Servicio Bíblico Latinoamericano
Domingo 5º de Cuaresma - 6 de abril de 2014
Bto. Ceferino Agostini, sacerdote y fundador
(1896)
Ez 37,12-14: Les infundiré, mi espíritu, y vivirán
Salmo responsorial 129: Del Señor viene la
misericordia, la redención copiosa
Rom 8,8-11: El espíritu del que resucitó a Jesús
de entre los muertos habita en ustedes
Jn 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida
El pueblo, desterrado en Babilonia (su tumba), es
llamado a una existencia totalmente nueva. El Espíritu del Señor se posa sobre
su realidad (huesos secos) y les reviste de carne, es decir, de vida. Un pueblo
nuevo se pone en pie. Dios puede abrir los sepulcros de Israel y darle una
nueva vida. Es una “resurrección” que marca el final del destierro y el regreso
de la esperanza al pueblo, con el retorno a su tierra. Este es el mensaje que
nos regala hoy la profecía de Ezequiel.
El evangelio nos
presenta el último de los signos realizados por Jesús, que insiste en que su
finalidad es “manifestar la gloria de Dios”. Por su vida y obras, Jesús revela
al Padre, y a ello deben corresponder los discípulos confesando su fe en él. En
el relato, esta fe de los discípulos, pasa por un proceso de crecimiento, que
se deja ver claramente en los diálogos que tienen los doce y las hermanas con
Jesús. El gran gestor de este proceso en los discípulos es Jesús, que por su
palabra y su propia fe en el Padre, va conduciéndolos de una fe imperfecta a
una fe más sólida. La fe de Jesús es confiada, y lo manifiesta en la oración
que dirige al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que
siempre me escuchas”. Jesús sabe que el Padre está con él y no le defraudará, y
manifiesta esta confianza aun antes de que suceda el signo.
Las hermanas, en
cambio, manifiestan una fe limitada y se lamentan de lo mismo. Partiendo de
esta fe deficiente, Jesús les conduce a una fe mayor. Cuando le dice a Marta
que su hermano resucitará, ella, según el sentir común, piensa en algo que
sucederá al final de los tiempos, pero Jesús le rompe todas sus creencias
revelándole que ésta es una experiencia ya presente y actuante en él: “Yo soy
la resurrección y la vida”. Le revela además que esta resurrección, está ya
presente y actuante en todos aquellos que crean en él: “El que cree en mí,
aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para
siempre”. Entonces la obliga a dar un paso adelante en su fe: “¿Crees esto?”.
Ella asiente positivamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Al resucitar a Lázaro, Jesús revela
que “el don de Dios” desborda los cálculos humanos (se esperaba que lo curara,
no que lo resucitara), incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal,
ya lleva cuatro días muerto”), y anticipa el signo por excelencia de la
resurrección de Jesús. A todo el que confié en él, “Dios le ayuda” (esto es lo
que significa el nombre Lázaro). A todo discípulo que cree en Jesús, le sucede
lo que a Lázaro, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La
fe cristiana es un camino de vida y de esperanza en el que el Espíritu Santo,
desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras
tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados.
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Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han
visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes
forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones
Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se
esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir lejos
del paisaje familiar, de la tierra nutricia, del suelo patrio. El profeta
Ezequiel, en la primera lectura, afronta esta situación viviéndola con
su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los
enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera
a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que
conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de
verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.
Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo
sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la
amada tierra de Israel. Su pueblo conocerá que Dios es el Señor cuando Él
derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.
En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida
eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones
divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia,
habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir
holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y «dormir» con los
padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”,
el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.
Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en
Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos
confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad
de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida
surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la
justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por
ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha
llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo
elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el
fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un
acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que
haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los
saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba
esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la
justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien
como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder
religioso y sacerdotal sobre el pueblo.
La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los
romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas
categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que nos
inducen fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer
referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos
recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del
exilio, no estamos ya en la “carne”, es decir -en el lenguaje de Pablo-: no
estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada.
Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el
servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin
medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos
resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.
El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de
Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el
armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte
Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que
Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que
los vivos que crean en Él no morirán para siempre....
Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias
las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto... pero difícil el texto
para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de
Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de
Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado
imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No
somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros.
Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la
calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de
clausura, o para los niños de la catequesis infantil).
En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el
«signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros
(nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que
derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este
milagro decidirán matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último
domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climax del drama de
la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que
provoca el desenlace final.
La causa de la muerte de Jesús fue
mucho más que la decisión de unos enemigos temerosos del crecimiento de la
popularidad de un Jesús taumaturgo, como aquí lo presenta Juan. Este puede ser
un filón de la reflexión de hoy: «Por qué muere Jesús y por qué le matan»
(remitimos para ello a un artículo clásico de Ignacio Ellacuría, en http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm). El
episodio 102 de la famosa serie «Un tal Jesús»
(http://radialistas.net/category/un-tal-jesus) también interpreta este pasaje
de Juan en relación con la «clandestinidad» a la que Jesús tendría que
someterse sin duda en el último período de su vida.
Otro tema puede ser el de la fe o del creer en Jesús, con tal de que no identificar la «fe» en «creer que
Jesús puede hacer milagros» o «creer en los milagros de Jesús». La fe es algo
mucho más serio y profundo. Podría uno creer en Jesús y creer que el Jesús
histórico probablemente no hizo ningún milagro... No podemos plantear la fe
como si un «Dios allá arriba» jugase a ver si allá abajo los humanos dan
crédito o no a las tradiciones que les cuentan sus mayores referentes a los
milagros que hizo un tal Jesús... La fe cristiana tiene que ser algo mucho más
serio.
Y un tercer tema, todavía más complejo para nuestra reflexión, puede
ser el de la resurrección.
Precisamente porque, la de Lázaro no fue una resurrección. Lógicamente, a
Lázaro simplemente se le dio una prórroga, una «propina», un suplemento... de
esta misma vida. Un «más de lo mismo». Y el Lázaro «resucitado» -como tantas
veces se lo mal llamó- tenía que volver a morir. Porque para nosotros «vivir es
morir». Cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos que nos queda
de vida, un día más que hemos gastado de nuestra vida... Pero «resucitar»... es
otra cosa.
Aquí habría que subrayar que es bien probable que en la cabeza de la
mayor parte de nosotros, la idea de «resurrección» que hay es una idea
equivocada, por esta misma razón por la que decimos que Lázaro era «mal llamado
resucitado»: porque pensamos, o mejor dicho, «imaginamos» la vida resucitada un
poco como «prolongación, suplemento, continuación...» de ésta de ahora. Y no.
No es sólo que la diferencia será que «aquella vida no se acaba», o que «no
tiene necesidades materiales» porque «allí serán como los ángeles del cielo»...
No. Es que se trata realmente de otra cosa. Es un misterio. Nuestra llamada «fe
en la resurrección» no es un creer que hay un «segundo piso» al que subimos
tras la muerte y que allí «continuaremos viviendo»... Podríamos decir que todas
esas «imágenes» no corresponden al «misterio» en el que creemos, y como tales,
pueden ser dejadas de lado. También aquí, yo puedo creer en lo que denominamos
«resurrección» sin aceptar la interpretación facilona de que Dios nos creó aquí
primero para luego llevarnos a un lugar definitivo... Muchos pueblos primitivos
han pensado esto, que fue una forma plausible de interpretación de la vida
humana en unos determinados contextos culturales de tiempos pasados. Pero hoy,
si no queremos seguir anclados en las «creencias» típicas de las religiones de
la edad agraria... es necesario hacer un esfuerzo de purificación, y quizá
también haga falta aceptar la ascesis de un «no saber/no poder» expresar bien
aquello en lo que «creemos»...
Es un tema demasiado importante y demasiado sutil como para llegar, y
ponernos directamente a hablar de la resurrección de Lázaro y de la nuestra,
sin necesidad de más preámbulos... Es más complejo el problema. Sobre la
transformación de las condiciones de credibilidad de las religiones en este nuevo
tiempo sugerimos la lectura de los artículos 352 (http://servicioskoinonia.org/relat/352.htm), de
Mariano CORBÍ, y 344, de Amando ROBLES (http://servicioskoinonia.org/relat/344.htm). Sobre la
necesidad de «despedirse del piso de arriba», recomendamos la lectura del
capitulo de igual título del libro de Roger LENAERS «Otro Dios es posible [http://tiempoaxial.org/#10].
Y sobre la resurrección, en un plan más netamente teológico, recomendamos la
lectura de TORRES QUEIRUGA, «Repensar la resurrección» (Trotta, Madrid 2003).
Hay también un reciente número de la revista CONCILIUM dedicado a la
resurrección (noviembre 2006). La Agenda Latinoamericana’2011
[htp://latinoamericana.org/digital] trae un artículo titulado «¿Pero hay o no
hay otro mundo ahí arriba?»[ http://servicioskoinonia.org/agenda/archivo/obra.php?ncodigo=729]
accesible en su archivo digital [http://servicioskoinonia.org/agenda/archivo]. La
serie «Otro Dios es posible, de los hermanos LÓPEZ VIGIL aborda el tema de la
resurrección en la entrevista 98 [http://radialistas.net/article/98-resucito/],
titulada «¿Resucitó?».
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 102 de la serie «Un
tal Jesús», de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «El amigo muerto». El guión y su
comentario pueden ser tomados de aquí: http://radialistas.net/article/102-el-amigo-muerto/ Puede ser escuchado aquí: http://radioteca.net/media/uploads/audios/%Y_%m/102.mp3
Para la revisión de vida
A una semana de la «semana mayor», ¿cómo la
estoy programando, cómo la preparo? ¿Voy a encontrar tiempo también para mí
mismo, para mi interioridad, para hacer un alto en el camino y examinar la
marcha de mi vida, para hacer una revisión de mi relación con Dios? ¿Tal vez
puedo participar en una celebración alternativa, con una comunidad de laicos
que la organizan de un modo participativo y abierto... Estoy a tiempo...
Para la reunión de grupo
-
Con el artículo de Ellacuría que hemos recomendado (http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm) se puede
elaborar una provechosa reunión de estudio, muy recomendable.
-
También con el citado episodio 102 de «Un tal Jesús» se puede montar
una buena reunión de estudio.
-
El caso de la amistad entrañable de Jesús con Lázaro y sus hermanas,
nos presenta una faceta humana de Jesús que de alguna manera pasaba
desapercibida antiguamente; no parecía «relevante« ni «revelante» para la
«cristología vertical» que casi veía en Jesús un ser casi sólo divino, no
humano. El Jesús que llora por la muerte de Lázaro, que se hospeda -o tal vez
se refugia- en casa de estos amigos/amigas... es un Jesús «muy humano». La
humanidad plena forma parte del seguimiento de Jesús. Comentar la relevancia de
estos rasgos «tan humanos» de Jesús, y su porqué.
-
¿«Resucitó» Lázaro? ¿Qué hay en la «resurrección» de Lázaro de
elementos que no tienen que ver nada con la «resurrección» en la que creemos
para nosotros? «Re-suscitare», es la palabra latina por «resucitar», que
fácilmente se ve que significa «volverse a levantar», creada a partir de la
imagen del cadáver que recupera la vida. ¿No será que la palabra -y con ella el
concepto mismo- es deudor de una imagen inadecuada? ¿Tendrá que haber
reanimación de un cadáver para que haya «resurrección», de ésa que es objeto de
nuestra fe? ¿Podríamos expresar con la máxima rigurosidad cuál es la esencia de
la «fe en la resurrección», despojándola de todas las adherencias imaginativas,
culturales...? ¿Cuál sería el núcleo esencial mínimo asegurado como contenido
de la fe en la resurrección? La resurrección objeto de la fe cristiana, ¿no
será uno de esos temas de los que es mejor no hablar si es que no se va a tener
posibilidad de hablar con sumo respeto y con toda las matizaciones necesarias?
Para la oración de los fieles
-
Por toda la Humanidad, para que mantenga siempre viva la utopía de la
felicidad para todos. Oremos.
-
Para que renazca la esperanza de los más pobres y oprimidos en un
mundo más igualitario y compartido. Oremos.
-
Para que aquellos que arriesgan sus vidas por el bien de los demás
permanezcan firmes y no caigan en el desánimo. Oremos.
-
Para que siempre se mantengan viva en nosotros la esperanza de
alcanzar la utopía del Reino y llegar a vivirlo en toda su plenitud. Oremos.
-
Para que apoyemos y defendamos siempre la vida en todas sus
manifestaciones. Oremos.
-
Para que todos los países supriman la pena de muerte. Oremos.
-
Para que siempre se mantenga viva en nosotros la esperanza en la
resurrección y transmitamos esta buena noticia a todas las personas. Oremos.
Oración comunitaria
Dios, Padre y Madre universal, que inspiras
desde siempre inspiras en los seres humanos el deseo de felicidad plena e
incluso «eterna», una felicidad que triunfe incluso sobre la muerte. Te
expresamos humildemente nuestro deseo de ser coherentes con esta fuerza
interior que habita en nosotros, para buscar su realización con los medios más
honestos y por el camino que sea más beneficioso para nosotros y para quienes
nos rodean. En unión con todos los hombres y mujeres de todas las religiones,
nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
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