Servicio Bíblico Latinoamericano
Domingo 25 de mayo de 2014
6º Domingo de Pascua - Ciclo A
Beda el Venerable, presbítero y doctor de la
Iglesia (735)
María Magdalena de Pazzi, religiosa (1607)
Hch 8,5-8.14-17: Les imponían las manos y recibían
el Espíritu Santo
Salmo responsorial 65: Aclamen al Señor, tierra
entera
1Pe 3,15-18: Como era hombre, lo mataron; pero,
como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida
Jn 14,15-21: Yo le pediré al Padre que les dé otro
defensor
La palabra
de Felipe, un misionero que lleva el mensaje de Jesús a nuevas fronteras, es
escuchada con atención porque hay coherencia entre lo que dice y lo que hace.
La palabra y el poder sanador de Felipe son motivo de alegría para la comunidad
samaritana. Para que una comunidad se mantenga firme en el evangelio es
necesario tener la fuerza y la gracia del Espíritu Santo, algo que solo se
logra con la oración, la imposición de las manos como signo de herencia
fraterna y el bautismo comprometido con la misión de Jesús. Los discípulos y
discípulas de ayer y de hoy tenemos la gracia de haber recibido el Espíritu Santo
a través del Bautismo y la imposición de las manos. El Espíritu Santo es el
único que puede garantizar el éxito y la eficacia de la misión. Discipulado,
Espíritu y misión son las marcas que identifican al misionero de Jesús.
El pasaje de la carta de Pedro insta a la comunidad a ser santos. Una
santidad que está siempre ligada al seguimiento y a las consecuencias que esta
opción misionera imponga en nuestras vidas.
El Evangelio de Juan nos da la clave del verdadero seguimiento: AMAR.
Este amor es el mandamiento que Jesús da a quienes quieran seguirlo. Ser
discípulos o discípulas de Jesús implica tener como norma de vida el amor, un
amor activo, liberador y eficaz. Ésta es la esencia del Evangelio, éste es el
corazón de la vida y la práctica de Jesús, esto es lo que identifica a todos
aquellos y aquellas que han asumido su misión.
Jesús teme por el futuro de sus discípulos. Sabe que las fuerzas del
mal son poderosas y no escatiman esfuerzos para eliminar a las fuerzas del
bien. Reconoce que sus discípulos no tienen todavía la formación y la
convicción necesaria para enfrentar estas fuerzas malignas. Por esto, en un
gesto de amor profundo, Jesús le pide al Padre que derrame el Espíritu sobre
los discípulos de ayer y de hoy, para no dejarnos huérfanos, para que
permanezca siempre con nosotros en la continuidad de la misión. Mientras el
mundo permanece ciego, el Espíritu permite a los discípulos de Jesús
reconocerlo en los hermanos. En el amor a los demás se reconoce el verdadero
rostro de Jesús. Sólo el amor, al que somos llamados, es garantía de la
presencia de Dios en nosotros y en nuestras comunidades. Si el amor es la clave
del seguimiento de Jesús, tendremos que preguntarnos que estamos haciendo en
nuestra vida y en nuestras comunidades para impregnar el mundo de amor, un amor
que con la fuerza del Espíritu, permita que la verdad, la justicia y la
fraternidad sean las huellas del Reino en el mundo de hoy.
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La
1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, nos presenta a Felipe
predicando a los samaritanos en su capital. Es una noticia inusitada si tenemos
en cuenta la enemistad tradicional entre judíos y samaritanos, tan presente en
los evangelios, en pasajes como la parábola del buen samaritano (Lc 10,29-37),
o la conversación de Jesús con la samaritana (Jn 4,1-42) o en otros pasajes más
breves (Mt 10,5; Lc 9,51-56; 17,16; Jn 8,48). Los judíos consideraban a los
samaritanos como herejes y extranjeros (cfr. 2Re 17,24-41) pues, aunque
adoraban al único Dios y vivían de acuerdo con su ley, no querían rendir culto
en Jerusalén, ni aceptaban ninguna revelación ni otras normas que las
contenidas en el Pentateuco. Los samaritanos pagaban a los judíos con la misma
moneda, pues los habían hostigado en los períodos de su poderío y habían
llegado a destruir su templo en el monte Garitzín. Por todo esto nos parece
sorprendente encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su propia capital, y
con tanto éxito como sugiere el pasaje que hemos leído, hasta concluir con un
hermoso final: que su ciudad, la de los samaritanos, "se llenó de
alegría".
Esta
obra evangelizadora que rompe fronteras nacionales, que supera odios y
rivalidades ancestrales, provocando en cambio la unidad y la concordia de los
creyentes, es obra del Espíritu Santo, como comprueban los apóstoles Pedro y
Juan, que con su presencia en Samaria confirman la labor de Felipe. Se trata de
una especie de Pentecostés, de venida del Espíritu Santo sobre estos nuevos
cristianos procedentes de un grupo tan despreciado por los judíos. Para el
Espíritu divino, no hay barreras ni fronteras. Es Espíritu de unidad y de paz.
La
2ª lectura sigue siendo, como en los domingos anteriores, un pasaje de
la 1ª carta de Pedro. Escuchamos una exhortación que con frecuencia se nos
repite y recuerda: que los cristianos debemos estar dispuestos a «dar razón de
nuestra esperanza» a todo el que nos la pida. ¿Por qué creemos, por qué
esperamos, por qué nos empeñamos en confiar en la bondad de Dios en medio de
los sufrimientos de la existencia, las injusticias y opresiones de la historia?
Porque hemos experimentado el amor del Padre, y porque Jesucristo ha padecido
por nosotros y por todos, para darnos la posibilidad de llegar a la plenitud de
nuestra existencia en Dios. Por esta misma razón el apóstol nos exhorta a
mostrarnos pacientes en los sufrimientos, contemplando al que es modelo
perfecto para nosotros, a Jesucristo, el justo, el inocente, que en medio del
suplicio oraba por sus verdugos y los perdonaba. La breve lectura termina con
la mención del Espíritu Santo por cuyo poder Jesucristo fue resucitado de entre
los muertos.
A
quince días de que termine la cincuentena pascual, la Iglesia comienza a
prepararnos para la gran celebración que la concluirá: la de Pentecostés, la
venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La manifestación pública de la
Iglesia. Podríamos decir que su inauguración –teológicamente hablando, no
históricamente hablando–.
En la lectura del evangelio de san Juan,
tomada de los discursos de despedida de Jesús que encontramos en los capítulos
13 a 17 de su evangelio, el Señor promete a sus discípulos el envío de un
"Paráclito", un Defensor o Consolador, que no es otro que el Espíritu
mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad porque procede de
Dios que es la verdad en plenitud, no un concepto, ni una fórmula, sino el
mismo Ser Divino que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce
la historia humana a su plenitud.
Los
grandes personajes de la historia permanecen en el recuerdo agradecido de
quienes les sobreviven, tal vez en las consecuencias benéficas de sus obras a
favor de la humanidad. Cristo permanece en su Iglesia de una manera personal y
efectiva: por medio del Espíritu divino que envía sobre los apóstoles y que no
deja de alentar a los cristianos a lo largo de los siglos. Por eso puede
decirles que no los dejará solos, que volverá con ellos, que por el Espíritu
establecerá una comunión de amor entre el Padre, los fieles y El mismo.
El
«mundo» (en el lenguaje de Juan) no puede recibir el Espíritu divino. El mundo
de la injusticia, de la opresión contra los pobres, de la idolatría del dinero
y del poder, de las vanidades de las que tanto nos enorgullecemos a veces los
humanos. En ese mundo no puede tener parte Dios, porque Dios es amor,
solidaridad, justicia, paz y fraternidad. El Espíritu alienta en quienes se
comprometen con estos valores, esos son los discípulos de Jesús.
Esta
presencia del Señor resucitado en su comunidad ha de manifestarse en un
compromiso efectivo, en una alianza firme, en el cumplimiento de sus mandatos
por parte de los discípulos, única forma de hacer efectivo y real el amor que
se dice profesar al Señor. No es un regreso al legalismo judío, ni mucho menos.
En el evangelio de San Juan ya sabemos que los mandamientos de Jesús se reducen
a uno solo, el del amor: amor a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha
de mostrar creativo, operativo, salvífico.
El evangelio de hoy no es dramatizado en la serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/), de
los hermanos LÓPEZ VIGIL, puede recogerse algún otro que el animador de la
comunidad juzgue oportuno.
Para la revisión de vida
Con frecuencia entendemos el amor que nuestra
fe nos pide como una cuestión de sentimientos; pero, de ser así, ¿cómo entender
el amor al enemigo, que nos pide Jesús? El amor cristiano no es tanto un
sentimiento del corazón como una actitud de vida ante el prójimo, sea amigo o
enemigo. ¿Cómo muestro yo mi amor a Dios y al prójimo, con sentimentalismos o,
como Él nos dice, cumpliendo su voluntad?; ¿vivo mi fe como un «asunto del
corazón» o como un asunto de mi vida entera?; ¿recuerdo y vivo aquello de
«obras son amores y no buenas razones»?
Para la reunión de grupo
-
En el evangelio de hoy Jesús nos promete la compañía del Espíritu en
la comunidad. ÉL nos llevará a la verdad completa, y gracias a Él no estaremos
solos. Sin embargo, en la historia de la Iglesia –y probablemente, en nuestra
propia infancia- nuestra formación cristiana dejó a un lado al Espíritu. Dios,
sin más especificación, era Dios Padre, y Cristo era el protagonista del
proyecto del Padre. El Espíritu con frecuencia brillaba por su ausencia. ¿A qué
se debe este olvido del Espíritu en nuestra historia cristiana? ¿Qué
consecuencias ha podido traer?
-
Por otra parte, es verdad que decir de un grupo que es pentecostal,
espiritual, pentecostalista o espiritualista, carismático… son calificaciones
con frecuencia entendidas como negativas. ¿Por qué? ¿En qué peligros se basa
este temor?
-
El Espíritu es la fuerza que nos capacita para cumplir la tarea que
Dios nos asigna a personas y comunidades; sin Espíritu, la religión se queda en
magia; con Espíritu se convierte en vida; ¿cómo celebra nuestra Iglesia los
sacramentos: como ritos mágicos, como celebraciones folclóricas? ¿En qué
sentido?
Para la oración de los fieles
-
Por la Iglesia, para que siempre sea consciente de que su vida no está
en sus normas e instituciones sino en dejarse llegar por el Espíritu, y no se
anuncie a sí misma sino el Reino de Dios. Roguemos al Señor.
-
Por todos los creyentes, para que sintamos siempre el gozo y la
alegría de haber recibido la Buena Noticia y sintamos también el impulso de
anunciarla a los demás. Roguemos al Señor.
-
Por todos los que ya no esperan nada ni de Dios ni de los hombres,
para que nuestro testimonio les abra una puerta a la esperanza. Roguemos al
Señor.
-
Por los jóvenes, esperanza del mundo del mañana, para que se preparen
a construir un mundo mejor, más solidario, más justo y más fraterno. Roguemos
al Señor.
-
Por todos los pobres del mundo, para que los cristianos, con nuestra
fraternidad solidaria, seamos causa real de su esperanza en verse libres de sus
limitaciones. Roguemos al Señor.
-
Por todos nosotros, para que formemos una verdadera comunidad en la
que se alimente nuestra fe y nuestra esperanza, de modo que podamos transmitir
nuestro amor a los demás. Roguemos al Señor.
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que en Jesús de Nazaret,
nuestro hermano, has hecho renacer nuestra esperanza de un cielo nuevo y una
tierra nueva; te pedimos que nos hagas apasionados seguidores de su Causa, de
modo que sepamos transmitir a nuestros hermanos, con la palabra y con las
obras, las razones de la esperanza que sostiene nuestra lucha. Por Jesucristo.
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