Ciclo A, 9° Dom.Ord., 1° de Junio de 2008
“Sino el que cumpla la voluntad de mi Padre”(Mt 7, 21)
Jesús continúa su predicación en el Monte. Ya pronunció las bienaventuranzas, ya habló sobre el amor a los enemigos (Mt 5), sobre la oración y el ayuno (Mt 6). Ahora insiste en las obras: “No todo el que diga 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los cielos…”
Sus discípulos y la muchedumbre en general está sorprendida por las palabras de Jesús, por su estilo de vida y sus palabras, pero Jesús no quiere que se queden en el puro sentimiento, con una fe sólo expresiva (¡qué bonito!) y no pasen a la puesta en práctica de su fe. Jesús critica una fe que se reduce al ámbito de lo puramente religioso y hasta espectacular: “¿no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”, pero separado de las tareas y responsabilidades de la vida cotidiana. Jesús rechaza con energía esas acciones que se quedan en lo superficial o en lo “milagroso” que, sin más, no corresponden a la voluntad de Dios.
La voluntad de Dios tiene que ver con la práctica del amor y la justicia. Mateo pone a los necesitados, a los más vulnerables como el criterio fundamental para definir la entrada al Reino (Mt 25, 31-46). Una fe que no va de la mano de la justicia, y que no se traduce en obras, es como una casa edificada sobre arena, expuesta a la lluvia y demás inclemencias que de un momento a otro se vendrá abajo.
En el Documento de Aparecida, nuestros Obispos nos invitan a que vivamos nuestra fe en la realidad social concreta (N° 167), para que iluminemos todos los ámbitos de la vida social (N° 501). De hecho, toda auténtica misión se orienta hacia la vida eterna pero también por las necesidades concretas (N° 176; 27 y 367). Practicar la justicia es señal del Reino (N° 383).
David, Pbro.
“Sino el que cumpla la voluntad de mi Padre”(Mt 7, 21)
Jesús continúa su predicación en el Monte. Ya pronunció las bienaventuranzas, ya habló sobre el amor a los enemigos (Mt 5), sobre la oración y el ayuno (Mt 6). Ahora insiste en las obras: “No todo el que diga 'Señor, Señor'
Sus discípulos y la muchedumbre en general está sorprendida por las palabras de Jesús, por su estilo de vida y sus palabras, pero Jesús no quiere que se queden en el puro sentimiento, con una fe sólo expresiva (¡qué bonito!) y no pasen a la puesta en práctica de su fe. Jesús critica una fe que se reduce al ámbito de lo puramente religioso y hasta espectacular: “¿no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”, pero separado de las tareas y responsabilidades de la vida cotidiana. Jesús rechaza con energía esas acciones que se quedan en lo superficial o en lo “milagroso” que, sin más, no corresponden a la voluntad de Dios.
La voluntad de Dios tiene que ver con la práctica del amor y la justicia. Mateo pone a los necesitados, a los más vulnerables como el criterio fundamental para definir la entrada al Reino (Mt 25, 31-46). Una fe que no va de la mano de la justicia, y que no se traduce en obras, es como una casa edificada sobre arena, expuesta a la lluvia y demás inclemencias que de un momento a otro se vendrá abajo.
En el Documento de Aparecida, nuestros Obispos nos invitan a que vivamos nuestra fe en la realidad social concreta (N° 167), para que iluminemos todos los ámbitos de la vida social (N° 501). De hecho, toda auténtica misión se orienta hacia la vida eterna pero también por las necesidades concretas (N° 176; 27 y 367). Practicar la justicia es señal del Reino (N° 383).
David, Pbro.
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