Ciclo B, 3° DomAdv., 14-Dic-2008
“En medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen”
(Jn 1, 26)
En tiempo de Jesús se pensaba que el reino de los cielos estaba reservado sólo para aquellos hombres cumplidores de la ley de Moisés. Las mujeres, los niños y los hombres enfermos o con oficios impuros (como cobrar impuestos) estaban excluidos de la posibilidad de llegar al cielo. A las mujeres se les consideraba impuras, y sólo ganaban un poco de “respeto” si engendraban hijos varones. Las mujeres, sobre todo desde niñas, finalmente tenían que hacer lo que su padre, hermano o marido les impusieran. Es más, eran impuras sólo por el hecho de menstruar y estaban imposibilitadas de heredar, por lo que muchas de ellas siempre fueron pobres. Llegada a la edad suficiente a los niños se les instruía en la ley, mientras que a las mujeres se les marginaba. Los enfermos eran considerados impuros porque se creía que Dios los había castigado por sus acciones pecaminosas.
Sin embargo, Jesús rompe con este molde cultural machista. En muchos pasajes bíblicos lo vemos acercarse a los niños, a los enfermos, con mujeres en general y de mala fama, por ejemplo con la mujer samaritana en el pozo de Jacob. De hecho, hasta llama a algunos de ellos para que sean sus discípulos. Ahora bien, ¿cómo se dio cuenta y cómo le hizo Jesús para actuar de esa manera? Además del Espíritu Santo, seguramente fue María y José, sus padres, quienes le empezaron a inculcar ese respeto hacia las mujeres, los niños y los enfermos. Por eso hará suyas las palabras del profeta: E1 espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres…
En Aparecida se vuelve a proclamar el valor supremo de cada hombre y cada mujer desde su concepción hasta su muerte natural (387-388), y se nos urge a vivir de acuerdo a la dignidad que Dios nos ha dado (389), poniendo especial atención a los Rostros Sufrientes de Cristo (393), y ciertamente entre ellos están los ancianos y enfermos, las mujeres y los niños (402).
En este tiempo de adviento el Señor nos invita, por la voz del Bautista, a redescubrir a aquella persona de la familia y/o de la comunidad, que “no conocemos”, que la hemos excluido del círculo familiar, del grupo apostólico, o bien la hemos maltratado, para anunciarle la buena nueva de Jesucristo, el Mesías.
Agustín, Pbro.
“En medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen”
(Jn 1, 26)
En tiempo de Jesús se pensaba que el reino de los cielos estaba reservado sólo para aquellos hombres cumplidores de la ley de Moisés. Las mujeres, los niños y los hombres enfermos o con oficios impuros (como cobrar impuestos) estaban excluidos de la posibilidad de llegar al cielo. A las mujeres se les consideraba impuras, y sólo ganaban un poco de “respeto” si engendraban hijos varones. Las mujeres, sobre todo desde niñas, finalmente tenían que hacer lo que su padre, hermano o marido les impusieran. Es más, eran impuras sólo por el hecho de menstruar y estaban imposibilitadas de heredar, por lo que muchas de ellas siempre fueron pobres. Llegada a la edad suficiente a los niños se les instruía en la ley, mientras que a las mujeres se les marginaba. Los enfermos eran considerados impuros porque se creía que Dios los había castigado por sus acciones pecaminosas.
Sin embargo, Jesús rompe con este molde cultural machista. En muchos pasajes bíblicos lo vemos acercarse a los niños, a los enfermos, con mujeres en general y de mala fama, por ejemplo con la mujer samaritana en el pozo de Jacob. De hecho, hasta llama a algunos de ellos para que sean sus discípulos. Ahora bien, ¿cómo se dio cuenta y cómo le hizo Jesús para actuar de esa manera? Además del Espíritu Santo, seguramente fue María y José, sus padres, quienes le empezaron a inculcar ese respeto hacia las mujeres, los niños y los enfermos. Por eso hará suyas las palabras del profeta: E1 espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres…
En Aparecida se vuelve a proclamar el valor supremo de cada hombre y cada mujer desde su concepción hasta su muerte natural (387-388), y se nos urge a vivir de acuerdo a la dignidad que Dios nos ha dado (389), poniendo especial atención a los Rostros Sufrientes de Cristo (393), y ciertamente entre ellos están los ancianos y enfermos, las mujeres y los niños (402).
En este tiempo de adviento el Señor nos invita, por la voz del Bautista, a redescubrir a aquella persona de la familia y/o de la comunidad, que “no conocemos”, que la hemos excluido del círculo familiar, del grupo apostólico, o bien la hemos maltratado, para anunciarle la buena nueva de Jesucristo, el Mesías.
Agustín, Pbro.
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