LE DIJO LA SEÑORA A JUAN DIEGO:
Digno Juan, Digno Juan Diego. Sabe y ten seguro en tu corazón, hijo mío el más desamparado, que yo soy la siempre Virgen, Santa María, madre de El Dios de Gran Verdad…
¿Acaso no soy yo aquí tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y mi resguardo?... Que ya nada te apene ni te dé amarguras. No te aflija la enfermedad de tu tío. Porque no ha de morir de lo que ahora tiene. Ten seguro en tu corazón que ya sanó. (Y en aquel mismo momento sanó su tío, como después se supo).
(Nican Mopohua, vv. 13, 22, 76 y 77)
Digno Juan, Digno Juan Diego. Sabe y ten seguro en tu corazón, hijo mío el más desamparado, que yo soy la siempre Virgen, Santa María, madre de El Dios de Gran Verdad…
¿Acaso no soy yo aquí tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y mi resguardo?... Que ya nada te apene ni te dé amarguras. No te aflija la enfermedad de tu tío. Porque no ha de morir de lo que ahora tiene. Ten seguro en tu corazón que ya sanó. (Y en aquel mismo momento sanó su tío, como después se supo).
(Nican Mopohua, vv. 13, 22, 76 y 77)
A partir de 1521, la conquista de los pueblos indígenas en lo que hoy es la República Mexicana, se extendió como una plaga que despojó a nuestros pueblos de su autonomía, su libertad, y en algunos casos su vida.
Con las Apariciones en el Tepeyac en 1531, Dios quiere otra cosa, quiere pueblos libres y dignos, y para que esto se realice, es de absoluta necesidad que los indios y los pobres en general, tomen conciencia de que son depositarios del encargo guadalupano de cambiar la realidad histórica.
Con las Apariciones en el Tepeyac en 1531, Dios quiere otra cosa, quiere pueblos libres y dignos, y para que esto se realice, es de absoluta necesidad que los indios y los pobres en general, tomen conciencia de que son depositarios del encargo guadalupano de cambiar la realidad histórica.
Agustín
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