Es antigua
la tentación de considerar que lo esencial de una religión está en el
cumplimiento de formalidades rituales, y no en la asunción de sus principios
vitales. También esta tentación acompañó al «pueblo de Dios» de Israel -como a
muchos otros «Pueblos de Dios»-, desde tiempos inmemoriales. Hoy, si alguna
persona se atreve a cuestionar, aunque sea indirectamente, ciertos lastres
históricos y a proponer alternativas coherentes con el evangelio, en poco
tiempo es tachada de «desviarse de la auténtica doctrina». Sin embargo, como
nos recuerda el Salmo, no son los
muchos ornamentos ni el boato de las celebraciones lo que nos eleva a Dios,
sino la justicia, la honestidad, la recta intención y el respeto. Anunciar la
justicia y vivirla en el día a día constituye la exigencia fundamental de las
Escrituras judeocristianas –y en esto coinciden con tantas otras Escrituras-.
Los rituales, las prescripciones, las ceremonias... nos pueden ayudar a
continuar por el camino de Dios, pero no pueden sustituirlo. Por esta razón, la
exhortación que Moisés dirige a su pueblo se centra en la necesidad que tiene
el pueblo de Dios de hacer una clara opción por el Dios de la libertad y de la
justicia que los ha sacado de Egipto. De lo contrario, el sueño de la «tierra
prometida» se puede convertir en una cruel pesadilla.
Los primeros cristianos experimentaron en carne propia la amenaza del
formalismo y el ritualismo. Después de un tiempo de dedicación y fervor por la
misión, los ánimos comenzaron a ceder y la comunidad se vio rápidamente atraída
por las relaciones puramente funcionales y formales. De este modo se perdía la
fraternidad que les daba identidad y coherencia.
La carta de Santiago nos
pone en guardia contra una religión que no encarne los valores del Evangelio.
La palabra escuchada en la Sagrada Escritura debe ser discernida según el
Espíritu para vivirla dócilmente en la vida cotidiana. El cristianismo no es
una formalidad social que cumplir, ni un ritual más en las prácticas piadosas
de una cultura. El cristianismo se manifiesta como una opción vital que
requiere del compromiso íntegro de la persona. La comunidad de creyentes es el
espacio ideal para que la persona realice su opción y viva, en compañía de
otros hermanos y hermanas, el llamado de Jesús.
Aunque el libro del
Deuteronomio -que Jesús sigue muy de cerca- propone como religión una serie
de principios éticos orientados a crear lazos de solidaridad, equidad y
justicia; sin embargo, el judaísmo del primer siglo estaba más inclinado a
valorar las formalidades. Lavarse o no lavarse la manos antes de ingerir
alimentos había pasado de ser una norma elemental de higiene a convertirse en
una norma que decidía quién era religioso y quién era un pecador. La tentación
de canonizar los objetos, los rituales, los espacios y el tiempo le pueden
hacer olvidar a la persona piadosa que la esencia de su relación con Dios no
está en los protocolos culturales, sino en el respeto, la compasión y la
misericordia.
Jesús nos invita a redescubrir la
esencia del cristianismo en nuestra opción por construir la Utopía de Dios -lo
que él llamaba en arameo «Malkuta Yavé», Reino de Dios- y por vivir de acuerdo
con los principios del evangelio. Todas nuestras normas y protocolos están al
servicio de una auténtica vivencia de sus enseñanzas. Nosotros no debemos
renunciar a una vida auténtica y creativa para seguirlo a él. Todo lo
contrario. Debemos recrear aquí ya ahora toda la novedad de su profecía y toda
la radicalidad de su amor incondicional por los excluidos.
Conectado con todo este tema está aquel otro de «la letra y el
espíritu»: la letra es el detalle de lo mandado, la prescripción, el rito, la
acción concreta, la «verdad superficial» (Niels Bohr)... El espíritu es el
sentido con el que ha sido concebida aquella práctica concreta, y la vivencia
con la que debe ser vivida, la «verdad profunda» (Bohr). Por eso se dice que la
letra (se entiende: la sola letra, o la letra sin espíritu, la verdad
superficial) mata, mientras que el espíritu vivifica. La letra es medio,
mientras que el espíritu es un fin. Éste puede darse aun sin aquélla, al margen
o incluso «en contra» de ella: en efecto hay veces que, en circunstancias muy
especiales, el espíritu de una ley o de una práctica ritual puede exigir hacer
en aquella situación, «precisamente lo contrario» de lo que la letra prescribe.
Esa flexibilidad, esa «libertad de espíritu» se exige a los cristianos, como a
todo ser humano adulto y maduro.
Otro problema distinto –que no podemos abordar aquí, pero que sería
bueno no dejar de mantenerlo dentro del horizonte- es que la religiosidad
actual se está transformando. Por su propia naturaleza, las «religiones»
(llamamos así aquí, técnicamente, a «la forma que ha revestido la
espiritualidad del ser humano a partir de su sedentarización neolítica», a
partir de la revolución agraria, hace sólo unos pocos miles de años -porque
antes había espiritualidad, pero no «religiones»), han tenido en los ritos, en
las prácticas rituales, minuciosamente prescritas, un medio importantísimo de
expresión, y un modo a la vez de control social. La religión, en las sociedades
agrarias, ha sido el mejor y más potente vehículo de identidad de la sociedad,
y de control por parte del poder, y han sido los ritos su expresión más
visible.
Hoy estamos llegando precisamente al fin de la edad agraria (el
neolítico), después de la revolución industrial y tecnológica, la
mundialización plural, y el progresivo advenimiento de la sociedad del
conocimiento. Las «religiones agrarias» -en aquel sentido técnico preciso- ya
no tienen cabida. (Sí lo tiene, insuperablemente, la espiritualidad, la
religiosidad profunda, más allá de sus concreción en las diferentes
«religiones»). El ser humano post-agrario ya no puede aceptar su identidad ni
puede aceptar un control por los vehículos «religionales» basados en
«creencias» (en sentido también técnico). Obviamente, la espiritualidad del ser
humano va a continuar, es inamisible. Pero lo que han sido técnicamente «las
religiones agrarias», está muriendo, va a desaparecer, y es bueno que
desaparezca, porque la humanidad está en otra etapa de su historia. Los ritos,
las prácticas religiosas prescritas... son, por eso, en alguna sociedades
actuales avanzadas, realidades «residuales», que desaparecen vertiginosamente.
Si la Iglesia no acepta afrontar sin miedo estos planteamientos, lo único que
hace es retrasar el reconocimiento de una enfermedad que no deja de socavarle
sus entrañas en los millones de fieles que silenciosamente se van autoexiliando
cada año, no sólo en las sociedades llamadas «avanzadas», sino también ya en
América Latina. Fue en el año 2008 que comenzamos a conocer «apostasías»
voluntarias de cristianos en algunos países de América Latina, un fenómeno
absolutamente nuevo en su historia, pero un fenómeno significativo -y
creciente- en el momento actual de la historia globalizada del mundo.
Para la revisión de vida
Cuando Jesús denuncia las actitudes de sus
contemporáneos fariseos, está denunciando una tentación permanente en la
historia de las relaciones de las personas con Dios, que me afecta también a mí
mismo. ¿Qué actitudes farisaicas detecto en mi vida, en mis relaciones con los
demás y, sobre todo, en mis relaciones con Dios? ¿De verdad engañan mi
conciencia esas actitudes mías? ¿Me engaño a mi mismo, pensando que puedo
engañar a Dios?
Para la reunión de grupo
-
En el llamado "despertar religioso" que se da en la
actualidad, muchas «prácticas religiosas» están en boga: nuevos movimientos
religiosos como la New Age, efervescencia en grupos evangélicos de «Iglesias
libres», y, en los ambientes católicos más clásicos, peregrinaciones a lugares
de apariciones, nuevas devociones como el Divino Niño, oraciones de intercesión
a los santos, publicación en los diarios de agradecimiento por las «gracias
recibidas», novenas, vuelta de los «jueves eucarísticos», cofradías, procesiones,
medallas, escapularios… El apóstol Santiago, sin embargo, nos recuerda hoy en
la segunda lectura que «la religión pura e intachable a los ojos de Dios es
ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos
con este mundo». Se trata de un mensaje muy «secularizador», y muy recurrente
en el evangelio.
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¿Qué lugares del evangelio, o qué otras palabras del mismo Jesús
recordamos en esta línea?
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¿Se puede decir que la religiosidad, las prácticas religiosas son
también, en algún sentido una tendencia «natural» de la persona humana y de los
colectivos sociales, y no algo «puramente religioso»?
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¿Se puede decir que el evangelio, en ese sentido, no es
«religiosista», sino precisamente una «invitación a superar esa religiosidad»?
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Se suele distinguir entre la Tradición y las tradiciones. Existe una
«Tradición» fundamental, derivada de la llamada «revelación» -tradición que, en
realidad, no pasa de ser un núcleo, pequeño pero central-, y existe una
multitud de «tradiciones» menores, que a veces provienen de apenas hace unos
siglos, que no tienen fundamento ni bíblico ni teológico, o que, aunque su
sentido ya pasó, se han enquistado en la Iglesia y muchos las ponen
desapercibidamente en un nivel o rango que no les corresponde.
-
Perseverar en una tradición con el pretexto de que si perdemos algo
que funcionó en el pasado, lo habremos perdido todo, ni demuestra espíritu de
libertad, ni contribuye al futuro desenvolvimiento de la libertad y la madurez
de las personas. ¿Puede ser que nuestra Iglesia esté repitiendo normas,
discursos, ritos, miedos, formas de organización eclesial, ritos litúrgicos...
que considera una Tradición intocable o de «derecho divino», pero que sean en
realidad "tradiciones" de raíces mucho más cortas, elementos que se
han introducido en determinados momentos de la historia y que ya perdieron su
sentido y que no responden adecuadamente a las necesidades pastorales de la
sociedad de hoy, ni posibilitan la fidelidad a la Gran Tradición verdaderamente
transmitida a partir del evangelio?
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Poner ejemplos.
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Hacer un elenco de "tradiciones" que deberían mudar en favor
de la Tradición.
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Dialogar cada una de ellas.
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Es del famoso cristólogo Josef MOINGT esta cita que invitamos a
comentar: «La gran revolución religiosa llevada a cabo por
Jesús consiste en haber abierto a los hombres otra vía de acceso a Dios
distinta de lo sagrado, la vía profana de la relación con el prójimo, la
relación ética vivida como servicio al prójimo y llevada hasta el sacrificio de
uno mismo. Se convirtió en Salvador universal por haber abierto esta vía
accesible a todo hombre».
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Leer y comentar el libro de Mariano CORBÍ Religión sin religión, PPC,
Madrid 1996. Disponible en formato digital en la biblioteca de los Servicios
Koinonía (servicioskoinonia.org/biblioteca).
Para la oración de los fieles
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Para que la Iglesia sea siempre mensajera de la auténtica Palabra de
Dios y no ponga su empeño en lo que sólo son palabras y tradiciones humanas.
Oremos.
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Para que los creyentes busquemos no la fe fácil, sino la fe
responsable, que nos hace adorar al Dios único y verdadero y servir a los
hermanos, especialmente a los pobres y necesitados. Oremos.
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Para que crezca en todas las personas el sentido de libertad y
responsabilidad ante las decisiones que debamos tomar en nuestra vida. Oremos.
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Para que sepamos educar a nuestros niños y adolescentes, no tanto en
las tradiciones y folclores cuanto en una fe seria y madura. Oremos.
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Para que las normas religiosas humanas y los cánones jurídicos nunca
ahoguen las exigencias del Evangelio. Oremos.
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Para que esta comunidad nuestra tenga claridad de ideas a la hora de
distinguir lo verdadero de lo falso, lo importante de lo secundario, la
Tradición de las tradiciones, la palabra humana de la voluntad divina...
Oremos.
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, de quien procede todo
bien y cuyo Espíritu nos llama a la Libertad. Te rogamos que las normas, leyes,
ritos y temores… que muchas veces interponemos en nuestra relación contigo, no
logren ocultarnos tu rostro de amor, de forma que lejos de aferrarnos a
tradiciones simplemente humanas, estemos libres para encontrar creativamente
vías siempre nuevas de llegar hasta Ti y de contemplar tu rostro, por J.N.S.