2010-02-28

Con Jesús, transfigurar nuestro mundo

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010
2° Domingo de Cuaresma

INTRODUCCIÓN.

En el tema anterior entramos con Jesús en el desierto, donde fue probado en su condición de Hijo de Dios. Ante las tentaciones salió adelante, sosteniéndose en su relación filial para con su Padre, para ir luego a la misión. También vimos cómo la violencia y la inseguridad en que vivimos son consecuencia de que muchas personas se están dejando llevar por las tentaciones del tener, del poder y del placer.

En este segundo tema viviremos con Jesús la vivencia de su Transfiguración para continuar en la misión, la cual tiene como referente la entrega de su persona hasta la experiencia de la cruz. Con el tema nos revisaremos personal y comunitariamente en relación a la entrega que estamos teniendo en la construcción del Reino y descubriremos lo que tenemos que hacer como comunidad para que nuestro mundo sea transfigurado.

NUESTRA SITUACIÓN: VIOLENCIA, SECUESTROS, MUERTES, ASALTOS, ROBOS… INSEGURIDAD.

Ante el crecimiento de la violencia y la inseguridad con que nos encontramos día a día, los Obispos de nuestro país nos invitan a trabajar por la paz y la reconciliación. Ellos ven la situación grave y triste, preocupante y desafiante:
«En México, al igual que en varios países de América Latina y del Caribe, se está deteriorando, en la vida social, la convivencia armónica y pacífica. Esto sucede por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera» (No. 10)

y, al mismo tiempo, señalan
«El dolor y angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas […] los excesos, en algunos casos, en la persecución de los delincuentes. Nos preocupa además, que de la indignación y el coraje natural, brote en el corazón de muchos mexicanos la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano» (No. 4).

Comentemos: ¿con qué situaciones de estas nos hemos encontrado? ¿Qué experimentamos al vivirlas o al darnos cuenta de ellas en la experiencia de otras personas?

Todas estas situaciones de la vida personal o familiar no están aisladas del resto de la vida de la sociedad. Solamente expresan lo grave de la injusticia y las desigualdades en que vivimos, además de que existen otros factores que las alimentan y sostienen. Nuestros Obispos señalan esas realidades: el auge que se ha dado a la economía de mercado, en la que no hay oportunidades iguales para todos, pues impera la ley del más fuerte; el crecimiento de la pobreza, que se expresa en rostros concretos; los bajos salarios, el incremento del desempleo, la falta de condiciones para que crezcan las pequeñas y medianas empresas, la concentración de la riqueza en pocas manos, la corrupción y la impunidad. Pareciera que no hay muchas esperanzas de que la situación vaya a cambiar.

EN MEDIO DE LA CRISIS, JESÚS ES TRANSFIGURADO.

Con su servicio diario Jesús anunciaba buenas nuevas a los pobres (Lc 9, 28-36). Pero parecía que su misión no daba resultados: ya estaba condenado a muerte desde el comienzo, había sido tachado como loco y endemoniado por sus familiares, sus paisanos lo rechazaron, estaba siendo atacado por las autoridades religiosas. Llegó a tal grado su crisis que les preguntó a sus discípulos sobre lo que decía la gente de él y lo que ellos mismos decían.

Todavía les anunció que en Jerusalén iba a sufrir mucho a manos de las autoridades y que iba a morir y resucitar. Así andaba Jesús cuando subió a la montaña a orar al Padre, acompañado de algunos de sus discípulos, y en ese encuentro con su Padre se transfiguró.

Jesús fue ungido por el Espíritu Santo para anunciar buenas nuevas a los pobres, para liberar a los cautivos, para devolver la vista a los ciegos y para proclamar el año de gracia del Señor. Jesús vino para liberar, para dar vida digna. Su Padre lo confirmó en esta misión y lo sostuvo en su condición de Hijo amado. Así le devuelve la confianza en sí mismo para continuar con la misión. La transfiguración fue completa, por fuera y por dentro; por fuera apareció radiante, con las vestiduras blancas, reflejo de su situación interior. Así nos da a entender que vale la pena dedicar la vida a la construcción del Reino de Dios. Quiere decir que, al ser transfigurado, Jesús quedó nuevamente con fuerza para seguir en su misión.

Nuestros Obispos nos ayudan a caer en la cuenta de esta misión y de cómo la vivió el Señor.
«Jesús rechazó la violencia como forma de sociabilidad y lo mismo pide a sus discípulos al invitarlos a aprender de su humildad y mansedumbre (Cf. Mt 11,29). Para romper la espiral de la violencia, recomienda poner la otra mejilla (Cf. Mt 5, 39) y el amor a los enemigos (Cf. Lc 6,35), paradoja incomprensible para quienes no conocen a Dios o no lo aceptan en sus vidas. La motivación evangélica que justifica esta recomendación es clara: imitar a Dios (Cf. Mt 5,45); el amor a los enemigos hace al ser humano semejante a Dios y en este sentido, lo eleva, no lo rebaja. Así, el discípulo se incorpora en la corriente perfecta del amor divino para salir de sí mismo y construir una humanidad solidaria y fraterna. El discípulo de Jesús debe amar gratuitamente y sin interés, como ama Dios, con un amor por encima de todo cálculo y reciprocidad» (No. 133).

Y para vivir en el amor, que transfigura el mundo al eliminar toda clase de violencia, el Padre también pide a los discípulos de su Hijo que lo escuchemos, por lo que tenemos que actuar como Él. No debemos quedarnos encerrados, metidos en nuestras casas o en nuestros templos; tenemos que salir a la misión, a luchar por la paz, la justicia y la reconciliación. Por eso Jesús, después de haber sido transfigurado, regresa al anuncio del Reino, que tiene como consecuencia la muerte en cruz de la que hablaba con Moisés y Elías.

¿De qué manera nos reanima Jesús con su experiencia de transfiguración?

NUESTRO COMPROMISO: TRANSFIGURAR NUESTRO PAÍS LUCHANDO POR LA PAZ.

El encuentro con Jesús en el Monte de la Transfiguración vuelve a los discípulos al trabajo de construcción del Reino de Dios. Si ya antes de subir al monte Jesús les había anunciado su muerte y resurrección, después de la experiencia de la transfiguración ellos tienen que guardar silencio y seguirlo en su camino hacia la cruz.

En relación a la situación de violencia creciente en México, nuestros Obispos en su documento sobre la Paz y la Reconciliación dicen:
«El Reino de Dios no se impone por la fuerza ni con la violencia; es una realidad sobrenatural, presente en el corazón y en el testimonio de los discípulos, que critica y desenmascara las falsas paces y las estructuras que hacen imposible la paz. Jesús alienta a quienes le siguen a trabajar por la paz que es don de Dios y tarea del hombre. Quienes se comprometen en construirla son llamados “hijos de Dios” (Mt 5,9). Ya en el Antiguo Testamento encontramos la concepción del ser humano como artífice de la paz (Cf. 1 Mac 6,58‐59) y ello no se refiere a quienes tienen ánimo pacífico, de quietud o sosiego, sino a quienes se comprometen en “hacer” la paz, en tomar la iniciativa, en trabajar, en esforzarse por conseguirla. Tampoco se refiere a los que cultivan la paz para sí mismos, sino a quienes se empeñan activamente por establecerla, allí donde los hombres la han roto y se encuentran enemistados» (No. 136).

También nos dicen:
«Esta misión, por la que hacemos nuestro el deseo del Padre de construir el Reino y de anunciar la Buena Nueva a los pobres y a todos los que sufren, exige de nosotros una mirada inocente que nos permita desenmascarar la obra del mal, denunciar con valentía las situaciones de pecado, evidenciar las estructuras de muerte, de violencia y de injusticia, con la consigna de vencer al mal con la fuerza del bien» (No. 159).

A la luz de lo reflexionado en este tema asumamos un compromiso: ¿Qué vamos a hacer en nuestra familia, en nuestro barrio o pequeña comunidad para que en nuestro pueblo haya un ambiente pacífico? (tomar un acuerdo a realizar).
CEPS

2010-02-21

Con Jesús, vencer las tentaciones

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010
1° Domingo de Cuaresma

INTRODUCCIÓN.

Estamos viviendo como Iglesia el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Estos cuarenta días nos ayudan a prepararnos para la celebración de la Pascua de Jesús. Nuestra preparación la hacemos con la imposición de la ceniza, la oración, la abstinencia, el ayuno, el encuentro con la Palabra de Dios, el rezo del Viacrucis, el sacramento de la Reconciliación y la celebración de la Semana Santa. Se nos propone vivir todo esto dado que la Cuaresma es un tiempo dedicado a fortalecer la vivencia de la conversión.

A partir de hoy vamos a reflexionar en nuestra vida personal y comunitaria a la luz de cinco temas cuaresmales, que tienen como tema general: “Por la reconciliación a la paz”. En ellos nos encontraremos con el texto del Evangelio de cada domingo de Cuaresma, por lo que nos uniremos a Jesús en su servicio al Reino. Los temas son: 1) Con Jesús, vencer las tentaciones. Es nuestro tema de hoy; 2) Con Jesús, transfigurar nuestro mundo; 3) Con Jesús, dar frutos de paz y reconciliación; 4) Con Jesús, volver a la paz del Padre; 5) Con Jesús, vivir la misericordia.

[Que estas reflexiones cuaresmales nos animen a asumir un compromiso concreto a favor de la vida digna de nuestro pueblo]

NUESTRA SITUACIÓN: INSEGURIDAD Y VIOLENCIA.

Acerca de la situación en que vivimos, nuestros Obispos, en su exhortación pastoral “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna” sobre la misión de la Iglesia en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México, expresan: «En los últimos meses, en toda la geografía nacional, suceden hechos violentos, relacionados, en numerosas ocasiones, con la delincuencia organizada; esta situación se agrava día con día. Recientemente se ha señalado que una de las ciudades de la República Mexicana tiene el índice más alto de criminalidad en el mundo. Esta situación repercute negativamente en la vida de las personas, de las familias, de las comunidades y de la sociedad entera; afecta la economía, altera la paz pública, siembra desconfianza en las relaciones humanas y sociales, daña la cohesión social y envenena el alma de las personas con el resentimiento, el miedo, la angustia y el deseo de venganza» (No. 2).

Comentemos: ¿qué signos concretos vemos en nuestra comunidad de esta situación?
Si vivimos así no es porque Dios lo quiera o porque tengamos que sufrir ahora para merecer después, sino porque hay unas causas muy concretas, cuya raíz es la ambición de tener de parte de unas pocas personas. Y también es causa de esto la manera en que está organizada la sociedad y el privilegio que tiene el mundo del mercado.

Así lo expresan los Obispos de nuestro país: «La economía es uno de los ámbitos en los que debemos buscar los factores que contribuyen a la existencia de la violencia organizada. La desigualdad y la exclusión social, la pobreza, el desempleo, los bajos salarios, la discriminación, la migración forzada y los niveles inhumanos de vida, exponen a la violencia a muchas personas: por la irritación social que implican; por hacerlas vulnerables ante las propuestas de actividades ilícitas y porque favorecen, en quienes tienen dinero, la corrupción y el abuso de poder» (No. 28).

«Los actos violentos que presenciamos y sufrimos son síntomas de otra lucha más radical, en la que nos jugamos el futuro de la patria y de la humanidad. En el interior del ser humano se da la batalla de tendencias opuestas entre el bien y el mal. Los cristianos no vemos a las personas como enemigos que hay que destruir; nuestra lucha es contra el poder del mal que destruye y deshumaniza a las personas» (No. 110) y «la pretensión de prescindir de Dios y de su proyecto de vida» (No. 112).

En el fondo se trata de la caída en las tentaciones del poder, tener y placer, de parte de unos pocos, que los lleva al acaparamiento, a hacerse su propio proyecto de vida, a hacerse dueños de vidas y personas, a disponer de los bienes de los demás, lo que rompe las relaciones pacíficas entre las personas y, por tanto, con Dios.

JESÚS NOS ENSEÑA A VENCER LAS TENTACIONES.

Antes de comenzar su misión, Jesús se deja conducir por el Espíritu Santo al desierto (Lc 4, 1-13). Ahí, durante cuarenta días, ora al Padre, ayuna, se fortalece; de esta manera se prepara para ir a anunciar y hacer presente el Reino de Dios. A eso vino al mundo. El desierto es el lugar de la prueba, de la tentación, de la experiencia de Dios.

A Jesús se le presentó la tentación fundamental de la humanidad: ser como Dios. Él, siendo el Hijo de Dios –y así lo provocó el diablo–, tenía la posibilidad de manifestar su poder para su beneficio. Dando muestras de poder, podía ganar fama, tener éxito, conquistar el mundo, hacer y deshacer como se le antojara. Estaba frente a la posibilidad, en base a su libertad y a su poder, de obrar el mal y, de esta manera, dar cabida al reinado del mal.

Pero Jesús es consciente de que el proyecto del Reino va por otro lado: por el de la entrega, el servicio, el compartir, el dar la vida. Por eso se muestra obediente al Padre, quiere ser fiel a Él y manifestarse solamente a su servicio, porque Dios quiere la vida digna para toda la humanidad. Jesús decide utilizar su condición de Hijo para servir y dar la vida. Con esta conciencia y apoyado en la Escritura, vence las tentaciones, que igualmente se le presentarán durante su pasión, en el Huerto de los Olivos y en la Cruz. Jesús nos enseña el camino y con su testimonio nos invita a unirnos con Él en la lucha contra el mal, que destruye las relaciones entre las personas y los pueblos, que provoca la violencia, que lleva a la destrucción y a la muerte.

¿A qué nos anima Jesús con su posición frente a las tentaciones?

NUESTRO COMPROMISO: FORTALECER LA VIDA DE LOS BAUTIZADOS PARA RECHAZAR LA VIOLENCIA Y LA INJUSTICIA.

Dicen nuestros Obispos que «la aceptación del mal en el corazón lleva al ser humano: a cerrarse a toda relación complementaria con los demás; a buscar la felicidad aislándose todo lo posible para no ser dañado por los demás y a procurar tener a su disposición todo lo que necesita para lo que considera una vida plena. Una vez afectado por esta ceguera, ya no tiene la capacidad de ver en la creación la presencia de Dios, sólo ve objetos que puede manipular para llenar sus necesidades; de la misma manera ve y trata a las personas, así se ve y se trata a sí mismo» (No. 124). Así, rompe la paz con Dios, con los hermanos y hermanas y con la Creación.

Nosotros no estamos exentos de caer en estas situaciones y tenemos que mantenernos unidos a Jesús en su experiencia de lucha contra las tentaciones. Gran parte de los que son agentes de violencia en nuestro país han recibido el Bautismo y, quizá, otros sacramentos, pero no han sido formados para vivir en comunión, para luchar contra el mal y sus manifestaciones, para ser fieles a Dios y su Reino de vida. Necesitamos asumir esta tarea en nuestra comunidad para con quienes están bautizados.

¿Qué vamos a hacer para garantizar la formación de los bautizados de nuestra comunidad para que se conviertan en agentes de vida? (Acordar una acción a realizar).

CEPS