Servicio
Bíblico Latinoamericano
Semana del 30 de Marzo
al 5 de Abril de 2014 – Ciclo A
Domingo 30 de marzo de 2014
Domingo 4º de Cuaresma, ciclo A
Zósimo, obispo (418)
1Sm 16,1b.6-7.10-13ª: David es ungido rey de
Israel
Salmo responsorial 22: El señor es mi pastor, nada
me falta
Ef 5,8-14: Levántate de entre los muertos, y
Cristo será tu luz
Jn 9,1-41: Fue, se lavó, y volvió con vista
El pueblo de
Dios se planteó desde antiguo un gran problema: ¿cómo saber quién es el enviado
de Dios? Muchos aparecían haciendo alarde de sus habilidades físicas, de su
astucia, de su sabiduría, incluso, de su profunda religiosidad, pero era muy
difícil saber quien procedía de acuerdo con la voluntad del Señor y quien
quería ser líder únicamente para obtener el poder.
En la época de Samuel la situación era realmente complicada. El profeta,
movido por el Espíritu de Dios, buscó un líder que sacara al pueblo del difícil
atolladero de la crisis interna de las instituciones tribales y de la amenaza
de los filisteos. Surgió Saúl, un muchacho distinguido, de buena familia y de
extraordinaria complexión física. Los hebreos más pudientes lo apoyaron de
inmediato, esperando que el nuevo rey lograra controlar el avance de los
filisteos. Sin embargo, el nuevo rey en poco tiempo se convirtió en un tirano
insoportable que agravó el conflicto interno y que, por sus constantes cambios
de comportamiento, comprometió seriamente la seguridad de las tierras
cultivables. Samuel, entonces, pensó que la solución era ungir un nuevo rey,
una persona que se pudiera hacer cargo de la situación. La unción profética se
convirtió, en aquel momento, en el medio por el cual se legitimaba la acción de
un nuevo líder ‘salvador’ del pueblo. Siglos más tarde, los profetas se dieron
cuenta de que no bastaba cambiar el rey para cambiar la situación, sino que era
necesario buscar un sistema social que respetara los ideales tribales, lo que
luego se llamo ‘el derecho divino’. Sin embargo, subsistió la idea de que el
‘líder salvador’ tenía que ser designado por un profeta reconocido. De este
modo, la unción de los caudillos de Israel pasó a ser un símbolo de esperanza
en un futuro mejor, más acorde con los planes de Dios.
En la época del Nuevo Testamento, el pueblo de Dios que habitaba en
Palestina enfrentó un gran reto: ¿cómo hacer reconocer a Jesús como ungido del
Señor? Aunque Jesús había conocido a Juan Bautista y, luego, había retomado su
predicación, se cernía aún sobre él la duda, debido a su origen humilde, a la
manera tan diferente de interpretar la ley y a su poca vinculación con el
templo y sus rituales. Muchos se oponían a reconocer que él era un profeta
ungido por el Señor, movidos simplemente por prejuicios culturales y sociales.
La comunidad cristiana tuvo que abrirse paso en medio de estos obstáculos y
proclamar la legitimidad de la misión de Jesús. Solamente quien conociera la
obra del Nazareno, su entrañable amor a la vida, su dedicación a los pobres, su
predicación del reinado de Dios, podía reconocer que él era el “ungido”, el
“Mesías” (como se dice en hebreo), o el “Cristo” (como se dice en griego).
Las ‘señales y prodigios’ que Jesús actuó en medio de la gente pobre
causaron gran impacto y, por esto, fueron motivo de controversia. Los
opositores del cristianismo veían en las sanaciones que Jesús obraba,
simplemente la labor de un curandero. Sus discípulos, por el contrario,
comprendían todo su valor liberador y salvífico. Pues, no se trataba sólo de
poner remedio a las limitaciones humanas, sino de devolverle toda la dignidad
al ser humano. La persona que recuperaba la visión podía descubrir que su
problema no era un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados, ni una
terrible prueba del destino. Era una persona que pasa de la desesperación a la
fe y descubría en Jesús al profeta, al ungido del Señor. Su problema, una
limitación física, se le había convertido en una terrible marca social y
religiosa. Pero, el problema no era su limitación visual, sino la terrible
carga de desprecio que la cultura le había impuesto. Jesús lo libera del
insufrible peso de la marginación social y lo conduce hacia una comunidad donde
lo aceptan por lo que él es, sin importar las etiquetas que los prejuicios
sociales le habían impuesto.
En el evangelio se nos relata una especie de drama entre los vecinos del lugar donde el ciego solía pedir limosna, los fariseos que eran un grupo de judíos piadosos y cumplidores de la ley y los “judíos” en general, una expresión genérica con la que el evangelista designa a las altas autoridades religiosas del pueblo judío de la época de Jesús. Hasta los padres del ciego son involucrados en el drama.
Se trata de un verdadero «drama teológico», simbólico, de una gran
belleza literaria. De ninguna manera se trata de una narración
cuasiperiodística de unos hechos históricos, o de un relato que nos describa
ingenuamente cómo sucedieron las cosas. No olvidemos que es Juan quien escribe,
y que su evangelio se mueve siempre en un alto nivel de sofisticación, de
recurso al símbolo y a la insinuación indirecta. Si tenemos que dirigir la
palabra en la homilía, conviene no «contar» las cosas como quien cuenta hechos
históricos tal cual, como si estuviera entreteniendo a unos niños. Los oyentes
son adultos y agradecen que se les trate como a tales, sin abusar de que se
tiene la palabra en un ámbito litúrgico donde por respeto nadie va a levantar
la mano ni menos a contradecir, y que por eso se puede decir cualquier cosa,
que «todo cuela» en ese ambiente.
En el «drama teológico» que hoy leemos, de Juan, el ciego se convierte
en el centro. Todos se preguntan cómo es posible que un ciego de nacimiento sea
ahora capaz de ver. Sospechan que algo grande ha sucedido, preguntan por el que
ha hecho ver al ciego, pero no llegan a creer que Jesús sea la causa de la luz
de los ojos del ciego. Un simple hombre como Jesús no les parece capaz de obrar
tales maravillas. Menos aún habiéndolas obrado en sábado, día sagrado de
descanso que los fariseos se empeñaban en guardar de manera escrupulosa. Y
menos aún siendo el ciego un pobretón que pedía limosna al pie de una de las
puertas de la ciudad. Todos interrogan al pobre ciego que ahora ve: los
vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Jesús se hace encontradizo con él,
solidariamente, al enterarse de que lo han expulsado de la sinagoga. Y en este
nuevo encuentro con Jesús el ciego llega a «ver plenamente», a «ver» no sólo la
luz, sino la «gloria» de Dios, reconociendo en él al enviado definitivo de
Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado... Es el mensaje
que Juan nos quiere transmitir narrando un drama teológico -como es su estilo-
más que afirmando proposiciones abstractas -como hubiera hecho si hubiera sido
de formación filosófica griega-.
Al final del texto las palabras que Juan pone en labios de Jesús hacen
explotar el mensaje teológico del drama: Jesús es un juicio, es el juicio del
mundo, que viene a poner al mundo patas arriba: los que veían no ven, y los que
no veían consiguen ver. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que
ilumina.
No haría falta echarle metafísica y ontología griega a este drama...
Es un lenguaje de «confesión de fe». La comunidad de Juan está «entusiasmada»,
llena de gozo y de amor, poseída realmente por el descubrimiento que ha hecho
en Jesús. Sienten que Él les cambia el mundo, que ven las cosas al revés que
antes, y que es en Él en quien Dios se les ha hecho patente. Y así lo
confiesan. No hace falta más. La ontología de los siglos subsiguientes es
cultural, occidental, griega. Para el caso, sobra.
¿Qué significa hoy para nosotros? Lo mismo, sólo que a 20 siglos de
distancia. Con más perspectiva, con más sentido crítico, con más conciencia de
la relatividad (no digamos “relativismo”) de nuestras afirmaciones, sin
fanatismos ni exclusivismos, sabiendo que la misma manifestación de Dios se ha
dado en tantos otros lugares, en tantas otras religiones, a través de tantos
otros mediadores. Pero con la misma alegría, el mismo amor y el mismo
convencimiento.
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 79 de la serie «Un
tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL, titulado «El ciego de nacimiento». El
guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://radialistas.net/article/78-un-samaritano-sin-fe/
Puede ser escuchado aquí: http://radioteca.net/media/uploads/audios/%Y_%m/078.mp3
La serie «Otro Dios es posible» tiene un capítulo que puede ser útil
para comentar este evangelio, el 31 («¿Dios hace milagros?») [http://radialistas.net/article/31-dios-hace-milagros/].
Para escucharlo, aquí: http://radioteca.net/media/uploads/audios/%Y_%m/31.mp3
Para la revisión de vida
Jesús dice que ha venido para “abrir un
juicio”. Su vida y su testimonio nos emplazan con un desafío ante el que
necesitamos pronunciarnos. Sugerencia: entrar en mí mismo, en oración profunda,
encarándome con este ser-humano-que-es-juicio-de-Dios. Renovar y profundizar mi
encuentro con Jesús. Sentirme desafiado por su vida y por su palabra. Aceptar
gozoso el reto de vivir a la altura del desafío que nos hace.
Para la reunión de grupo
-
La “selección” de David (primera lectura) para ser ungido es uno de
los casos típicos en la Biblia –de los que hay muchos más- en el que “los
caminos de Dios no son nuestros caminos”, ni sus criterios son los nuestros…
Estudiemos y glosemos en grupo esas diferencias entre los criterios de Dios y
los criterios de los humanos…
-
Para los que creemos en Jesús, Él, con su vida plenamente realizada en
el amor y la entrega, hace presente el amor de Dios a los humanos, y por eso
“abre un juicio” a la humanidad. El juicio universal, en una cierta dimensión,
ya ha acontecido: se ha dado en Jesús; y se sigue dando: en Él, en el
testimonio que de él nos sigue llegando transmitido por sus seguidores (la
comunidad de los creyentes).
-
Nos preguntamos: ¿es un juicio “universal”, para todos los seres
humanos? ¿También para aquellos a quienes no les llega el testimonio de Jesús?
¿También para los hombres y mujeres que vivieron antes que Él (muchísimos más,
cualitativamente, que los que han vivido después de Él? Si no es “universal”
-
Parece que Juan quisiera hacer
énfasis en la ceguera especial que tienen las autoridades religiosas para
admitir el milagro de Jesús. Quienes deberían ser los más lúcidos resultan los
más ciegos. ¿Tiene este aspecto del evangelio de hoy alguna relevancia para
nuestros días?
Para la oración de los fieles
-
Para que la Iglesia abandone
toda forma de autoritarismo y actúe llevando al mundo la luz que recibe del
Evangelio. Oremos...
-
Para que prevalezcan las personas y sus derechos sobre las leyes y las
tradiciones. Oremos...
-
Para que quienes dudan de la presencia de Dios entre nosotros,
descubran su amor por el testimonio vivo y eficaz de la iglesia. Oremos...
-
- Para que caminemos como hijos de la luz, denunciando toda opresión,
violencia e injusticia. Oremos...
-
- Para que el Señor. abra nuestros ojos y no vayamos nunca tras ningún
“otro pastor”. Oremos...
-
- Para que nuestra comunidad, que comparte un mismo pan, comparta
igualmente los demás bienes. Oremos...
Oración comunitaria
Tú, Señor, que nos abres los ojos para que
descubramos la hermosura de la creación y la grandeza de tu amor, ayúdanos a
colaborar contigo para que todas las personas puedan alegrarse en su vida al
ver tu luz. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén
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