “Mujer”, con el que Jesús se dirige a la adúltera, que ha quedado a solas con el Señor (“relicti sunt duo, misera et misericordia”, comenta grandiosamente San Agustín). Es el mismo apelativo con el que Jesús se dirige a su Madre en Caná y al pie de la Cruz. Jesús reintegra a la pecadora y la reconduce a su dignidad de “mujer”, es decir, de imagen de Dios, como el domingo pasado lo hacía el padre corriendo al encuentro del hijo menor. Jesús no le pregunta nada sobre su pasado, no hace averiguaciones, sino que pronuncia su sentencia de absolución, con la soberanía de quien conoce y encarna la misericrdia de Dios. Cualquier pecado que haya cometido la mujer, ya no cuenta más.
Jesús le revela a cada uno lo que verdaderamente somos: tú eres un hijo de Dios; tú eres más grande que tu pecado. Así nos mira Dios a cada uno: “el hombre ve la apariencia, pero el Señor ve el corazón” (1Sam 16,7), y el corazón del hombre, aunque pueda empantanarse en las miserias y pecados de la vida, está hecho para el misterio de Dios, para la belleza, para el amor y para la verdad. La mirada de Dios es una mirada de vida, no de muerte; es una mirada hacia el futuro, no hacia el pasado; es una mirada de misericordia, no de condena.
 Aquella mujer comienza un camino nuevo: “Vete y no peques más”, le dice Jesús. Comenta San Agustín: “El Señor ha condenado el pecado, no a la mujer”. La misericordia de Dios es abrazo al pecador para que se convierta y viva, no es un abrazo al pecado, que lleva a la muerte. Aquí está la originalidad y la alegría del Evangelio respecto a la cultura actual, que continuamente oscila entre libertinismo y justicialismo, entre el buenismo y el rigorismo. Jesús no es ni un relativista, para el que el bien y el mal son la misma cosa, ni un moralista que condena y humilla. Jesús condena sin tregua el pecado, pero ama sin tregua al pecador.
El camino cuaresmal revela que la conversión de nuestro pecado es posible, solo con la condición de que redescubramos y acojamos el amor obstinado y fiel de Dios por nosotros.

2010-03-21

Con Jesús, vivir la misericordia

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010

5° Domingo de Cuaresma


INTRODUCCIÓN.

En el tema anterior, a la luz de la parábola del Padre misericordioso, estuvimos reflexionando y profundizando en el amor de Dios que espera pacientemente el regreso de los que se han alejado de Él y les da el perdón. También caímos en la cuenta de que Jesús nos ayuda a regresar a la paz del Padre viviendo la reconciliación entre hermanos. Hoy profundizaremos en la dimensión misericordiosa de Jesús que ve por la persona que puede ser rescatada del pecado y no por la ley que condena sin misericordia. La vivencia de la misericordia es necesaria en nuestro mundo si queremos alcanzar la paz.

NUESTRA SITUACIÓN: INJUSTICIA, VIOLENCIA, INSEGURIDAD, IMPUNIDAD, PARCIALIDAD EN LAS LEYES.

En nuestro país vivimos en un ambiente de violencia y de inseguridad cada vez mayor. Ya lo hemos estado reflexionando en los temas anteriores ayudados por la exhortación pastoral de nuestros Obispos, llamado: “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna”, que trata sobre la misión de la Iglesia en la construcción de la paz en México. Ellos afirman que la situación en que vivimos se debe a que «algo está mal y no funciona en nuestra convivencia social y que es necesario exigir y adoptar medidas realmente eficientes para revertir dicha situación» (No. 26).

Enseguida señalan una lista grande de situaciones que influyen en el crecimiento de la injusticia y la violencia en el país: la desigualdad y la exclusión social, la pobreza, el desempleo y subempleo, los bajos salarios, la discriminación, la migración forzada y los niveles inhumanos de vida, el fortalecimiento de un modelo de economía de mercado incapaz de resolver todos los problemas sociales, desigualdad en la distribución de la riqueza, la caída en la calidad de vida, la corrupción endémica, la paulatina disolución de las clases medias y la concentración de riqueza en pocas manos, los negocios ilícitos, la insuficiencia de las reformas económicas, las insuficientes garantías de seguridad que tienen los ciudadanos y la impunidad en que quedan muchos delitos del crimen organizado, la corrupción, la impunidad y el autoritarismo, la sobrepoblación y la corrupción carcelaria, la violencia institucionalizada, la violencia de grupos por razones políticas; la violencia en las relaciones laborales; la violencia vinculada a actitudes discriminatorias y que es padecida no sólo por cuestiones étnicas, sino también por las personas que sufren maltrato por su orientación sexual; la violencia en las escuelas; la que es padecida por delitos comunes como el robo; la que se da entre generaciones y entre las comunidades; la violencia en el tránsito vehicular, de la que resulta un alarmante número de víctimas, etc.; la violencia intrafamiliar, la violencia contra las mujeres, la violencia infantil, la violencia entre adolescentes y jóvenes, la violencia contra los indígenas y migrantes; la educación para el mercado, los medios de comunicación social que transmiten violencia, la falta de acciones realmente evangelizadoras de parte de la Iglesia.

«La crisis de valores éticos, el predominio del hedonismo, del individualismo y competencia, la pérdida de respeto de los símbolos de autoridad, la desvalorarización de las instituciones -educativas, religiosas, políticas, judiciales y policiales-, los fanatismos, las actitudes discriminatorias y machistas, son factores que contribuyen a la adquisición de actitudes y comportamientos violentos» (No. 83).

¿Cuántos casos conocemos en nuestra comunidad de personas inocentes que han sido encarceladas o condenadas? ¿Cuántos de personas que han hecho o están haciendo daño y andan tranquilamente por la calle?

JESÚS NOS ENSEÑA QUE EL CAMINO PARA LA PAZ ES LA MISERICORDIA.

A Jesús le presentaron una mujer sorprendida en el adulterio (Jn 8, 1-11). La llevan a ella, sabiendo que no estaba sola y que la ley judía condenaba a ambos adúlteros; la pena era la misma para los dos. Pero los escribas y fariseos acusadores utilizan la ley de manera parcial, como sabían hacerlo. A ellos les interesa más aplicar la ley que salvar a las personas. A Jesús, que es el acusado de fondo, le interesa más la persona que la ley y sus sanciones. Termina manifestando la misericordia de Dios para con los pecadores.

Jesús no aprueba el pecado de la mujer, pero tampoco la condena. El pecado siempre es reprobable y no se debería de cometer; la persona sí se puede rescatar del pecado y comenzar una vida nueva. Por eso Jesús le dice: “Yo tampoco te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”. ¡Qué palabras tan llenas de misericordia! ¿Quién no quisiera escucharlas después de reconocer su pecado? Con ellas Jesús nos muestra el camino para conseguir la paz, para vivir la reconciliación, para rehacer las relaciones de hermandad, para estar bien con Dios: es el de la misericordia.

Como dicen nuestros Obispos: «Jesucristo nos revela la mirada inocente de Dios Padre que ve en nosotros la bondad que Él mismo ha puesto en nuestros corazones y su amor tierno y misericordioso que nos acoge a pesar de nuestras fallas y debilidades. Esta experiencia nos hace descubrirnos hijos amados de Dios y nos llama a la conversión, es decir, a orientar la vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje de Jesús y constituye la esencia del modo de ser y vivir según el evangelio» (No. 143).

¿Qué luces nos da Jesús para vivir la misericordia en nuestra comunidad ante la violencia y la inseguridad?

NUESTRO COMPROMISO: CONSTRUIR LA PAZ EN BASE A LA PROMOCIÓN DEL DESARROLLO.

Nuestros Obispos esperan que los mexicanos trabajemos consciente y comprometidamente en la construcción de un país pacífico y que los bautizados asumamos con responsabilidad la misión evangelizadora de la Iglesia. Esto exige promover el desarrollo integral, el respeto a la dignidad de las personas, la cultura de la convivencia. “La paz es el camino”, decía Gandhi.

«El debilitamiento, en la vida práctica, del sentido de Dios y del sentido del hermano, de la vida comunitaria y del compromiso ciudadano, es un “desafío que cuestiona a fondo la manera como estamos educando en la fe y como estamos alimentando la vivencia cristiana” […] La situación de inseguridad y violencia que vive México exige una respuesta urgente e inaplazable de la misión evangelizadora de la Iglesia. Esta respuesta parte del reconocimiento de las insuficiencias en el cumplimiento de nuestra misión, pues la crisis de inseguridad, el alto índice de corrupción, la apatía de los ciudadanos para construir el bien común y las distintas formas de una violencia, que llega a ser homicida, son diametralmente opuestas a la propuesta de Vida Nueva que nos hace el Señor Jesús» (Nos. 185-186).

La propuesta es trabajar en la formación integral de los bautizados, la formación de las familias, la renovación de la vida comunitaria en las parroquias, la educación específica para la paz y la legalidad; la creación de una sociedad civil responsable, con incidencia social, política, cultural, en la prevención de delitos y la construcción de la paz.

Para construir la paz es necesario promover el desarrollo humano integral, que tenga como centro la dignidad de la persona: desarrollar iniciativas que coadyuven a la atención de la grave situación de desempleo y subempleo, Hacer conciencia de la relación estrecha que existe entre el cuidado de la creación y la construcción de la paz, Impulsar iniciativas que capaciten a los más pobres para empleos de mayor incidencia económica, Impulsar experiencias de economía solidaria, impulsar experiencias de economía para el desarrollo sustentable, promover los derechos y deberes humanos, impulsar la reconciliación social, vivir el ecumenismo por la paz, orar por la paz.

¿Qué vamos a implementar en nuestra comunidad para impulsar la creación de una cultura de paz y desarrollo?

CEPS

2010-03-14

Con Jesús, volver a la paz del padre

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010
4° Domingo de Cuaresma

INTRODUCCIÓN.

En el tema anterior, el tercero de nuestras reflexiones cuaresmales, estuvimos profundizando en la oportunidad que Dios nos da de convertirnos. A la luz de la parábola de la higuera que no daba frutos, caímos en la cuenta de que Dios espera que demos frutos de paz y reconciliación. Hoy nos acercaremos al centro del mensaje del Evangelio y de toda la historia de la salvación: Dios es Padre misericordioso. Estar con Dios nos lleva a vivir como hermanos; alejarnos de Dios nos conduce a no saber ser hermanos. Estar con Él equivale a vivir bien, a experimentar la paz y la tranquilidad; alejarse de Él equivale a la inseguridad, la intranquilidad, la infelicidad.

NUESTRA SITUACIÓN: LA VIOLENCIA Y LA INJUSTICIA NOS ALEJAN DE DIOS.

Nuestros antepasados indígenas vivían de manera tal que Dios estaba con ellos y ellos con Dios, independientemente del nombre que le dieran. Así lo reconocen nuestros Obispos en su Exhortación pastoral: «Sabemos que la raíz de la cultura mexicana es fecunda y […] reconocemos en ella la obra buena que Dios ha realizado en nuestro pueblo a lo largo de su historia» (No. 8).

Se experimentaba la paz de Dios porque se vivía en la hermandad, en la comunitariedad, en la justicia.

Pero, a lo largo de los siglos, y especialmente en nuestros días, sucede lo siguiente: «En México, al igual que en varios países de América Latina y del Caribe, se está deteriorando, en la vida social, la convivencia armónica y pacífica. Esto sucede por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera. No se trata de hechos aislados o infrecuentes, sino de una situación que se ha vuelto habitual, estructural, que tiene distintas manifestaciones y en la que participan diversos agentes; se ha convertido en un signo de nuestro tiempo que debemos discernir para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y la tengan en plenitud» (No. 10).

Así se vive porque se ha perdido del horizonte de muchas personas la necesidad de la relación con Dios.

¿Qué signos de la vida de nuestra comunidad manifiestan que vivimos con Dios? ¿Qué signos expresan que nos hemos ido alejando de Dios?

JESÚS NOS REGRESA A LA PAZ DEL PADRE.

En su camino hacia Jerusalén, camino que no dejó hasta morir en la cruz, Jesús se encuentra con que es criticado por los escribas y fariseos porque convivía con los pecadores (Lc 15, 1-3.11-32). Esto lo hace platicarnos la parábola más bonita del Evangelio, la del Padre misericordioso. Con ella nos da a entender el sentido de su servicio: darnos a conocer al Padre, como Dios que perdona a sus hijos.

En la casa del Padre se vive bien. Se experimenta la paz porque no falta nada: ni pan ni techo ni trabajo; pero principalmente se tiene la experiencia del amor sin límites. Eso le hace ver el papá a su hijo mayor cuando lo invita a perdonar y a acoger a su hermano, que ha regresado a casa: “tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”. Pero, estar en la casa no asegura la paz; es necesario experimentar el amor al papá y al hermano. Es lo que el hijo mayor no está dispuesto a vivir y por eso no encuentra la paz.

Jesús vino al mundo para regresarnos a la paz de su Padre, paz que se ausenta con el odio, la violencia, la injusticia y las desigualdades. Es por eso que se acerca a los pecadores y se hace amigo de ellos, aunque eso le trae las críticas. Pero lo hace para manifestarles la misericordia del Padre, para ofrecerles el perdón y la vida nueva. Así lo reconocen nuestros Obispos: «En Jesucristo, Dios cumple esta promesa mesiánica de la paz que engloba para nosotros todos los bienes de la salvación. En Él, «imagen de Dios invisible» (Col 1,15), se nos descubre plenamente el misterio de Dios y el misterio del hombre. Él es el nuevo Adán, el hombre inocente, que con una visión transformada por la experiencia del amor de Dios, es capaz de contemplar la bondad de Dios en la realidad creada y descubrir el bien que hay en toda persona. Su mirada no se fija en el pecado de la humanidad; se fija en su sufrimiento necesitado de redención» (No. 131).

¿Qué aprendemos de Jesús a la luz de la parábola que acabamos de reflexionar?

NUESTRO COMPROMISO: VIVIR COMO HIJOS DE DIOS SIENDO HERMANOS.

Jesús nos enseña que con el Padre, que es misericordioso, se vive bien, se experimenta la paz porque nada nos falta. Además nos dice que para construir la paz es necesario ser hermanos, saber perdonar, construir relaciones de igualdad. Dios está siempre esperándonos para perdonarnos y para ayudarnos a vivir como hijos suyos, siendo hermanos con los demás. Nuestros Obispos nos indican a este propósito que la fraternidad es «el horizonte necesario para asegurar la paz» (No. 178).

La razón que nos dan es que «el principio de fraternidad amplía el horizonte del desarrollo a “la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base de los valores de la justicia y la paz.” Para los cristianos, la fraternidad nace de una vocación trascendente de Dios que nos quiere asociar a la realidad de la comunión trinitaria: “para que sean uno, como nosotros somos uno” (Jn 17,22)» (No. 182).

Es por eso que nosotros «Los cristianos, en un contexto de inseguridad como el que vivimos en México, tenemos la tarea de ser “constructores de la paz” en los lugares donde vivimos y trabajamos. Esto implica distintas tareas: “vigilar” que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia y ofrecer el servicio de «ser testigos», en la convivencia humana, del respeto al orden establecido por Dios, que es condición para que se establezca, en la tierra, la paz, “suprema aspiración de la humanidad.”» (No. 177) y «ser constructores de paz pide de nosotros además ser promotores del desarrollo humano integral» (No. 178).

Platiquemos: ¿Qué vamos a hacer para construir un ambiente de paz y reconciliación en nuestra comunidad? (tomar un acuerdo concreto).

CEPS

2010-03-07

Con Jesús, dar frutos de paz y reconciliación

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010
3° Domingo de Cuaresma

INTRODUCCIÓN.

En el segundo tema reflexionamos, a la luz de la experiencia de la Transfiguración de Jesús, sobre nuestra responsabilidad de trabajar para que nuestro mundo, invadido por la desesperación ante la violencia y la inseguridad, se vaya transfigurando en pacífico. Hoy profundizaremos en la oportunidad que Cristo nos da de convertirnos. Él, que es la misericordia del Padre, sigue esperando que demos frutos de conversión. Como buen jardinero, Jesús nos tiene paciencia y sigue trabajando en nuestro corazón para que reconozcamos nuestros pecados, nuestra responsabilidad en la injusticia, desigualdad, violencia, etc., existentes en nuestro país. Quiere que demos frutos de hermandad, que garanticen la paz y la reconciliación.

NUESTRA SITUACIÓN: LA VIDA DE NUESTRO PUEBLO SE VA SECANDO.

En su Exhortación Pastoral sobre la misión de la Iglesia en la construcción de la paz, los Obispos de México reconocen nuestra identidad: «Somos un pueblo de tradiciones con profundas raíces cristianas, amante de la paz, solidario, que sabe encontrar en medio de las situaciones difíciles razones para la esperanza y la alegría y lo expresa en su gusto por la fiesta, por la convivencia y en el gran valor que da a la vida familiar» (No. 8).

Pero también señalan situaciones que se están viviendo en nuestro país, y que van en crecimiento acelerado, lo que propicia que nuestro modo de ser se vaya secando.
¿Cuáles son esas situaciones? Las describen con dolor y las presentan como desafío para la Iglesia: «Nos duele profundamente la sangre que se ha derramado: la de los niños abortados, la de las mujeres asesinadas; la angustia de las víctimas de secuestros, asaltos y extorsiones; las pérdidas de quienes han caído en la confrontación entre las bandas, que han muerto enfrentando el poder criminal de la delincuencia organizada o han sido ejecutados con crueldad y frialdad inhumana. Nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas y lamentamos los excesos, en algunos casos, en la persecución de los delincuentes. Nos preocupa además, que de la indignación y el coraje natural, brote en el corazón de muchos mexicanos la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano» (No. 4).

Estas situaciones van secando los valores propios de nuestro pueblo. En lugar de tener una vida frondosa, llena de frutos de justicia y hermandad, México se está yendo poco a poco a la muerte; y no es castigo de Dios, como muchas personas piensan y sostienen. Lo que sucede es consecuencia de la injusticia estructural; pero también tiene su raíz en el corazón de las personas. Se va secando el corazón de muchos bautizados y, más bien, se va llenando de egoísmo, indiferencia, odio, rencor, deseos de venganza, etc. O también sucede que muchos pasamos indiferentes frente a lo que sucede, nos desentendemos.

Hagamos un examen de conciencia acerca de lo que estamos haciendo para propiciar o para evitar estas situaciones. Después de cada pregunta guardamos un momento de silencio para revisarnos: ¿Tengo auténtico amor a mi prójimo, o abuso de mis hermanos utilizándolos para mis fines? ¿He contribuido, en el seno de mi familia y de mi comunidad, al bien común y a la alegría de los demás? ¿Defiendo a los oprimidos, ayudo a los que viven en la miseria, estoy junto a los débiles, o, por el contrario, he despreciado a mis prójimos, sobre todo a los pobres, débiles, ancianos, extranjeros y personas de otras razas y religiones? ¿He tratado de remediar las necesidades del mundo? ¿Me preocupo por el bien y la prosperidad de la comunidad humana en que vivo o me paso la vida preocupado de mí mismo? ¿Participo, según mis posibilidades, en la promoción de la justicia, la honestidad de las costumbres, la concordia y la caridad? Si alguien me ha injuriado, ¿me he mostrado dispuesto a la paz y a conceder, por el amor de Cristo, el perdón, o mantengo deseos de odio y venganza?

Este examen de conciencia nos prepara y nos ayudará, si así lo necesitamos, a vivir luego el sacramento de la reconciliación.

JESÚS INTERCEDE POR EL PUEBLO.

Después de su Transfiguración, Jesús continúa con su servicio al Reino, anunciándolo y haciéndolo presente con sus palabras y sus hechos (Lc 13, 1-9). Ahora se dirige hacia Jerusalén, camino que no dejará hasta encontrarse con la cruz. En ese camino le informan de dos situaciones violentas: la matanza de unos galileos a manos de Herodes y la muerte de 18 personas bajo los escombros de una torre. Ante estas noticias, trágicas como las de hoy, Jesús revela que Dios no es vengativo sino misericordioso.

El pueblo de Israel fue comparado muchas veces con una higuera. Israel tenía que dar los frutos de la hermandad, pues ese fue su compromiso con Dios en la antigua Alianza. Pero Dios, que aparece como el dueño que quiere recoger los frutos de la higuera, no los encuentra, porque se ha roto la hermandad entre los miembros de su pueblo: ha crecido la injusticia, el pobre ha sido olvidado, la violencia está a la orden del día y muchas otras situaciones. Piensa en cortar la higuera para que no siga chupándole inútilmente la vida a la tierra. El viñador aparece como intercesor de su pueblo; tenemos que pensar que se trata de Jesús, que le pide otra oportunidad para aflojar la tierra, abonarla y regarla, con la esperanza de que sí dé sus frutos.

Lo que en el fondo está expresando Jesús es que Dios nos da otra oportunidad para cambiar de vida. Si no nos arrepentimos, si no nos convertimos a Dios y su proyecto de vida digna para todas las personas, vendrá la muerte definitiva, la muerte eterna. Jesús intercede por nosotros. En esta Cuaresma quiere trabajar en nuestro corazón para ablandarlo, para abonarlo con su Palabra de vida, para regarlo con los sacramentos, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía. Esto lo hace con la esperanza de que demos los frutos de paz y reconciliación en nuestros días.

Así nos lo señalan nuestros Obispos, cuando expresan: «Acoger el don del perdón que Dios nos ofrece de manera gratuita en su Hijo Jesucristo, nos dispone a la reconciliación, es decir, a establecer nuevamente relaciones saludables con el mismo Dios, con los demás, con el entorno y consigo mismo. De esta experiencia nace la moción natural a reparar, en la medida de lo posible, el daño causado; sin embargo, nada que uno pueda hacer se equipara con la altura, anchura y profundidad del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo (Cf. Ef 3,18-19). Reconciliados con Dios y con el prójimo, los discípulos somos mensajeros y constructores de paz y, por tanto, partícipes del Reino de Dios (Cf. Mt 5,9» (No. 155).

Estos son los frutos que Dios espera de nuestra comunidad.

NUESTRO COMPROMISO: CONVERTIRNOS PARA DAR FRUTOS DE PAZ Y RECONCILIACIÓN.

Los Obispos de nuestro país nos recuerdan que el cumplimiento de la misión que tenemos desde el Bautismo nos tiene que llevar a dar frutos duraderos: «Los discípulos de Jesucristo no podemos olvidar la finalidad de la misión que nos ha sido confiada: «los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca» (Jn 15,14)» (No. 157).

Dos de los frutos que se esperan de los discípulos de Jesús, frutos que son signos de que estamos en proceso de conversión hoy, son la reconciliación y la construcción de la paz: «La misión apostólica que el Señor nos ha confiado comienza con el anuncio de la paz: «cuando entren a una casa, digan primero: paz a esta casa» (Lc 10,5-6). Este saludo, que tiene su origen en el «shalom» de los judíos, tiene un significado muy profundo que no tiene su fuerza en la ausencia de conflictos sino en la presencia de Dios con nosotros, augurio y bendición, deseo de armonía, de integridad, de realización, de unidad y bienestar. Este saludo, conservado en la liturgia, implica asumir el compromiso de recorrer el camino que lleva a la restauración de la armonía en las relaciones entre los hombres y con Dios. En este camino se asocia el perdón que pedimos a Dios con el que damos a los hermanos (Cf. Mt 6,12)» (No. 158).

Trabajar por la construcción de la paz, lleva a conseguir el bien común, a vivir en la verdad, a lograr la justicia y a experimentar la libertad a lo interno de las familias, en las comunidades y en la sociedad. No debemos permitir que se siga secando la vida de nuestro país, ni que la paz y la reconciliación estén ausentes.
Veamos: ¿Qué vamos a hacer como comunidad para trabajar porque la paz y la reconciliación sean realidad entre nosotros? (tomar un acuerdo concreto).

CEPS

2010-02-28

Con Jesús, transfigurar nuestro mundo

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010
2° Domingo de Cuaresma

INTRODUCCIÓN.

En el tema anterior entramos con Jesús en el desierto, donde fue probado en su condición de Hijo de Dios. Ante las tentaciones salió adelante, sosteniéndose en su relación filial para con su Padre, para ir luego a la misión. También vimos cómo la violencia y la inseguridad en que vivimos son consecuencia de que muchas personas se están dejando llevar por las tentaciones del tener, del poder y del placer.

En este segundo tema viviremos con Jesús la vivencia de su Transfiguración para continuar en la misión, la cual tiene como referente la entrega de su persona hasta la experiencia de la cruz. Con el tema nos revisaremos personal y comunitariamente en relación a la entrega que estamos teniendo en la construcción del Reino y descubriremos lo que tenemos que hacer como comunidad para que nuestro mundo sea transfigurado.

NUESTRA SITUACIÓN: VIOLENCIA, SECUESTROS, MUERTES, ASALTOS, ROBOS… INSEGURIDAD.

Ante el crecimiento de la violencia y la inseguridad con que nos encontramos día a día, los Obispos de nuestro país nos invitan a trabajar por la paz y la reconciliación. Ellos ven la situación grave y triste, preocupante y desafiante:
«En México, al igual que en varios países de América Latina y del Caribe, se está deteriorando, en la vida social, la convivencia armónica y pacífica. Esto sucede por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera» (No. 10)

y, al mismo tiempo, señalan
«El dolor y angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas […] los excesos, en algunos casos, en la persecución de los delincuentes. Nos preocupa además, que de la indignación y el coraje natural, brote en el corazón de muchos mexicanos la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano» (No. 4).

Comentemos: ¿con qué situaciones de estas nos hemos encontrado? ¿Qué experimentamos al vivirlas o al darnos cuenta de ellas en la experiencia de otras personas?

Todas estas situaciones de la vida personal o familiar no están aisladas del resto de la vida de la sociedad. Solamente expresan lo grave de la injusticia y las desigualdades en que vivimos, además de que existen otros factores que las alimentan y sostienen. Nuestros Obispos señalan esas realidades: el auge que se ha dado a la economía de mercado, en la que no hay oportunidades iguales para todos, pues impera la ley del más fuerte; el crecimiento de la pobreza, que se expresa en rostros concretos; los bajos salarios, el incremento del desempleo, la falta de condiciones para que crezcan las pequeñas y medianas empresas, la concentración de la riqueza en pocas manos, la corrupción y la impunidad. Pareciera que no hay muchas esperanzas de que la situación vaya a cambiar.

EN MEDIO DE LA CRISIS, JESÚS ES TRANSFIGURADO.

Con su servicio diario Jesús anunciaba buenas nuevas a los pobres (Lc 9, 28-36). Pero parecía que su misión no daba resultados: ya estaba condenado a muerte desde el comienzo, había sido tachado como loco y endemoniado por sus familiares, sus paisanos lo rechazaron, estaba siendo atacado por las autoridades religiosas. Llegó a tal grado su crisis que les preguntó a sus discípulos sobre lo que decía la gente de él y lo que ellos mismos decían.

Todavía les anunció que en Jerusalén iba a sufrir mucho a manos de las autoridades y que iba a morir y resucitar. Así andaba Jesús cuando subió a la montaña a orar al Padre, acompañado de algunos de sus discípulos, y en ese encuentro con su Padre se transfiguró.

Jesús fue ungido por el Espíritu Santo para anunciar buenas nuevas a los pobres, para liberar a los cautivos, para devolver la vista a los ciegos y para proclamar el año de gracia del Señor. Jesús vino para liberar, para dar vida digna. Su Padre lo confirmó en esta misión y lo sostuvo en su condición de Hijo amado. Así le devuelve la confianza en sí mismo para continuar con la misión. La transfiguración fue completa, por fuera y por dentro; por fuera apareció radiante, con las vestiduras blancas, reflejo de su situación interior. Así nos da a entender que vale la pena dedicar la vida a la construcción del Reino de Dios. Quiere decir que, al ser transfigurado, Jesús quedó nuevamente con fuerza para seguir en su misión.

Nuestros Obispos nos ayudan a caer en la cuenta de esta misión y de cómo la vivió el Señor.
«Jesús rechazó la violencia como forma de sociabilidad y lo mismo pide a sus discípulos al invitarlos a aprender de su humildad y mansedumbre (Cf. Mt 11,29). Para romper la espiral de la violencia, recomienda poner la otra mejilla (Cf. Mt 5, 39) y el amor a los enemigos (Cf. Lc 6,35), paradoja incomprensible para quienes no conocen a Dios o no lo aceptan en sus vidas. La motivación evangélica que justifica esta recomendación es clara: imitar a Dios (Cf. Mt 5,45); el amor a los enemigos hace al ser humano semejante a Dios y en este sentido, lo eleva, no lo rebaja. Así, el discípulo se incorpora en la corriente perfecta del amor divino para salir de sí mismo y construir una humanidad solidaria y fraterna. El discípulo de Jesús debe amar gratuitamente y sin interés, como ama Dios, con un amor por encima de todo cálculo y reciprocidad» (No. 133).

Y para vivir en el amor, que transfigura el mundo al eliminar toda clase de violencia, el Padre también pide a los discípulos de su Hijo que lo escuchemos, por lo que tenemos que actuar como Él. No debemos quedarnos encerrados, metidos en nuestras casas o en nuestros templos; tenemos que salir a la misión, a luchar por la paz, la justicia y la reconciliación. Por eso Jesús, después de haber sido transfigurado, regresa al anuncio del Reino, que tiene como consecuencia la muerte en cruz de la que hablaba con Moisés y Elías.

¿De qué manera nos reanima Jesús con su experiencia de transfiguración?

NUESTRO COMPROMISO: TRANSFIGURAR NUESTRO PAÍS LUCHANDO POR LA PAZ.

El encuentro con Jesús en el Monte de la Transfiguración vuelve a los discípulos al trabajo de construcción del Reino de Dios. Si ya antes de subir al monte Jesús les había anunciado su muerte y resurrección, después de la experiencia de la transfiguración ellos tienen que guardar silencio y seguirlo en su camino hacia la cruz.

En relación a la situación de violencia creciente en México, nuestros Obispos en su documento sobre la Paz y la Reconciliación dicen:
«El Reino de Dios no se impone por la fuerza ni con la violencia; es una realidad sobrenatural, presente en el corazón y en el testimonio de los discípulos, que critica y desenmascara las falsas paces y las estructuras que hacen imposible la paz. Jesús alienta a quienes le siguen a trabajar por la paz que es don de Dios y tarea del hombre. Quienes se comprometen en construirla son llamados “hijos de Dios” (Mt 5,9). Ya en el Antiguo Testamento encontramos la concepción del ser humano como artífice de la paz (Cf. 1 Mac 6,58‐59) y ello no se refiere a quienes tienen ánimo pacífico, de quietud o sosiego, sino a quienes se comprometen en “hacer” la paz, en tomar la iniciativa, en trabajar, en esforzarse por conseguirla. Tampoco se refiere a los que cultivan la paz para sí mismos, sino a quienes se empeñan activamente por establecerla, allí donde los hombres la han roto y se encuentran enemistados» (No. 136).

También nos dicen:
«Esta misión, por la que hacemos nuestro el deseo del Padre de construir el Reino y de anunciar la Buena Nueva a los pobres y a todos los que sufren, exige de nosotros una mirada inocente que nos permita desenmascarar la obra del mal, denunciar con valentía las situaciones de pecado, evidenciar las estructuras de muerte, de violencia y de injusticia, con la consigna de vencer al mal con la fuerza del bien» (No. 159).

A la luz de lo reflexionado en este tema asumamos un compromiso: ¿Qué vamos a hacer en nuestra familia, en nuestro barrio o pequeña comunidad para que en nuestro pueblo haya un ambiente pacífico? (tomar un acuerdo a realizar).
CEPS

2010-02-21

Con Jesús, vencer las tentaciones

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010
1° Domingo de Cuaresma

INTRODUCCIÓN.

Estamos viviendo como Iglesia el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Estos cuarenta días nos ayudan a prepararnos para la celebración de la Pascua de Jesús. Nuestra preparación la hacemos con la imposición de la ceniza, la oración, la abstinencia, el ayuno, el encuentro con la Palabra de Dios, el rezo del Viacrucis, el sacramento de la Reconciliación y la celebración de la Semana Santa. Se nos propone vivir todo esto dado que la Cuaresma es un tiempo dedicado a fortalecer la vivencia de la conversión.

A partir de hoy vamos a reflexionar en nuestra vida personal y comunitaria a la luz de cinco temas cuaresmales, que tienen como tema general: “Por la reconciliación a la paz”. En ellos nos encontraremos con el texto del Evangelio de cada domingo de Cuaresma, por lo que nos uniremos a Jesús en su servicio al Reino. Los temas son: 1) Con Jesús, vencer las tentaciones. Es nuestro tema de hoy; 2) Con Jesús, transfigurar nuestro mundo; 3) Con Jesús, dar frutos de paz y reconciliación; 4) Con Jesús, volver a la paz del Padre; 5) Con Jesús, vivir la misericordia.

[Que estas reflexiones cuaresmales nos animen a asumir un compromiso concreto a favor de la vida digna de nuestro pueblo]

NUESTRA SITUACIÓN: INSEGURIDAD Y VIOLENCIA.

Acerca de la situación en que vivimos, nuestros Obispos, en su exhortación pastoral “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna” sobre la misión de la Iglesia en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México, expresan: «En los últimos meses, en toda la geografía nacional, suceden hechos violentos, relacionados, en numerosas ocasiones, con la delincuencia organizada; esta situación se agrava día con día. Recientemente se ha señalado que una de las ciudades de la República Mexicana tiene el índice más alto de criminalidad en el mundo. Esta situación repercute negativamente en la vida de las personas, de las familias, de las comunidades y de la sociedad entera; afecta la economía, altera la paz pública, siembra desconfianza en las relaciones humanas y sociales, daña la cohesión social y envenena el alma de las personas con el resentimiento, el miedo, la angustia y el deseo de venganza» (No. 2).

Comentemos: ¿qué signos concretos vemos en nuestra comunidad de esta situación?
Si vivimos así no es porque Dios lo quiera o porque tengamos que sufrir ahora para merecer después, sino porque hay unas causas muy concretas, cuya raíz es la ambición de tener de parte de unas pocas personas. Y también es causa de esto la manera en que está organizada la sociedad y el privilegio que tiene el mundo del mercado.

Así lo expresan los Obispos de nuestro país: «La economía es uno de los ámbitos en los que debemos buscar los factores que contribuyen a la existencia de la violencia organizada. La desigualdad y la exclusión social, la pobreza, el desempleo, los bajos salarios, la discriminación, la migración forzada y los niveles inhumanos de vida, exponen a la violencia a muchas personas: por la irritación social que implican; por hacerlas vulnerables ante las propuestas de actividades ilícitas y porque favorecen, en quienes tienen dinero, la corrupción y el abuso de poder» (No. 28).

«Los actos violentos que presenciamos y sufrimos son síntomas de otra lucha más radical, en la que nos jugamos el futuro de la patria y de la humanidad. En el interior del ser humano se da la batalla de tendencias opuestas entre el bien y el mal. Los cristianos no vemos a las personas como enemigos que hay que destruir; nuestra lucha es contra el poder del mal que destruye y deshumaniza a las personas» (No. 110) y «la pretensión de prescindir de Dios y de su proyecto de vida» (No. 112).

En el fondo se trata de la caída en las tentaciones del poder, tener y placer, de parte de unos pocos, que los lleva al acaparamiento, a hacerse su propio proyecto de vida, a hacerse dueños de vidas y personas, a disponer de los bienes de los demás, lo que rompe las relaciones pacíficas entre las personas y, por tanto, con Dios.

JESÚS NOS ENSEÑA A VENCER LAS TENTACIONES.

Antes de comenzar su misión, Jesús se deja conducir por el Espíritu Santo al desierto (Lc 4, 1-13). Ahí, durante cuarenta días, ora al Padre, ayuna, se fortalece; de esta manera se prepara para ir a anunciar y hacer presente el Reino de Dios. A eso vino al mundo. El desierto es el lugar de la prueba, de la tentación, de la experiencia de Dios.

A Jesús se le presentó la tentación fundamental de la humanidad: ser como Dios. Él, siendo el Hijo de Dios –y así lo provocó el diablo–, tenía la posibilidad de manifestar su poder para su beneficio. Dando muestras de poder, podía ganar fama, tener éxito, conquistar el mundo, hacer y deshacer como se le antojara. Estaba frente a la posibilidad, en base a su libertad y a su poder, de obrar el mal y, de esta manera, dar cabida al reinado del mal.

Pero Jesús es consciente de que el proyecto del Reino va por otro lado: por el de la entrega, el servicio, el compartir, el dar la vida. Por eso se muestra obediente al Padre, quiere ser fiel a Él y manifestarse solamente a su servicio, porque Dios quiere la vida digna para toda la humanidad. Jesús decide utilizar su condición de Hijo para servir y dar la vida. Con esta conciencia y apoyado en la Escritura, vence las tentaciones, que igualmente se le presentarán durante su pasión, en el Huerto de los Olivos y en la Cruz. Jesús nos enseña el camino y con su testimonio nos invita a unirnos con Él en la lucha contra el mal, que destruye las relaciones entre las personas y los pueblos, que provoca la violencia, que lleva a la destrucción y a la muerte.

¿A qué nos anima Jesús con su posición frente a las tentaciones?

NUESTRO COMPROMISO: FORTALECER LA VIDA DE LOS BAUTIZADOS PARA RECHAZAR LA VIOLENCIA Y LA INJUSTICIA.

Dicen nuestros Obispos que «la aceptación del mal en el corazón lleva al ser humano: a cerrarse a toda relación complementaria con los demás; a buscar la felicidad aislándose todo lo posible para no ser dañado por los demás y a procurar tener a su disposición todo lo que necesita para lo que considera una vida plena. Una vez afectado por esta ceguera, ya no tiene la capacidad de ver en la creación la presencia de Dios, sólo ve objetos que puede manipular para llenar sus necesidades; de la misma manera ve y trata a las personas, así se ve y se trata a sí mismo» (No. 124). Así, rompe la paz con Dios, con los hermanos y hermanas y con la Creación.

Nosotros no estamos exentos de caer en estas situaciones y tenemos que mantenernos unidos a Jesús en su experiencia de lucha contra las tentaciones. Gran parte de los que son agentes de violencia en nuestro país han recibido el Bautismo y, quizá, otros sacramentos, pero no han sido formados para vivir en comunión, para luchar contra el mal y sus manifestaciones, para ser fieles a Dios y su Reino de vida. Necesitamos asumir esta tarea en nuestra comunidad para con quienes están bautizados.

¿Qué vamos a hacer para garantizar la formación de los bautizados de nuestra comunidad para que se conviertan en agentes de vida? (Acordar una acción a realizar).

CEPS