Ciclo A, 24° Dom.Ord. 14 de Septiembre de 2008
No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete
(Mt 18, 22)
“Perdona nuestros ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (decimos en el Padre Nuestro). Así como Dios perdona, también nosotros tenemos que perdonar.
En el evangelio de este domingo, Pedro se cree muy generoso y, en efecto, lo es, porque ¿quién es capaz de perdonar siete veces a la misma persona que nos trata mal? Sin embargo, el Señor no se contenta con ese tipo de perdón, un poco medido y reflexionado, sino que exige el perdón completo.
La parábola que Mateo nos relata de “el deudor despiadado” ilustra muy bien la doctrina del Maestro divino sobre el perdón, que debe ser una de las actitudes fundamentales del discípulo de Cristo. Toda la narración está sostenida por el contraste de dos conductas, dos comportamientos opuestos: la deuda del siervo es impagable, pero bastó un gesto de buena voluntad del rey y le concedió el perdón; el siervo tiene por su parte un compañero con una pequeña deuda, sin embargo su exigencia es implacable y no conoce esperas ni tolerancias, no perdona. Se porta con insolencia y sin el menor humanismo hacia su amigo, y lo mete a la cárcel. ¡Qué hermoso hubiera sido si, en respuesta al gesto misericordioso de su amo, también hubiera perdonado la deuda a su amigo! A este siervo se le ofrecía la posibilidad de imitar la conducta de su rey. Lamentablemente dejó escapar tan estupenda ocasión. Procedió en sentido contrario.
Finalmente el rey, “encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.” Y termina el evangelio con la siguiente sentencia de Nuestro Señor: “Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
CONCLUSIÓN: En nuestra sociedad actual parece ser que la venganza es la cosa más natural que existe. La historia como la vida de los individuos está marcada por esta lacra. El cristiano está llamado a cambiar este proceso de venganza en perdón.
David, Pbro.
No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete
(Mt 18, 22)
“Perdona nuestros ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (decimos en el Padre Nuestro). Así como Dios perdona, también nosotros tenemos que perdonar.
En el evangelio de este domingo, Pedro se cree muy generoso y, en efecto, lo es, porque ¿quién es capaz de perdonar siete veces a la misma persona que nos trata mal? Sin embargo, el Señor no se contenta con ese tipo de perdón, un poco medido y reflexionado, sino que exige el perdón completo.
La parábola que Mateo nos relata de “el deudor despiadado” ilustra muy bien la doctrina del Maestro divino sobre el perdón, que debe ser una de las actitudes fundamentales del discípulo de Cristo. Toda la narración está sostenida por el contraste de dos conductas, dos comportamientos opuestos: la deuda del siervo es impagable, pero bastó un gesto de buena voluntad del rey y le concedió el perdón; el siervo tiene por su parte un compañero con una pequeña deuda, sin embargo su exigencia es implacable y no conoce esperas ni tolerancias, no perdona. Se porta con insolencia y sin el menor humanismo hacia su amigo, y lo mete a la cárcel. ¡Qué hermoso hubiera sido si, en respuesta al gesto misericordioso de su amo, también hubiera perdonado la deuda a su amigo! A este siervo se le ofrecía la posibilidad de imitar la conducta de su rey. Lamentablemente dejó escapar tan estupenda ocasión. Procedió en sentido contrario.
Finalmente el rey, “encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.” Y termina el evangelio con la siguiente sentencia de Nuestro Señor: “Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
CONCLUSIÓN: En nuestra sociedad actual parece ser que la venganza es la cosa más natural que existe. La historia como la vida de los individuos está marcada por esta lacra. El cristiano está llamado a cambiar este proceso de venganza en perdón.
David, Pbro.
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