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2017-11-20

Jornada Mundial de los Pobres, homilía del Papa Francisco

Jornada Mundial de los Pobres, homilía del Papa Francisco

Domingo 33 del tiempo ordinario, 19 de noviembre de 2017, basílica vaticana



Tenemos la alegría de partir el pan de la Palabra, y dentro de poco de partir y recibir el Pan Eucarístico, que son alimento para el camino de la vida. Todos lo necesitamos, ninguno está excluido, porque todos somos mendigos de lo esencial, del amor de Dios, que nos da el sentido de la vida y una vida sin fin. Por eso hoy también tendemos la mano hacia Él para recibir sus dones.

La parábola del Evangelio nos habla precisamente de dones. Nos dice que somos destinatarios de los talentos de Dios, «cada cual según su capacidad» (Mt 25,15). En primer lugar, debemos reconocer que tenemos talentos, somos «talentosos» a los ojos de Dios. Por eso nadie puede considerarse inútil, ninguno puede creerse tan pobre que no pueda dar algo a los demás. Hemos sido elegidos y bendecidos por Dios, que desea colmarnos de sus dones, mucho más de lo que un papá o una mamá quieren para sus hijos. Y Dios, para el que ningún hijo puede ser descartado, confía a cada uno una misión.

En efecto, como Padre amoroso y exigente que es, nos hace ser responsables. En la parábola vemos que cada siervo recibe unos talentos para que los multiplique. Pero, mientras los dos primeros realizan la misión, el tercero no hace fructificar los talentos; restituye sólo lo que había recibido: «Tuve miedo —dice—, y fui y escondí tu talento en la tierra; mira, aquí tienes lo que es tuyo» (v. 25). Este siervo recibe como respuesta palabras duras: «Siervo malo y perezoso» (v. 26). ¿Qué es lo que no le ha gustado al Señor de él? Para decirlo con una palabra que tal vez ya no se usa mucho y, sin embargo, es muy actual, diría: la omisión. Lo que hizo mal fue no haber hecho el bien. Muchas veces nosotros estamos también convencidos de no haber hecho nada malo y así nos contentamos, presumiendo de ser buenos y justos. Pero, de esa manera corremos el riesgo de comportarnos como el siervo malvado: tampoco él hizo nada malo, no destruyó el talento, sino que lo guardó bien bajo tierra. Pero no hacer nada malo no es suficiente, porque Dios no es un revisor que busca billetes sin timbrar, es un Padre que sale a buscar hijos para confiarles sus bienes y sus proyectos (cf. v. 14). Y es triste cuando el Padre del amor no recibe una respuesta de amor generosa de parte de sus hijos, que se limitan a respetar las reglas, a cumplir los mandamientos, como si fueran asalariados en la casa del Padre (cf. Lc15,17).

El siervo malvado, a pesar del talento recibido del Señor, el cual ama compartir y multiplicar los dones, lo ha custodiado celosamente, se ha conformado con preservarlo. Pero quien se preocupa sólo de conservar, de mantener los tesoros del pasado, no es fiel a Dios. En cambio, la parábola dice que quien añade nuevos talentos, ese es verdaderamente «fiel» (vv. 21.23), porque tiene la misma mentalidad de Dios y no permanece inmóvil: arriesga por amor, se juega la vida por los demás, no acepta el dejarlo todo como está. Sólo una cosa deja de lado: su propio beneficio. Esta es la única omisión justa.

La omisión es también el mayor pecado contra los pobres. Aquí adopta un nombre preciso: indiferencia. Es decir: «No es algo que me concierne, no es mi problema, es culpa de la sociedad». Es mirar a otro lado cuando el hermano pasa necesidad, es cambiar de canal cuando una cuestión seria nos molesta, es también indignarse ante el mal, pero no hacer nada. Dios, sin embargo, no nos preguntará si nos hemos indignado con razón, sino si hicimos el bien.

Entonces, ¿cómo podemos complacer al Señor de forma concreta? Cuando se quiere agradar a una persona querida, haciéndole un regalo, por ejemplo, es necesario antes de nada conocer sus gustos, para evitar que el don agrade más al que lo hace que al que lo recibe. Cuando queremos ofrecer algo al Señor, encontramos sus gustos en el Evangelio. Justo después del pasaje que hemos escuchado hoy, Él nos dice: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt25,40). Estos hermanos más pequeños, sus predilectos, son el hambriento y el enfermo, el forastero y el encarcelado, el pobre y el abandonado, el que sufre sin ayuda y el necesitado descartado. Sobre sus rostros podemos imaginar impreso su rostro; sobre sus labios, incluso si están cerrados por el dolor, sus palabras: «Esto es mi cuerpo» (Mt 26,26). En el pobre, Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y, sediento, nos pide amor. Cuando vencemos la indiferencia y en el nombre de Jesús nos prodigamos por sus hermanos más pequeños, somos sus amigos buenos y fieles, con los que él ama estar. Dios lo aprecia mucho, aprecia la actitud que hemos escuchado en la primera Lectura, la de la «mujer fuerte» que «abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre» (Pr 31,10.20). Esta es la verdadera fortaleza: no los puños cerrados y los brazos cruzados, sino las manos laboriosas y tendidas hacia los pobres, hacia la carne herida del Señor.

Ahí, en los pobres, se manifiesta la presencia de Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8,9). Por eso en ellos, en su debilidad, hay una «fuerza salvadora». Y si a los ojos del mundo tienen poco valor, son ellos los que nos abren el camino hacia el cielo, son «nuestro pasaporte para el paraíso». Es para nosotros un deber evangélico cuidar de ellos, que son nuestra verdadera riqueza, y hacerlo no sólo dando pan, sino también partiendo con ellos el pan de la Palabra, pues son sus destinatarios más naturales. Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales.

Y nos hará bien acercarnos a quien es más pobre que nosotros, tocará nuestra vida. Nos hará bien, nos recordará lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo. Sólo esto dura para siempre, todo el resto pasa; por eso, lo que invertimos en amor es lo que permanece, el resto desaparece. Hoy podemos preguntarnos: «¿Qué cuenta para mí en la vida? ¿En qué invierto? ¿En la riqueza que pasa, de la que el mundo nunca está satisfecho, o en la riqueza de Dios, que da la vida eterna?». Esta es la elección que tenemos delante: vivir para tener en esta tierra o dar para ganar el cielo. Porque para el cielo no vale lo que se tiene, sino lo que se da, y «el que acumula tesoro para sí» no se hace «rico para con Dios» (Lc 12,21). No busquemos lo superfluo para nosotros, sino el bien para los demás, y nada de lo que vale nos faltará. Que el Señor, que tiene compasión de nuestra pobreza y nos reviste de sus talentos, nos dé la sabiduría de buscar lo que cuenta y el valor de amar, no con palabras sino con hechos.

Jornada Mundial de los Pobres, homilía del Papa Francisco 

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2015-10-11

Bord28, SBL, Mc 10,17-30: Vende lo que tienes y sígueme (20151011)

Servicio Bíblico Latinoamericano 
Domingo 11 de octubre de 2015
Domingo 28º ordinario - Ciclo B
María Soledad Torres, fundadora (1887)
Juan XXIII, papa (1963)

Sab 7,7-11: En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza
Salmo 89: Sácianos de tu misericordia, Señor, y toda nuestra vida será alegría y júbilo
Heb 4,12-13: La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón
Mc 10,17-30: Vende lo que tienes y sígueme





La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, expresa la preferencia de la Sabiduría frente a todos los bienes de la tierra. El sabio pone en la plegaria de Salomón la superioridad de los valores espirituales sobre los materiales, supeditándolos todos al don de la sabiduría y la prudencia para el gobierno de su pueblo.

En el texto de la carta a los hebreos, el autor, al describir la fuerza transformadora de la Palabra de Dios, se hace eco de hondas raíces veterotestamentarias. En efecto, ya Isaías 42,9 había comparado la Palabra de Dios con la espada, y Jeremías la había presentado como una realidad operante por sí misma ( Jer 23,29).
La íntima acción salvadora de la Palabra en la persona oyente es descrita en el texto diciendo que es “penetrante... hasta el punto donde se dividen alma y espíritu”. Allí, en el santuario de la intimidad del corazón de la persona, de la comunidad oyente activa de esa voz salvadora que le muestra caminos de liberación, allí, donde reside la voluntad y la decisión de aceptarla o de rechazarla, donde anida lo más denso del ser humano: sus intereses, sus afectos, su libertad, es hasta donde la Palabra llega cuestionante, incisiva, liberadora, transformante. Por eso, el autor de la carta coloca intencionadamente las palabras “corazón, deseos, intenciones”, como abarcando en estas categorías la integralidad humana. Dios y su Palabra, “más íntimo que yo mismo” en expresión de San Agustín, conoce hasta los secretos más recónditos del corazón. El más absoluto misterio humano está patente ante sus ojos. Por eso, la Palabra es juez densamente imparcial, que conoce amando lo que ocurre en la conducta humana y en el corazón de hombres y mujeres.

La imagen del camino es central en el evangelio de Marcos (cf Mc 10, 17). Estamos ante el tema del seguimiento de Jesús. En ese sentido va la pregunta de aquel que únicamente Mateo llama "el joven rico" (19, 22); para Marcos (y Lucas) parece tratarse más bien de una persona mayor que pregunta: ¿cómo heredar la vida? (cf Mc 10,17). Jesús comienza por remitir a Dios; su bondad está al inicio de todo. Esto equivale a resumir la primera tabla de los mandamientos. En seguida enuncia explícitamente los correspondientes a la segunda tabla, con un añadido importante (que sólo se encuentra en Marcos): "no seas injusto" (v. 19). La frase es algo así como un sumario del listado que se recuerda. Se trata de la condición mínima que se plantea al creyente. Con sencillez el rico dice que todo eso lo ha observado (cf v. 20), no hay nada de arrogante en esta afirmación. Ésa era la convicción de los sabios de la época: la ley puede ser cumplida plenamente.
Pero seguir a Jesús es algo más exigente. Con afecto lo invita Jesús a ser uno de los suyos. No sólo debe abandonar la riqueza, hay que entregarla a los pobres, a los necesitados. Esto lo pondrá en condiciones de seguirlo (cf v. 21). No basta respetar la justicia en nuestras actitudes personales, hay que ir a la raíz del mal, al fundamento de la injusticia: el ansia de acumular riqueza. Pero, dejar sus posesiones, le resultó una exigencia muy dura al preguntante; como muchos de nosotros prefirió una vida creyente resignada a una cómoda mediocridad (cf v. 22). «Creer sí, pero no tanto». Profesar la fe en Dios, aunque negándonos a poner en práctica su voluntad. Jesús aprovecha la ocasión para poner las cosas en claro con sus discípulos: el apego al dinero y al poder que él otorga es una dificultad mayor para entrar en el Reino (cf v. 23). La comparación que sigue es severa; algunos han querido suavizarla, pretendiendo -por ejemplo- que había en la ciudad unas puertas pequeñas llamadas "agujas"... y que bastaba entonces al camello agacharse para poder entrar por ese ojo de aguja...
Los discípulos, en cambio, entendieron bien el mensaje. El asunto se les presenta poco menos que imposible. Pasar por el ojo de una aguja significa poner su confianza en Dios y no en las riquezas. No es fácil ni personalmente ni como Iglesia aceptar este planteamiento, siguiendo a los discípulos nos preguntamos -con pretendido realismo-: “entonces, ¿quién se podrá salvar?" (cf v. 26). El dinero da seguridad, nos permite ser eficaces, decimos. El Señor recuerda que nuestra capacidad de creer solamente en Dios es una gracia (cf v. 27).
Como comunidad de discípulos, como Iglesia, debemos renunciar a la seguridad que da el dinero y el poder. Eso es tener el "espíritu de sabiduría" (Sab 7,7), aceptar que ella sea nuestra luz (cf v. 10). A la sabiduría nos lleva la palabra de Dios, cuyo filo corta nuestras ataduras a todo prestigio mundano. Ante ella nada queda oculto, todas nuestras complicidades aparecen con claridad (cf Hb 4,12-13). Como creyentes, como Iglesia, ¿seremos capaces de pasar por el ojo de una aguja?

Una lectura ecológica del evangelio de hoy

El mundo, la humanidad, se encuentra hoy, también, ante el desafío de tener pasar «por el ojo de una aguja» si quiere conseguir... no ya la vida eterna celestial, sino simplemente la supervivencia terrestre.
Es un «ojo de aguja» nuevo. Nunca nos habíamos visto en esta situación. Siempre, desde siempre –es decir, desde que el homo et mulier sapientes aparecimos sobre esta tierra–, el ser humano percibió la tierra como ilimitada, inagotable, cuasi infinita, capaz de absorber impasible nuestro proyecto de desarrollo continuo, infinito.
Pero hace sólo cinco siglos (Magallanes, 1522) se dio cuenta de que la tierra no era una superficie plana infinita, sino una superficie esférica, cerrada sobre sí misma, y por tanto, limitada. Y ha sido sólo al final del pasado siglo XX cuando ha descubierto que su proyecto humano de desarrollo podría topar con los límites de la Tierra. Así lo proclamó proféticamente, en solitario, el famoso libro del Club de Roma «Los límites del crecimiento», de 1972, que no fue escuchado. Pero su profecía fue confirmada y ratificada al filo del cambio del siglo (1992, «Más allá de los límites del crecimiento»), al denunciar que estábamos en peligro de sobrepasarnos («overshot») más allá de la capacidad del planeta para absorber y regenerar los recursos que consumimos. Ese peligro ya se hizo realidad oficialmente el 23 de septiembre de 2008: los científicos que siguen el estado del Planeta, especialmente la Global Foot Print Network han hablado del «Día del sobrepasamiento», el «Earth Overshoot Day», día en el que calculan que hemos sobrepasado en un 30% su capacidad de reposición de los recursos necesarios para las demandas humanas. En este momento estamos necesitando más de una Tierra para atender a nuestra subsistencia...
El Informe de Desarrollo Humano del PNUD 2007-2008 confirmó la denuncia, y, de otra manera y con otros datos, confirmó que si toda la humanidad adoptara un nivel de vida como el de EEUU o Europa, necesitaríamos 9 planetas (pág. 48 de la edición en español).
Despidámonos pues de la «vida eterna» para la Humanidad. El planeta seguirá, sí, pues ha pasado crisis semejantes, y aunque la vida terrestre sea diezmada, el planeta seguirá, pero seguirá... sin nosotros. Ésta en la que estamos ya hace tiempo es la «sexta extinción». La anterior, la quinta, hace 65 millones de años, por efecto de un meteorito según las actuales hipótesis, causó la desaparición de los dinosaurios. La sexta, la presente, actualmente en curso acelerado, está causada concretamente por una especie biológica que ha llegado a convertirse en fuerza geológica. Parece que va a ser una crisis profunda, que se llevará consigo a dos tercios de las especies actuales (entre ellas la causante). Nada de «vida eterna», pues, sino la condena a «una muerte anunciada», y con carácter de inminencia.
Pero... «sólo una cosa tienes que hacer si quieres todavía alcanzar»... una prolongación de la vida: abandona el «sistema» que te lleva a la muerte, centrado obsesivamente en el enriquecimiento material, ciego a los costes ecológicos, y pasa a adoptar un nuevo estilo de vida, un nuevo paradigma, una nueva forma de mirar al planeta, comprendiendo que eres Tierra y dependes de ella, y que en vez de vivir de espaldas a ella y en guerra contra ella, debes vivir en amistad y en relación cariñosa y simbiótica con ella.
Se ha dicho muy frecuentemente en los últimos tiempos que el cristianismo tenía, ha tenido un «punto ciego» en el aspecto ecológico, que todo nuestro patrimonio simbólico de los tres grandes monoteísmos está construido no sólo «de espaldas a la naturaleza» (nos consideramos no naturales sino sobrenaturales), sino en buena parte «contra la naturaleza», como sus dueños y dominadores, por derecho divino incluso... Afortunadamente, la encíclica del Papa Francisco, de este año, Laudato sii’, acaba de dar un buen paso en sentido contrario. No podemos borrar nuestra historia pasada, ni nuestra realidad actual, pero al menos acabamos de dar un primer signo de conversión desde la cúpula misma de la institución. Como dice la encíclica, no se trata sólo de cuidar la naturaleza, sino de toda otra forma de pensar, una nueva cultura, una revolución mental.
Y también una revolución teológica: la de dejar de pensar que la ecología no tiene que ver con la vida cristiana, ni con la vida espiritual... y pasar a pensar que respetar la vida, cultivarla, reverenciarla, sentirla como nuestra placenta, nuestro hogar, nuestra hermana madre Tierra... tiene que formar parte, por derecho propio, del hecho de ser cristiano, como forma parte del hecho de ser ser humano.
La Agenda Latinoamericana’2010 (latinoamericana.org/index2010.html) ya planteó la necesidad de afrontar a fondo el tema de nuestra «conversión ecológica», y el de la «re-conversión ecológica» del cristianismo (incluida nuestra teología, nuestras creencias y nuestra espiritualidad). Todos los cristianos/as deberíamos insistir en nuestras comunidades en tocar, en hacer presente, en estudiar este tema, el tema «planetariamente más urgente»... Sus textos y materiales pastorales pueden ser tomados de su archivo (servicioskoinonia.org/agenda/archivo); ofrece también sugerencias para organizar grupos de estudio, materiales para la educación popular, textos y reflexiones para organizar en nuestras comunidades una reflexión profunda sobre el tema en su página complementaria: latinoamericana.org/2010/info

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 92, «Por el ojo de una aguja», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1400092 Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap92b.mp3 

Para la revisión de vida

          Aunque creamos en la Providencia, Dios nos ha encomendado procurarnos la materialidad de nuestra vida y debemos preocuparnos por todo lo económico. ¿Qué lugar ocupa el dinero en el "ranking" de mis valores y preocupaciones? ¿Un lugar adecuado, sometido a los valores?

Para la reunión de grupo

-                 Comentar/discernir sobre la propuesta de «interpretación ecológica» que se propone para este evangelio en el comentario bíblico-pastoral. ¿Está fundamentada la propuesta? ¿Qué aplicaciones tiene en nuestro contexto social? ¿Qué podemos/debemos hacer en nuestra comunidad cristiana?
-                 En este fin de año va a tener lugar en París una Cumbre mundial sobre los desafíos ecológicos y la urgencia de tomar decisiones colectivas mundiales... ¿Cómo podemos apoyar?
-                 Leer el libro de Tim FLANNERY, «El clima está en nuestras manos», de Taurus, colección minor, México y Madrid 2007, 291 pp (disponible en scribd.com). Absolutamente convincente. Encarecidamente recomendable. Comprar un ejemplar en el grupo y pasarlo de mano en mano, y organizar al final un ciclo de reuniones para tomar decisiones en los planos personal, comunitario, barrial, social...
-                 "¡Qué difícilmente entrarán los ricos en el Reino de Dios!". ¿Captan los ricos ese mensaje en la Iglesia oficial, como conjunto? A pesar de las críticas al "capitalismo salvaje", de hecho, en el nivel de la práctica, el capitalismo occidental se siente enjuiciado por la Iglesia o más bien apoyado? ¿Por qué? ¿En qué? Sea cual sea la respuesta, ¿qué corresponde hacer?
-                 "Vende todo lo que tienes, repártelo entre los pobres... ven y sígueme". Si esto no se hace materialmente, ¿cómo puede realizarlo de alguna manera un creyente que desee ser radical con el evangelio?
-                 "El camello que no entra / por el ojo de una aguja / entra en cualquier catedral" (Pedro Casaldáliga). Comentar.

Para la oración de los fieles

-                 Por la Iglesia, para que dé testimonio del desprendimiento generoso que todos desean ver en ella, roguemos al Señor.
-                 Para que comprendamos que el mensaje del evangelio de hoy no es para algunos "profesionales de la santidad" sino para todos los cristianos, y que todos debemos dar al dinero el lugar que le corresponde en nuestra vida...
-                 Para que no falten también entre los cristianos figuras emblemáticas que testimonien y nos recuerden a todos la urgencia de cambiar nuestro actual sistema de civilización en favor de un sistema sostenible, no enemigo de la naturaleza...
-                 Por los religiosos y religiosas, para que afronten la grave falta actual de vocaciones a la vida religiosa como un mensaje, una interpelación que algo o alguien o la sociedad o Dios mismo les está haciendo...
-                 Por tantos hombres y mujeres que viven la pobreza de un modo obligado, tratando sólo de salir de ella, sin hacer opción por luchar por la transformación del mundo y por la superación de la situación de exclusión actual de los pobres...
-                 Por los que utilizan el argumento del desprendimiento espiritual respecto de las riquezas como el pretexto para acallar su conciencia ante lo crecido de sus riquezas, para que entiendan que Dios no quiere de nosotros sólo desprendimientos interiores sino actitudes exteriormente comprobables...

Oración comunitaria

          Oh Dios, Padre nuestro, que nos has hecho responsables del sustento de nuestra propia vida y de la de nuestros hijos. Ayúdanos a tener una sana relación con lo económico, que evite tanto un romanticismo idealista o espiritualista, como el materialismo romo y sin ideales. Y líbranos sobre todo de poner lo económico por encima de la justicia y del amor. Por Jesucristo N.S.

          Oh Dios que a través de los avances científicos actuales nos «revelas» de forma nueva la divinidad del cosmos y de la Tierra, así como lo descaminado de nuestro modelo actual de civilización... Abre nuestras mentes a la captación de esta nueva «revelación», y haznos sentir experiencialmente la «divinidad», el carácter divino de la realidad. Con Jesús de Nazaret y todos tus testigos. Amén.

2010-11-20

Cristo Rey con sombrero

Cord34, Cristo Rey con sombrero, 21 de Noviembre de 2010

2Sam 5, 1-3: Ungieron a David como rey de Israel
Salmo 121, 1-2. 4-5: Vamos alegres a la casa del Señor
Col 1, 12-20: Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido
Lc 23, 35-43: Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí


JESÚS DE NAZARET, cuando estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, nos dice el evangelio de Lucas. Desde mucho tiempo atrás, los israelitas esperaban a un mesías poderoso que iba a restablecer el poderío de Israel en el mundo. Por eso, cuando vieron a un personaje debilucho, pobre, que convivía con los pecadores y les lavaba los pies, incluso algunos lo veían como un peligro para sus intereses, mejor decidieron perseguirlo, burlarse y ejecutarlo en la cruz. Entonces, ¿de qué tipo de Reino hablaba Jesús de Nazaret? Actualmente, ¿cuáles son los signos del Reino? ¿Cuáles deberán ser las actitudes o rasgos de los discípulos de Jesús para pertenecer al Reino? ¿Cuál será el mejor camino para adentrarnos al Reino? La Iglesia actual, ¿es signo del Reino? ¿Quiénes? ¿Cómo? Es tiempo oportuno de evaluarnos.


La Palabra nos dice que Jesús incluye a todos en su Reino de Vida (Mc 2, 16; Lc 7, 36-50) y opta por las más pobres (Lc 14, 15-24). Por tanto, el reinado de Dios les pertenece en primer lugar a los pobres (Lc 6, 20; Cf. Lc 4, 18-19). En APARECIDA, los obispos afirman que Jesucristo es el Reino de Dios que transforma nuestra Iglesia y nuestra sociedad (AP 382), un Reino de vida digna para todos (AP 361). Habría que subrayar las señales del Reino: la vivencia de las bienaventuranzas, la evangelización de los pobres, el acceso de todos a los bienes de la creación, entre otros (AP 383). Esto implica ser discípulos que aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, su estilo de vida, su obediencia, su compasión ante el dolor humano, su cercanía a los pobres (AP 139; Cf. 152; 353).


QUÉ LES PARECE si hacemos nuestra la misión del Reino de Jesucristo:

1) Asumimos las bienaventuranzas del Reino para ser seguidores de Jesús. ¿Cómo le hacemos?

2) Asumimos la evangelización de los pobres. ¿Cómo le hacemos?

3) Asumimos la transformación de nuestra Iglesia y la sociedad. ¿Cómo le hacemos?

Me parece que la pregunta de fondo es ¿Cómo le hacemos para quitarnos el cetro y ponernos un sombrero de paja? ¿Cómo le hacemos para quitarnos los apegos y el afán de triunfo y poder?


Agustín, Pbro.



Tu reino es vida -S. 72- Miguel Manzano - Ciberiglesia.net .mp3
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2009-01-13

VOCACIÓN DE LOS PRIMEROS DOS

Ciclo B, Ord2, 18 de Enero de 2009

Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús
(Jn 1, 37)
JESÚS DE NAZARET llamó a los primeros dos discípulos del grupo del Bautista. Eran personas sencillas y que se les consideraba pecadoras. Ellos confiaron en la palabra del Bautista, quien los acercó al “Cordero de Dios” y, a su vez, Jesús confío en el Bautista. En el prefacio del domingo anterior se decía que Jesús, después del bautismo en el Jordán, fue enviado a evangelizar a los pobres. He ahí el escenario: confianza en los pobres, más aún, ser pobres, para evangelizar a los pobres. Ahora, frente al desafío de la “Misión Permanente” tenemos las siguientes tentaciones: No ser pobres como Jesús; no confiar en los pecadores y/o pobres para la misión; o bien acapararlos para mi grupo, movimiento o asociación… alejándolos del Mesías.

EN APARECIDA se lamentan los Obispos que poco nos hemos preocupado por los pobres (100-b) y que, en ocasiones, nos hemos apartado de una vida más sencilla, austera y solidaria (100-h), siendo que la Iglesia es casa de los pobres (8). Por eso se nos invita a que los discípulos y misioneros de Jesucristo seamos pobres para ir al encuentro de los pobres (540). Es necesario dedicar tiempo a ellos y transformar su situación, desde ellos (397), ser sus amigos (398). En la construcción del Reino participamos todas las personas de buena voluntad, pero en especial los pecadores y débiles. “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres (Mt 25, 40)” (AP 393). “Nuestra solidaridad se ha de manifestar en la defensa de la vida, de los derechos humanos, y en el acompañamiento de los más débiles y excluidos para que sean sujetos de cambio.” (394). Por otro lado también se afirma desde el magisterio: “En las últimas décadas, varias asociaciones y movimientos apostólicos laicales han desarrollado un fuerte protagonismo.” (214).

QUÉ LES PARECE si nos incorporamos con grupos o familias pobres para convivir con ellos y, así, tengamos las mismas actitudes de Jesús de Nazaret. Qué les parece si nos proponemos un Programa Personal de Pobreza que nos permita seguir mejor los pasos de Jesús de Nazaret y nos haga tomar más conciencia de la realidad de miseria, y su consecuente inseguridad y violencia, que mucha gente de nuestro alrededor vive. Qué les parece si estudiamos y reflexionamos a profundidad las Bienaventuranzas, la primera de las cuales es una buena noticia para los pobres: “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!” (Lc 6, 20)

Agustín Pbro.

2008-06-30

LA HUMILDAD

Ciclo A, 14° Dom.Ord., 6 de Julio de 2008


“Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”
(Mt 11, 28)


El Señor ha iniciado la predicación y la vivencia del Reino de los Cielos. Él mismo es el evangelio del Reino. Pero, ¡qué difícil es comprenderlo, asimilarlo y vivirlo! Para que podamos decir que ya estamos viviendo el Reino es porque ya estamos viviendo la Comunión y la Caridad. Si comprender el significado de estos términos es difícil, ¡imaginemos lo complicado en poder vivirlos! Hoy, el Señor nos hace una revelación: Que sólo revela los misterios del Reino a las personas sencillas y humildes.

En esta nueva época que estamos viviendo en la historia, somos testigos de la pobreza, la desintegración y violencia familiar, y de una gran cantidad de divorcios. Vemos también que la Iglesia está en crisis: Cada vez menos sacerdotes, cada vez más católicos alejados; vemos a una Iglesia cada vez más centralista, tecnócrata y con gran riesgo de enredarse en el poder; poco misionera y muy alejada de la realidad de sus miembros. ¿El motivo? No hemos sido lo suficientemente Sencillos y Humildes para ser dignos del Reino. La humildad es reconocer la misericordia de Dios y la dignidad y derechos de los otros; la sencillez es vivir libre de toda atadura que me impida vivir la comunión y la caridad.

En el Documento de Aparecida los Obispos escribían que, frente a la realidad crítica que nos ha tocado vivir, es necesaria una renovación eclesial en lo espiritual, pastoral e institucional (# 367). La Iglesia “tiene como misión propia la Palabra, los Sacramentos y practicar la caridad” (# 386); es más, debiera ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” (# 395). En una palabra, el Señor nos llama a ser “pobres para servir al pobre” (# 540). Esto es lo difícil, por eso necesitamos de una conversión no sólo personal, sino también pastoral. Si no somos pobres como el Maestro, seguiremos ocupando todavía los primeros lugares del banquete.

Cuando logramos la conversión, uno de los signos es la evangelización y solidaridad con los pobres. Se trata de una evangelización liberadora, es decir, que transforma sus vidas de una vida infrahumana a una vida más humana y plena en Jesucristo (DAP 257).

Agustín, Pbro.