2010-03-14

Con Jesús, volver a la paz del padre

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010
4° Domingo de Cuaresma

INTRODUCCIÓN.

En el tema anterior, el tercero de nuestras reflexiones cuaresmales, estuvimos profundizando en la oportunidad que Dios nos da de convertirnos. A la luz de la parábola de la higuera que no daba frutos, caímos en la cuenta de que Dios espera que demos frutos de paz y reconciliación. Hoy nos acercaremos al centro del mensaje del Evangelio y de toda la historia de la salvación: Dios es Padre misericordioso. Estar con Dios nos lleva a vivir como hermanos; alejarnos de Dios nos conduce a no saber ser hermanos. Estar con Él equivale a vivir bien, a experimentar la paz y la tranquilidad; alejarse de Él equivale a la inseguridad, la intranquilidad, la infelicidad.

NUESTRA SITUACIÓN: LA VIOLENCIA Y LA INJUSTICIA NOS ALEJAN DE DIOS.

Nuestros antepasados indígenas vivían de manera tal que Dios estaba con ellos y ellos con Dios, independientemente del nombre que le dieran. Así lo reconocen nuestros Obispos en su Exhortación pastoral: «Sabemos que la raíz de la cultura mexicana es fecunda y […] reconocemos en ella la obra buena que Dios ha realizado en nuestro pueblo a lo largo de su historia» (No. 8).

Se experimentaba la paz de Dios porque se vivía en la hermandad, en la comunitariedad, en la justicia.

Pero, a lo largo de los siglos, y especialmente en nuestros días, sucede lo siguiente: «En México, al igual que en varios países de América Latina y del Caribe, se está deteriorando, en la vida social, la convivencia armónica y pacífica. Esto sucede por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera. No se trata de hechos aislados o infrecuentes, sino de una situación que se ha vuelto habitual, estructural, que tiene distintas manifestaciones y en la que participan diversos agentes; se ha convertido en un signo de nuestro tiempo que debemos discernir para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y la tengan en plenitud» (No. 10).

Así se vive porque se ha perdido del horizonte de muchas personas la necesidad de la relación con Dios.

¿Qué signos de la vida de nuestra comunidad manifiestan que vivimos con Dios? ¿Qué signos expresan que nos hemos ido alejando de Dios?

JESÚS NOS REGRESA A LA PAZ DEL PADRE.

En su camino hacia Jerusalén, camino que no dejó hasta morir en la cruz, Jesús se encuentra con que es criticado por los escribas y fariseos porque convivía con los pecadores (Lc 15, 1-3.11-32). Esto lo hace platicarnos la parábola más bonita del Evangelio, la del Padre misericordioso. Con ella nos da a entender el sentido de su servicio: darnos a conocer al Padre, como Dios que perdona a sus hijos.

En la casa del Padre se vive bien. Se experimenta la paz porque no falta nada: ni pan ni techo ni trabajo; pero principalmente se tiene la experiencia del amor sin límites. Eso le hace ver el papá a su hijo mayor cuando lo invita a perdonar y a acoger a su hermano, que ha regresado a casa: “tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”. Pero, estar en la casa no asegura la paz; es necesario experimentar el amor al papá y al hermano. Es lo que el hijo mayor no está dispuesto a vivir y por eso no encuentra la paz.

Jesús vino al mundo para regresarnos a la paz de su Padre, paz que se ausenta con el odio, la violencia, la injusticia y las desigualdades. Es por eso que se acerca a los pecadores y se hace amigo de ellos, aunque eso le trae las críticas. Pero lo hace para manifestarles la misericordia del Padre, para ofrecerles el perdón y la vida nueva. Así lo reconocen nuestros Obispos: «En Jesucristo, Dios cumple esta promesa mesiánica de la paz que engloba para nosotros todos los bienes de la salvación. En Él, «imagen de Dios invisible» (Col 1,15), se nos descubre plenamente el misterio de Dios y el misterio del hombre. Él es el nuevo Adán, el hombre inocente, que con una visión transformada por la experiencia del amor de Dios, es capaz de contemplar la bondad de Dios en la realidad creada y descubrir el bien que hay en toda persona. Su mirada no se fija en el pecado de la humanidad; se fija en su sufrimiento necesitado de redención» (No. 131).

¿Qué aprendemos de Jesús a la luz de la parábola que acabamos de reflexionar?

NUESTRO COMPROMISO: VIVIR COMO HIJOS DE DIOS SIENDO HERMANOS.

Jesús nos enseña que con el Padre, que es misericordioso, se vive bien, se experimenta la paz porque nada nos falta. Además nos dice que para construir la paz es necesario ser hermanos, saber perdonar, construir relaciones de igualdad. Dios está siempre esperándonos para perdonarnos y para ayudarnos a vivir como hijos suyos, siendo hermanos con los demás. Nuestros Obispos nos indican a este propósito que la fraternidad es «el horizonte necesario para asegurar la paz» (No. 178).

La razón que nos dan es que «el principio de fraternidad amplía el horizonte del desarrollo a “la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base de los valores de la justicia y la paz.” Para los cristianos, la fraternidad nace de una vocación trascendente de Dios que nos quiere asociar a la realidad de la comunión trinitaria: “para que sean uno, como nosotros somos uno” (Jn 17,22)» (No. 182).

Es por eso que nosotros «Los cristianos, en un contexto de inseguridad como el que vivimos en México, tenemos la tarea de ser “constructores de la paz” en los lugares donde vivimos y trabajamos. Esto implica distintas tareas: “vigilar” que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia y ofrecer el servicio de «ser testigos», en la convivencia humana, del respeto al orden establecido por Dios, que es condición para que se establezca, en la tierra, la paz, “suprema aspiración de la humanidad.”» (No. 177) y «ser constructores de paz pide de nosotros además ser promotores del desarrollo humano integral» (No. 178).

Platiquemos: ¿Qué vamos a hacer para construir un ambiente de paz y reconciliación en nuestra comunidad? (tomar un acuerdo concreto).

CEPS

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