2010-03-21

Con Jesús, vivir la misericordia

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010

5° Domingo de Cuaresma


INTRODUCCIÓN.

En el tema anterior, a la luz de la parábola del Padre misericordioso, estuvimos reflexionando y profundizando en el amor de Dios que espera pacientemente el regreso de los que se han alejado de Él y les da el perdón. También caímos en la cuenta de que Jesús nos ayuda a regresar a la paz del Padre viviendo la reconciliación entre hermanos. Hoy profundizaremos en la dimensión misericordiosa de Jesús que ve por la persona que puede ser rescatada del pecado y no por la ley que condena sin misericordia. La vivencia de la misericordia es necesaria en nuestro mundo si queremos alcanzar la paz.

NUESTRA SITUACIÓN: INJUSTICIA, VIOLENCIA, INSEGURIDAD, IMPUNIDAD, PARCIALIDAD EN LAS LEYES.

En nuestro país vivimos en un ambiente de violencia y de inseguridad cada vez mayor. Ya lo hemos estado reflexionando en los temas anteriores ayudados por la exhortación pastoral de nuestros Obispos, llamado: “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna”, que trata sobre la misión de la Iglesia en la construcción de la paz en México. Ellos afirman que la situación en que vivimos se debe a que «algo está mal y no funciona en nuestra convivencia social y que es necesario exigir y adoptar medidas realmente eficientes para revertir dicha situación» (No. 26).

Enseguida señalan una lista grande de situaciones que influyen en el crecimiento de la injusticia y la violencia en el país: la desigualdad y la exclusión social, la pobreza, el desempleo y subempleo, los bajos salarios, la discriminación, la migración forzada y los niveles inhumanos de vida, el fortalecimiento de un modelo de economía de mercado incapaz de resolver todos los problemas sociales, desigualdad en la distribución de la riqueza, la caída en la calidad de vida, la corrupción endémica, la paulatina disolución de las clases medias y la concentración de riqueza en pocas manos, los negocios ilícitos, la insuficiencia de las reformas económicas, las insuficientes garantías de seguridad que tienen los ciudadanos y la impunidad en que quedan muchos delitos del crimen organizado, la corrupción, la impunidad y el autoritarismo, la sobrepoblación y la corrupción carcelaria, la violencia institucionalizada, la violencia de grupos por razones políticas; la violencia en las relaciones laborales; la violencia vinculada a actitudes discriminatorias y que es padecida no sólo por cuestiones étnicas, sino también por las personas que sufren maltrato por su orientación sexual; la violencia en las escuelas; la que es padecida por delitos comunes como el robo; la que se da entre generaciones y entre las comunidades; la violencia en el tránsito vehicular, de la que resulta un alarmante número de víctimas, etc.; la violencia intrafamiliar, la violencia contra las mujeres, la violencia infantil, la violencia entre adolescentes y jóvenes, la violencia contra los indígenas y migrantes; la educación para el mercado, los medios de comunicación social que transmiten violencia, la falta de acciones realmente evangelizadoras de parte de la Iglesia.

«La crisis de valores éticos, el predominio del hedonismo, del individualismo y competencia, la pérdida de respeto de los símbolos de autoridad, la desvalorarización de las instituciones -educativas, religiosas, políticas, judiciales y policiales-, los fanatismos, las actitudes discriminatorias y machistas, son factores que contribuyen a la adquisición de actitudes y comportamientos violentos» (No. 83).

¿Cuántos casos conocemos en nuestra comunidad de personas inocentes que han sido encarceladas o condenadas? ¿Cuántos de personas que han hecho o están haciendo daño y andan tranquilamente por la calle?

JESÚS NOS ENSEÑA QUE EL CAMINO PARA LA PAZ ES LA MISERICORDIA.

A Jesús le presentaron una mujer sorprendida en el adulterio (Jn 8, 1-11). La llevan a ella, sabiendo que no estaba sola y que la ley judía condenaba a ambos adúlteros; la pena era la misma para los dos. Pero los escribas y fariseos acusadores utilizan la ley de manera parcial, como sabían hacerlo. A ellos les interesa más aplicar la ley que salvar a las personas. A Jesús, que es el acusado de fondo, le interesa más la persona que la ley y sus sanciones. Termina manifestando la misericordia de Dios para con los pecadores.

Jesús no aprueba el pecado de la mujer, pero tampoco la condena. El pecado siempre es reprobable y no se debería de cometer; la persona sí se puede rescatar del pecado y comenzar una vida nueva. Por eso Jesús le dice: “Yo tampoco te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”. ¡Qué palabras tan llenas de misericordia! ¿Quién no quisiera escucharlas después de reconocer su pecado? Con ellas Jesús nos muestra el camino para conseguir la paz, para vivir la reconciliación, para rehacer las relaciones de hermandad, para estar bien con Dios: es el de la misericordia.

Como dicen nuestros Obispos: «Jesucristo nos revela la mirada inocente de Dios Padre que ve en nosotros la bondad que Él mismo ha puesto en nuestros corazones y su amor tierno y misericordioso que nos acoge a pesar de nuestras fallas y debilidades. Esta experiencia nos hace descubrirnos hijos amados de Dios y nos llama a la conversión, es decir, a orientar la vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje de Jesús y constituye la esencia del modo de ser y vivir según el evangelio» (No. 143).

¿Qué luces nos da Jesús para vivir la misericordia en nuestra comunidad ante la violencia y la inseguridad?

NUESTRO COMPROMISO: CONSTRUIR LA PAZ EN BASE A LA PROMOCIÓN DEL DESARROLLO.

Nuestros Obispos esperan que los mexicanos trabajemos consciente y comprometidamente en la construcción de un país pacífico y que los bautizados asumamos con responsabilidad la misión evangelizadora de la Iglesia. Esto exige promover el desarrollo integral, el respeto a la dignidad de las personas, la cultura de la convivencia. “La paz es el camino”, decía Gandhi.

«El debilitamiento, en la vida práctica, del sentido de Dios y del sentido del hermano, de la vida comunitaria y del compromiso ciudadano, es un “desafío que cuestiona a fondo la manera como estamos educando en la fe y como estamos alimentando la vivencia cristiana” […] La situación de inseguridad y violencia que vive México exige una respuesta urgente e inaplazable de la misión evangelizadora de la Iglesia. Esta respuesta parte del reconocimiento de las insuficiencias en el cumplimiento de nuestra misión, pues la crisis de inseguridad, el alto índice de corrupción, la apatía de los ciudadanos para construir el bien común y las distintas formas de una violencia, que llega a ser homicida, son diametralmente opuestas a la propuesta de Vida Nueva que nos hace el Señor Jesús» (Nos. 185-186).

La propuesta es trabajar en la formación integral de los bautizados, la formación de las familias, la renovación de la vida comunitaria en las parroquias, la educación específica para la paz y la legalidad; la creación de una sociedad civil responsable, con incidencia social, política, cultural, en la prevención de delitos y la construcción de la paz.

Para construir la paz es necesario promover el desarrollo humano integral, que tenga como centro la dignidad de la persona: desarrollar iniciativas que coadyuven a la atención de la grave situación de desempleo y subempleo, Hacer conciencia de la relación estrecha que existe entre el cuidado de la creación y la construcción de la paz, Impulsar iniciativas que capaciten a los más pobres para empleos de mayor incidencia económica, Impulsar experiencias de economía solidaria, impulsar experiencias de economía para el desarrollo sustentable, promover los derechos y deberes humanos, impulsar la reconciliación social, vivir el ecumenismo por la paz, orar por la paz.

¿Qué vamos a implementar en nuestra comunidad para impulsar la creación de una cultura de paz y desarrollo?

CEPS

2010-03-14

Con Jesús, volver a la paz del padre

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010
4° Domingo de Cuaresma

INTRODUCCIÓN.

En el tema anterior, el tercero de nuestras reflexiones cuaresmales, estuvimos profundizando en la oportunidad que Dios nos da de convertirnos. A la luz de la parábola de la higuera que no daba frutos, caímos en la cuenta de que Dios espera que demos frutos de paz y reconciliación. Hoy nos acercaremos al centro del mensaje del Evangelio y de toda la historia de la salvación: Dios es Padre misericordioso. Estar con Dios nos lleva a vivir como hermanos; alejarnos de Dios nos conduce a no saber ser hermanos. Estar con Él equivale a vivir bien, a experimentar la paz y la tranquilidad; alejarse de Él equivale a la inseguridad, la intranquilidad, la infelicidad.

NUESTRA SITUACIÓN: LA VIOLENCIA Y LA INJUSTICIA NOS ALEJAN DE DIOS.

Nuestros antepasados indígenas vivían de manera tal que Dios estaba con ellos y ellos con Dios, independientemente del nombre que le dieran. Así lo reconocen nuestros Obispos en su Exhortación pastoral: «Sabemos que la raíz de la cultura mexicana es fecunda y […] reconocemos en ella la obra buena que Dios ha realizado en nuestro pueblo a lo largo de su historia» (No. 8).

Se experimentaba la paz de Dios porque se vivía en la hermandad, en la comunitariedad, en la justicia.

Pero, a lo largo de los siglos, y especialmente en nuestros días, sucede lo siguiente: «En México, al igual que en varios países de América Latina y del Caribe, se está deteriorando, en la vida social, la convivencia armónica y pacífica. Esto sucede por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera. No se trata de hechos aislados o infrecuentes, sino de una situación que se ha vuelto habitual, estructural, que tiene distintas manifestaciones y en la que participan diversos agentes; se ha convertido en un signo de nuestro tiempo que debemos discernir para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y la tengan en plenitud» (No. 10).

Así se vive porque se ha perdido del horizonte de muchas personas la necesidad de la relación con Dios.

¿Qué signos de la vida de nuestra comunidad manifiestan que vivimos con Dios? ¿Qué signos expresan que nos hemos ido alejando de Dios?

JESÚS NOS REGRESA A LA PAZ DEL PADRE.

En su camino hacia Jerusalén, camino que no dejó hasta morir en la cruz, Jesús se encuentra con que es criticado por los escribas y fariseos porque convivía con los pecadores (Lc 15, 1-3.11-32). Esto lo hace platicarnos la parábola más bonita del Evangelio, la del Padre misericordioso. Con ella nos da a entender el sentido de su servicio: darnos a conocer al Padre, como Dios que perdona a sus hijos.

En la casa del Padre se vive bien. Se experimenta la paz porque no falta nada: ni pan ni techo ni trabajo; pero principalmente se tiene la experiencia del amor sin límites. Eso le hace ver el papá a su hijo mayor cuando lo invita a perdonar y a acoger a su hermano, que ha regresado a casa: “tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”. Pero, estar en la casa no asegura la paz; es necesario experimentar el amor al papá y al hermano. Es lo que el hijo mayor no está dispuesto a vivir y por eso no encuentra la paz.

Jesús vino al mundo para regresarnos a la paz de su Padre, paz que se ausenta con el odio, la violencia, la injusticia y las desigualdades. Es por eso que se acerca a los pecadores y se hace amigo de ellos, aunque eso le trae las críticas. Pero lo hace para manifestarles la misericordia del Padre, para ofrecerles el perdón y la vida nueva. Así lo reconocen nuestros Obispos: «En Jesucristo, Dios cumple esta promesa mesiánica de la paz que engloba para nosotros todos los bienes de la salvación. En Él, «imagen de Dios invisible» (Col 1,15), se nos descubre plenamente el misterio de Dios y el misterio del hombre. Él es el nuevo Adán, el hombre inocente, que con una visión transformada por la experiencia del amor de Dios, es capaz de contemplar la bondad de Dios en la realidad creada y descubrir el bien que hay en toda persona. Su mirada no se fija en el pecado de la humanidad; se fija en su sufrimiento necesitado de redención» (No. 131).

¿Qué aprendemos de Jesús a la luz de la parábola que acabamos de reflexionar?

NUESTRO COMPROMISO: VIVIR COMO HIJOS DE DIOS SIENDO HERMANOS.

Jesús nos enseña que con el Padre, que es misericordioso, se vive bien, se experimenta la paz porque nada nos falta. Además nos dice que para construir la paz es necesario ser hermanos, saber perdonar, construir relaciones de igualdad. Dios está siempre esperándonos para perdonarnos y para ayudarnos a vivir como hijos suyos, siendo hermanos con los demás. Nuestros Obispos nos indican a este propósito que la fraternidad es «el horizonte necesario para asegurar la paz» (No. 178).

La razón que nos dan es que «el principio de fraternidad amplía el horizonte del desarrollo a “la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base de los valores de la justicia y la paz.” Para los cristianos, la fraternidad nace de una vocación trascendente de Dios que nos quiere asociar a la realidad de la comunión trinitaria: “para que sean uno, como nosotros somos uno” (Jn 17,22)» (No. 182).

Es por eso que nosotros «Los cristianos, en un contexto de inseguridad como el que vivimos en México, tenemos la tarea de ser “constructores de la paz” en los lugares donde vivimos y trabajamos. Esto implica distintas tareas: “vigilar” que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia y ofrecer el servicio de «ser testigos», en la convivencia humana, del respeto al orden establecido por Dios, que es condición para que se establezca, en la tierra, la paz, “suprema aspiración de la humanidad.”» (No. 177) y «ser constructores de paz pide de nosotros además ser promotores del desarrollo humano integral» (No. 178).

Platiquemos: ¿Qué vamos a hacer para construir un ambiente de paz y reconciliación en nuestra comunidad? (tomar un acuerdo concreto).

CEPS

2010-03-07

Con Jesús, dar frutos de paz y reconciliación

POR LA RECONCILIACIÓN A LA PAZ
Reflexiones Cuaresmales 2010
3° Domingo de Cuaresma

INTRODUCCIÓN.

En el segundo tema reflexionamos, a la luz de la experiencia de la Transfiguración de Jesús, sobre nuestra responsabilidad de trabajar para que nuestro mundo, invadido por la desesperación ante la violencia y la inseguridad, se vaya transfigurando en pacífico. Hoy profundizaremos en la oportunidad que Cristo nos da de convertirnos. Él, que es la misericordia del Padre, sigue esperando que demos frutos de conversión. Como buen jardinero, Jesús nos tiene paciencia y sigue trabajando en nuestro corazón para que reconozcamos nuestros pecados, nuestra responsabilidad en la injusticia, desigualdad, violencia, etc., existentes en nuestro país. Quiere que demos frutos de hermandad, que garanticen la paz y la reconciliación.

NUESTRA SITUACIÓN: LA VIDA DE NUESTRO PUEBLO SE VA SECANDO.

En su Exhortación Pastoral sobre la misión de la Iglesia en la construcción de la paz, los Obispos de México reconocen nuestra identidad: «Somos un pueblo de tradiciones con profundas raíces cristianas, amante de la paz, solidario, que sabe encontrar en medio de las situaciones difíciles razones para la esperanza y la alegría y lo expresa en su gusto por la fiesta, por la convivencia y en el gran valor que da a la vida familiar» (No. 8).

Pero también señalan situaciones que se están viviendo en nuestro país, y que van en crecimiento acelerado, lo que propicia que nuestro modo de ser se vaya secando.
¿Cuáles son esas situaciones? Las describen con dolor y las presentan como desafío para la Iglesia: «Nos duele profundamente la sangre que se ha derramado: la de los niños abortados, la de las mujeres asesinadas; la angustia de las víctimas de secuestros, asaltos y extorsiones; las pérdidas de quienes han caído en la confrontación entre las bandas, que han muerto enfrentando el poder criminal de la delincuencia organizada o han sido ejecutados con crueldad y frialdad inhumana. Nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas y lamentamos los excesos, en algunos casos, en la persecución de los delincuentes. Nos preocupa además, que de la indignación y el coraje natural, brote en el corazón de muchos mexicanos la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano» (No. 4).

Estas situaciones van secando los valores propios de nuestro pueblo. En lugar de tener una vida frondosa, llena de frutos de justicia y hermandad, México se está yendo poco a poco a la muerte; y no es castigo de Dios, como muchas personas piensan y sostienen. Lo que sucede es consecuencia de la injusticia estructural; pero también tiene su raíz en el corazón de las personas. Se va secando el corazón de muchos bautizados y, más bien, se va llenando de egoísmo, indiferencia, odio, rencor, deseos de venganza, etc. O también sucede que muchos pasamos indiferentes frente a lo que sucede, nos desentendemos.

Hagamos un examen de conciencia acerca de lo que estamos haciendo para propiciar o para evitar estas situaciones. Después de cada pregunta guardamos un momento de silencio para revisarnos: ¿Tengo auténtico amor a mi prójimo, o abuso de mis hermanos utilizándolos para mis fines? ¿He contribuido, en el seno de mi familia y de mi comunidad, al bien común y a la alegría de los demás? ¿Defiendo a los oprimidos, ayudo a los que viven en la miseria, estoy junto a los débiles, o, por el contrario, he despreciado a mis prójimos, sobre todo a los pobres, débiles, ancianos, extranjeros y personas de otras razas y religiones? ¿He tratado de remediar las necesidades del mundo? ¿Me preocupo por el bien y la prosperidad de la comunidad humana en que vivo o me paso la vida preocupado de mí mismo? ¿Participo, según mis posibilidades, en la promoción de la justicia, la honestidad de las costumbres, la concordia y la caridad? Si alguien me ha injuriado, ¿me he mostrado dispuesto a la paz y a conceder, por el amor de Cristo, el perdón, o mantengo deseos de odio y venganza?

Este examen de conciencia nos prepara y nos ayudará, si así lo necesitamos, a vivir luego el sacramento de la reconciliación.

JESÚS INTERCEDE POR EL PUEBLO.

Después de su Transfiguración, Jesús continúa con su servicio al Reino, anunciándolo y haciéndolo presente con sus palabras y sus hechos (Lc 13, 1-9). Ahora se dirige hacia Jerusalén, camino que no dejará hasta encontrarse con la cruz. En ese camino le informan de dos situaciones violentas: la matanza de unos galileos a manos de Herodes y la muerte de 18 personas bajo los escombros de una torre. Ante estas noticias, trágicas como las de hoy, Jesús revela que Dios no es vengativo sino misericordioso.

El pueblo de Israel fue comparado muchas veces con una higuera. Israel tenía que dar los frutos de la hermandad, pues ese fue su compromiso con Dios en la antigua Alianza. Pero Dios, que aparece como el dueño que quiere recoger los frutos de la higuera, no los encuentra, porque se ha roto la hermandad entre los miembros de su pueblo: ha crecido la injusticia, el pobre ha sido olvidado, la violencia está a la orden del día y muchas otras situaciones. Piensa en cortar la higuera para que no siga chupándole inútilmente la vida a la tierra. El viñador aparece como intercesor de su pueblo; tenemos que pensar que se trata de Jesús, que le pide otra oportunidad para aflojar la tierra, abonarla y regarla, con la esperanza de que sí dé sus frutos.

Lo que en el fondo está expresando Jesús es que Dios nos da otra oportunidad para cambiar de vida. Si no nos arrepentimos, si no nos convertimos a Dios y su proyecto de vida digna para todas las personas, vendrá la muerte definitiva, la muerte eterna. Jesús intercede por nosotros. En esta Cuaresma quiere trabajar en nuestro corazón para ablandarlo, para abonarlo con su Palabra de vida, para regarlo con los sacramentos, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía. Esto lo hace con la esperanza de que demos los frutos de paz y reconciliación en nuestros días.

Así nos lo señalan nuestros Obispos, cuando expresan: «Acoger el don del perdón que Dios nos ofrece de manera gratuita en su Hijo Jesucristo, nos dispone a la reconciliación, es decir, a establecer nuevamente relaciones saludables con el mismo Dios, con los demás, con el entorno y consigo mismo. De esta experiencia nace la moción natural a reparar, en la medida de lo posible, el daño causado; sin embargo, nada que uno pueda hacer se equipara con la altura, anchura y profundidad del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo (Cf. Ef 3,18-19). Reconciliados con Dios y con el prójimo, los discípulos somos mensajeros y constructores de paz y, por tanto, partícipes del Reino de Dios (Cf. Mt 5,9» (No. 155).

Estos son los frutos que Dios espera de nuestra comunidad.

NUESTRO COMPROMISO: CONVERTIRNOS PARA DAR FRUTOS DE PAZ Y RECONCILIACIÓN.

Los Obispos de nuestro país nos recuerdan que el cumplimiento de la misión que tenemos desde el Bautismo nos tiene que llevar a dar frutos duraderos: «Los discípulos de Jesucristo no podemos olvidar la finalidad de la misión que nos ha sido confiada: «los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca» (Jn 15,14)» (No. 157).

Dos de los frutos que se esperan de los discípulos de Jesús, frutos que son signos de que estamos en proceso de conversión hoy, son la reconciliación y la construcción de la paz: «La misión apostólica que el Señor nos ha confiado comienza con el anuncio de la paz: «cuando entren a una casa, digan primero: paz a esta casa» (Lc 10,5-6). Este saludo, que tiene su origen en el «shalom» de los judíos, tiene un significado muy profundo que no tiene su fuerza en la ausencia de conflictos sino en la presencia de Dios con nosotros, augurio y bendición, deseo de armonía, de integridad, de realización, de unidad y bienestar. Este saludo, conservado en la liturgia, implica asumir el compromiso de recorrer el camino que lleva a la restauración de la armonía en las relaciones entre los hombres y con Dios. En este camino se asocia el perdón que pedimos a Dios con el que damos a los hermanos (Cf. Mt 6,12)» (No. 158).

Trabajar por la construcción de la paz, lleva a conseguir el bien común, a vivir en la verdad, a lograr la justicia y a experimentar la libertad a lo interno de las familias, en las comunidades y en la sociedad. No debemos permitir que se siga secando la vida de nuestro país, ni que la paz y la reconciliación estén ausentes.
Veamos: ¿Qué vamos a hacer como comunidad para trabajar porque la paz y la reconciliación sean realidad entre nosotros? (tomar un acuerdo concreto).

CEPS