2008-11-25

VELAR CON ESPERANZA

Ciclo B, 1° DomAdv., 30 de Noviembre de 2008


“ los que esperan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”
(1-Cor 1, 7)

Aunque sus padres no estaban de acuerdo, Mónica, a sus 19 años, decidió juntarse con quien –pensaba ella- era el amor de su vida. Rentaron un cuartito en una vecindad y empezaron a echarle ganas. Juan Luis, su pareja, trabajaba en el mercado de carnicero. A los 6 meses Mónica se embarazó y el dinero ya no les alcanzó para la renta, la comida y los gastos médicos del embarazo. Tuvieron que pedir ayuda a los papás de ella; primero se enojaron, pero luego accedieron y los invitaron a que se fueran a vivir con ellos.
Luego de un tiempo, Juan Luis ya no pudo más y decidió irse a los Estados Unidos (Houston). Mientras tanto, los padres de Mónica tuvieron que responsabilizarse de todos los gastos. Los tres primeros meses Juan Luis mandó dinero y cartas diciendo que le estaba yendo muy bien construyendo casas de madera. Pero después de ese tiempo ya no se supo nada de él… Pasado un año, Mónica ya no terminó el CONALEP y tuvo que meterse a trabajar vendiendo teléfonos celulares ganado el salario mínimo y teniendo que trabajar horas extras sin paga, mientras que su mamá le cuidaba a Tomás, su hijo, y su papá seguía de velador en una fábrica. A pesar de la adversidad económica, a Tomás –quien sonreía mucho durante el día- no le faltaba el cariño de sus abuelos y de su mamá.

¿Con quién nos identificamos en esta experiencia? ¿Qué actitud tomamos con la familia en situaciones similares? ¿Dialogamos entre los miembros de nuestra familia?

El Señor en su Palabra nos dice que si nos mantenemos en la esperanza de la venida del Salvador no nos faltará ningún don (1-Cor 1, 7), entre ellos que somos hijos de Dios y que hemos sido llamados a una vocación santa. Por su parte el Papa Benedicto XVI afirma que la familia “ha sido y es escuela de la fe, de valores humanos y cívicos… La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos” (DAP 114)

En este 1° domingo de adviento se nos invita a valorar los espacios familiares como oportunidad para la solidaridad, el compañerismo y el amor, como alimentos para experimentar una velada con esperanza.

Agustín, Pbro. (Misión por la Fraternidad, Adviento-Familia)

CRISTO REY

Ciclo A, 34° Dom.Ord., 23 de Noviembre de 2008

“apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos”
(Mt 25, 32)

El evangelio de este domingo nos presenta un maravilloso cuadro que cierra el discurso sobre el final de los tiempos, la consumación de todo. Con este discurso se pone fin al ministerio público de Jesús. El pasaje descrito por San Mateo presenta dos cuadros: El juicio de los buenos y el juicio de los malos.

EL JUICIO DE LOS BUENOS. El Hijo del hombre es el Rey-Mesías, comisionado por su padre para realizar el juicio final “porque tuve hambre y me diste de comer…” Esta lista de seis obras de misericordia no es exhaustiva ni excluye el ejercicio de las demás virtudes. Lo que es digno de observar es que estos actos de caridad, ejercido sobre los menesterosos, son reconocidos por el Rey-Juez, como practicados en su propia persona. ¿Quiénes son estos hermanos del Rey? Son todos los miembros de la familia humana. Los ‘más pequeños’ pueden aplicarse a los más pobres, miserables y necesitados de este mundo.

EL JUICIO DE LOS MALOS. El evangelio describe la razón de la condenación de los malos y la réplica de estos. La causa del castigo es digna de reflexión. La condenación no ha sido por actos cometidos contra esos ‘más pequeños’ sino por omisiones de actos de misericordia: “porque tuve hambre y no me diste de comer”.

Castigo eterno y vida eterna. Estos dos juicios son una clara afirmación de los posibles estados definitivos del hombre en la vida futura. Las mujeres y los hombres seremos juzgados según la aceptación o el rechazo de Cristo a quien no vemos en carne y hueso, pero que se identifica con cuantos sufren en la tierra.

CONCLUSIÓN. Los hombres de hoy vivimos tan egoístamente, atrapados muchas veces por el individualismo y la avaricia, que se nos olvida que un día se nos va a pedir cuentas de nuestros actos a favor de “los más pequeños”.

ORACIÓN: ¡Señor Jesús, ayúdanos a ir contestando las preguntas que un día se nos van a hacer en el examen final!

David, Pbro.

2008-11-11

PARÁBOLA DE LOS TALENTOS

Ciclo A, 33° Dom.Ord., 16 de Noviembre de 2008


“Te felicito, siervo bueno y fiel”(Mt 25, 23)

INTRODUCCIÓN. Hoy escucharemos una llamada de Jesús al Trabajo y a la Vigilancia, con la hermosa parábola de “Los Talentos”, la cual consta de tres partes: 1) El Señor encomienda la hacienda a sus servidotes, 2) Los servidores negocian los talentos que se les han confiado, 3) El Señor regresa y pide cuentas a sus servidores.

EL SIERVO PEREZOSO. Con toda intención la parábola se centra en el empleado inútil y perezoso. Todas las razones que tuvo el siervo perezoso para esconder el talento desprestigian al amo: hombre duro, que recoge lo que no siembra. El temor a una reacción peor lo obliga a ocultar en tierra el talento del amo. Cuando el amo reclama al siervo, este le responde con indolencia: aquí tienes lo tuyo. El amo reacciona de acuerdo con las palabras del siervo y lo tacha de Malo y Perezoso.

El siervo al conocer cómo es su señor, hubiera puesto el dinero en el banco para recibir al menos los réditos; pero su indolencia ni eso le permite hacer. En definitiva el siervo no quiere explotar sus capacidades personales, aún cuando fueran mínimas. Un doble castigo presenta la parábola: El siervo es despojado del talento que se le había confiado, y será arrojado por su inutilidad a las tinieblas, símbolo de la separación definitiva del Reino de Dios. El talento, propiedad del amo, y que no debe quedar sin dar fruto, se le dará al que tiene diez.

ENSEÑANZA. Es evidente que el empleado inútil representa a las personas que no se esfuerzan por sacarle provecho a las cualidades y dones que recibieron de Dios. Jesús quiere recordar que no se conseguirán premios del cielo si primero no se han hecho esfuerzos ni se han corregido riesgos. El MEJOR TALENTO es nuestra capacidad de amar a Dios y al prójimo. Es un talento que debemos ir repartiendo entre los pobres, enfermos, angustiados, entre los familiares, vecinos y todos los que vengan en busca de un favor.


David, Pbro.

2008-11-05

LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

Ciclo A, 9 de Noviembre de 2008


El celo de tu casa me devora
(Jn 2, 17)


La IRA es uno de los 7 pecados capitales. Los demás son la soberbia, la gula, la pereza, la lujuria, la avaricia y la envidia. La IRA es un deseo de venganza. Si la IRA llega hasta el deseo deliberado de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta grave contra la caridad, es pecado mortal (CIC 2302).

La IRA justificada es una santa indignación, es un deseo ardiente pero razonable de imponer a los culpables un justo castigo. Así se airó justamente Nuestro Señor Jesucristo contra los vendedores del templo que manchaban con sus negociaciones la casa del Padre. La acción de Jesús que el evangelio de hoy nos relata, tiene varios significados:

1) Es la protesta de un reformador religioso, que corrige con energía los abusos que profanan el Templo de Dios. Con esto, Jesús no hacía sino continuar la conducta de algunos de los profetas. El Templo es la casa de Dios que Jesús quiere mantener limpia.

2) Es un signo de los tiempos mesiánicos. El profeta Malaquias preveía una purificación acrisolada para el culto levítico del templo (3, 1-3), y Zacarías, entreviendo para los tiempos mesiánicos una sacralización de todas las cosas en la tierra de Israel, escribía “Y no habrá más comerciantes en la casa de Yahvé Sebaot” (14, 21).

3) El anuncio de una víctima nueva. Al arrojar fuera del templo a los animales destinados a la inmolación, Jesús quería significar que el sacrificio de animales estaba por terminar.

La IRA, para que no sea pecado, y sea una IRA JUSTIFICADA O LEGÍTIMA, requiere de tres condiciones: Una causa justa, un completo dominio sobre la cólera y la misericordia.


David, Pbro.

LOS FIELES DIFUNTOS

Ciclo A, 31° Dom.Ord., 2 Noviembre de 2008

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre(Jn 6, 51)


INTRODUCCIÓN. Hoy, que recordamos a nuestros hermanos difuntos de quienes la muerte nos ha separado, es muy importante tener una idea clara y confortante de la muerte. El misterio de la muerte suscita en nosotros sentimientos de tristeza que son naturales, respetables y de los que no debemos avergonzarnos. La muerte causa una separación entre nosotros y las personas que amamos, la cual nos duele. Se ha dicho que la muerte es “La separación temporal del cuerpo y del alma. El cuerpo se va al sepulcro y el alma se va con Dios para ser juzgada”. San Agustín nos dice que “La muerte es el encuentro con Cristo, a quien amamos”.

EL MISTERIO DE LA MUERTE. En el momento de su vendida entre nosotros, Jesús tomó totalmente nuestra condición humana. No se sustrajo ni al dolor causado por la muerte de sus seres queridos, ni a su propia muerte, que él sabía que iba a ser humillante y dolorosa, y que incluso quiso sacarle la vuelta: “Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz…” Pero al morir, Jesús le dio un sentido nuevo a su muerte y a la de nosotros. Su muerte fue expresión de amor a su Padre y a nosotros.

Con la Resurrección de Jesús, Dios destruyó nuestra muerte. Jesús, nuestra cabeza, ha sido el primero en participar plenamente de la vida nueva, que también nosotros esperamos en él. El es el primogénito de entre los muertos. Jesús, en su propia muerte, da un sentido nuevo a su muerte y a la nuestra. Lo que para nosotros es un “hasta aquí llegaste”, él lo hace entender como un “inicio nuevo de existencia”. Lo que para nosotros era sólo muerte, él nos lo devuelve como vida nueva. Esta es nuestra fe y nuestra esperanza.

CONCLUSIÓN. El mayor miedo de la humanidad es el miedo a la muerte. Nadie nos queremos morir. Pero hoy se nos enseña una medicina para este miedo: Creer en la Palabra de Dios y recibir los Sacramentos. Cristo dijo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51) ¿Tienes miedo a la muerte? Recibe la Eucaristía, previa Confesión. Y se acabó el miedo. La Eucaristía es germen de vida eterna.

Bienaventurados los que están de luto (por la muerte de un ser querido) y creen en la Resurrección de los muertos.

David, Pbro.