HILO 1
TEJIENDO NUESTRO CUIDADO POR LA TIERRA
Tejer Esperanza, Cuidando la Tierra
VER: La ceguera de mirar torcidamente
Todos conocemos los enormes y graves problemas por los que está pasando el planeta en estos momentos de la historia: deforestación y desertificación, cambio climático y calentamiento global, escasez de agua dulce cada vez más aguda, los agujeros en la capa de ozono, sobrepoblación mundial, etc. Estos problemas ecológicos no son causados simplemente por procesos naturales. Son generados por prácticas humanas, las cuales tienen su origen en la forma de “ver” el mundo, de situarse ante él y de actuar sobre él. En las últimas décadas estos problemas se han agravado de manera alarmante. Como alguien lo ha expresado, el ser humano está serruchando la rama del árbol sobre la que está sentado.
El problema de fondo es que tenemos una visión dualista, o sea que separa y desune indebidamente lo que de por sí está unido e integrado. En este caso, separa a los seres humanos de nuestro entorno, del medio ambiente en que crecemos, porque se lo ve como algo externo, lejano y sin importancia. Y una visión así por consecuencia influye negativamente en la forma como nos relacionamos con las cosas y la naturaleza, por eso las tratamos sin respeto y sin cuidado.
La utilización mercantil de la tierra, las cosas, la naturaleza es una de las formas más extendidas y burdas de su descuido y maltrato. Cuando vemos las cosas y a los demás seres como meros valores de cambio, como “recursos”, como meras instrumentos para ser usados y lograr con ello algún tipo de beneficio en términos de ganancia económica, entonces estamos degradando a los seres a meros productos, objetos de compra y venta.
PENSAR: El necesario cambio de mirada
Ya no podemos considerar la relación con las cosas, los animales y las plantas como algo secundario, que puede ser tomado en cuenta si nos queda tiempo, ganas y energía después de hacer muchas cosas por las personas, los individuos y la sociedad. Hoy ya sabemos, porque nos lo dicen todas las ciencias, que todos los seres, incluidos los seres humanos, estamos totalmente insertos en la trama, en el tejido de la vida, y por lo tanto somos todos interdependientes unos de otros. Lo que le pasa a unos, le afecta a otros, lo que le beneficia a unos, le beneficia a todos.
Esta nueva forma de ver nos hace que descubramos el cosmos y la naturaleza no como algo que “está afuera”, que está aparte de nosotros los humanos, y por lo tanto como algo que sólo de manera muy superficial tiene que ver con el desarrollo de nuestras vidas. Por lo contrario, nuestra vida es parte de esa Vida global que es la Tierra en todas sus múltiples manifestaciones.
Los seres humanos tenemos que cambiar nuestra mirada, así como nuestra forma de situarnos en el mundo, que implica nuestras actitudes y acciones. El cambio radical de mirada nos pide, nos exige ya no ponernos por encima de las cosas y de los demás seres, sino al lado de todos, sabiéndonos parte de un Todo que requiere de aprecio y cuidado. Somos parte de una casa común que es el planeta.
Implicaciones desde la religión y la fe cristiana
Esta forma de ver el mundo, las cosas, la naturaleza y al ser humano como formando parte de un todo integral, formado por seres armónicamente entrelazados, interdependientes unos de otros, implica también una nueva forma creyente y religiosa de comprender el mundo, la historia, la humanidad y aún a la misma divinidad.
La visión dualista que señalábamos antes, contempla a ‘Dios’ como un ser superior que está más allá y afuera de este mundo, en otra dimensión, en “el cielo”. Es un Dios que está “por encima” del cosmos y de todos los seres. Es un Dios separado de su creación, la que al perder su carácter sagrado es algo que puede ser manipulado a discreción y al antojo, algo que puede ser usado y desechado, algo carente de vida y derechos. De ahí que la actitud y la práctica anti-ecológicas tienen también su explicación religiosa en imágenes de Dios como las que aquí se describen.
El cambio radical y profundo que tenemos que hacer en nuestra mirada y en nuestras actitudes y prácticas debe pasar necesariamente también por esta dimensión creyente, de fe o religiosa de nuestras vidas y de las vidas de nuestros pueblos y de nuestras sociedades. La era ecológica en la que estamos ya inmersos debe fomentar una nueva y profunda conciencia de la presencia de lo sagrado en cada realidad del universo. ‘Dios’ ya no puede ser el ser lejano y separado de su creación, del mundo y de los seres. En esta Realidad Total que es el cosmos y los seres que lo habitan, incluido el ser humano, está presente la divinidad. ‘Dios’ está inmerso, metido de lleno en esta realidad en evolución. ‘Dios’ está presente en el cosmos y el cosmos está presente en ‘Dios’, como dos realidades íntimamente conectadas. ‘Dios’ en todo y todo en ‘Dios’.
Si es esto así, entonces el cosmos, la naturaleza y los seres todos que en ella habitan no son simplemente cosas indiferentes, o realidades sin valor, menos aún cosas que valen sólo por su calidad de compra-venta y su precio. Por lo contrario, toda la realidad recupera su carácter de sagrada, impregnada de divinidad, y por tanto merece todo nuestro aprecio, nuestra atención y nuestro cuidado. El mundo pasa a ser como el “cuerpo de Dios”. La implicación profunda de esta afirmación está en que, como dijimos, si todo está interrelacionado y es interdependiente, lo que hacemos al cosmos y a los seres le afecta a ’Dios’ presente en sus creaturas, y por tanto nos afecta a nosotros los seres humanos. Lo que destruyamos y descuidemos, lo que contaminemos y desechemos, afectará a La Vida en su totalidad. Y lo que cuidemos, regeneremos y construyamos recreará la totalidad de La Vida.
Todo esto nos pide una conversión muy radical al Dios de la Vida, el Dios que nos reveló Jesús el Cristo: “Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Todos los procesos de guerra, violencia, destrucción y muerte, causados a cualquier ser de la creación –sobre todo al ser humano-, niegan la presencia de la Vida y niegan a Dios.
ACTUAR: La Ecología y nuestra Misión por la Fraternidad planetaria
Existen ya muchas prácticas ecológicas que viven nuestros pueblos autóctonos que no han perdido aún esa mirada nueva y a la vez muy antigua de armonía y cuidado de la tierra, la naturaleza y las personas y comunidades. Quizá habría que comenzar por conocer y aprender de esa sabiduría ancestral. Hay otras muchas acciones que están realizando otras personas y comunidades rurales y urbanas que caminan hacia esta consciencia. Y habrá múltiples acciones nuevas que se podrán ir encontrando al comenzar a integrar de manera más consciente esta dimensión en nuestras vidas. Lo importante es comenzar a caminar en esta dirección.
Esta dimensión ecológica de la vida, que tiene implicaciones en los ámbitos personal, comunitario, social, cultural y político, tiene que ser una dimensión transversal, un eje de acción que cruza todos los ámbitos y aspectos de la realidad. No lo consideramos un aspecto o elemento opcional. Demanda por lo tanto una gran responsabilidad ética y un profundo compromiso teológico. La Misión por la Fraternidad quiere ser un eco más de esta responsabilidad y compromiso, invitando a todas las personas que colaboran de diversas maneras con esta iniciativa y a todas las comunidades que la usan y la operan, a ser parte de las múltiples voces que cada vez con más decisión, ternura y vigor se preocupan y ocupan del Cuidado de la Tierra y de La Vida.
TEJIENDO NUESTRO CUIDADO POR LA TIERRA
Tejer Esperanza, Cuidando la Tierra
VER: La ceguera de mirar torcidamente
Todos conocemos los enormes y graves problemas por los que está pasando el planeta en estos momentos de la historia: deforestación y desertificación, cambio climático y calentamiento global, escasez de agua dulce cada vez más aguda, los agujeros en la capa de ozono, sobrepoblación mundial, etc. Estos problemas ecológicos no son causados simplemente por procesos naturales. Son generados por prácticas humanas, las cuales tienen su origen en la forma de “ver” el mundo, de situarse ante él y de actuar sobre él. En las últimas décadas estos problemas se han agravado de manera alarmante. Como alguien lo ha expresado, el ser humano está serruchando la rama del árbol sobre la que está sentado.
El problema de fondo es que tenemos una visión dualista, o sea que separa y desune indebidamente lo que de por sí está unido e integrado. En este caso, separa a los seres humanos de nuestro entorno, del medio ambiente en que crecemos, porque se lo ve como algo externo, lejano y sin importancia. Y una visión así por consecuencia influye negativamente en la forma como nos relacionamos con las cosas y la naturaleza, por eso las tratamos sin respeto y sin cuidado.
La utilización mercantil de la tierra, las cosas, la naturaleza es una de las formas más extendidas y burdas de su descuido y maltrato. Cuando vemos las cosas y a los demás seres como meros valores de cambio, como “recursos”, como meras instrumentos para ser usados y lograr con ello algún tipo de beneficio en términos de ganancia económica, entonces estamos degradando a los seres a meros productos, objetos de compra y venta.
PENSAR: El necesario cambio de mirada
Ya no podemos considerar la relación con las cosas, los animales y las plantas como algo secundario, que puede ser tomado en cuenta si nos queda tiempo, ganas y energía después de hacer muchas cosas por las personas, los individuos y la sociedad. Hoy ya sabemos, porque nos lo dicen todas las ciencias, que todos los seres, incluidos los seres humanos, estamos totalmente insertos en la trama, en el tejido de la vida, y por lo tanto somos todos interdependientes unos de otros. Lo que le pasa a unos, le afecta a otros, lo que le beneficia a unos, le beneficia a todos.
Esta nueva forma de ver nos hace que descubramos el cosmos y la naturaleza no como algo que “está afuera”, que está aparte de nosotros los humanos, y por lo tanto como algo que sólo de manera muy superficial tiene que ver con el desarrollo de nuestras vidas. Por lo contrario, nuestra vida es parte de esa Vida global que es la Tierra en todas sus múltiples manifestaciones.
Los seres humanos tenemos que cambiar nuestra mirada, así como nuestra forma de situarnos en el mundo, que implica nuestras actitudes y acciones. El cambio radical de mirada nos pide, nos exige ya no ponernos por encima de las cosas y de los demás seres, sino al lado de todos, sabiéndonos parte de un Todo que requiere de aprecio y cuidado. Somos parte de una casa común que es el planeta.
Implicaciones desde la religión y la fe cristiana
Esta forma de ver el mundo, las cosas, la naturaleza y al ser humano como formando parte de un todo integral, formado por seres armónicamente entrelazados, interdependientes unos de otros, implica también una nueva forma creyente y religiosa de comprender el mundo, la historia, la humanidad y aún a la misma divinidad.
La visión dualista que señalábamos antes, contempla a ‘Dios’ como un ser superior que está más allá y afuera de este mundo, en otra dimensión, en “el cielo”. Es un Dios que está “por encima” del cosmos y de todos los seres. Es un Dios separado de su creación, la que al perder su carácter sagrado es algo que puede ser manipulado a discreción y al antojo, algo que puede ser usado y desechado, algo carente de vida y derechos. De ahí que la actitud y la práctica anti-ecológicas tienen también su explicación religiosa en imágenes de Dios como las que aquí se describen.
El cambio radical y profundo que tenemos que hacer en nuestra mirada y en nuestras actitudes y prácticas debe pasar necesariamente también por esta dimensión creyente, de fe o religiosa de nuestras vidas y de las vidas de nuestros pueblos y de nuestras sociedades. La era ecológica en la que estamos ya inmersos debe fomentar una nueva y profunda conciencia de la presencia de lo sagrado en cada realidad del universo. ‘Dios’ ya no puede ser el ser lejano y separado de su creación, del mundo y de los seres. En esta Realidad Total que es el cosmos y los seres que lo habitan, incluido el ser humano, está presente la divinidad. ‘Dios’ está inmerso, metido de lleno en esta realidad en evolución. ‘Dios’ está presente en el cosmos y el cosmos está presente en ‘Dios’, como dos realidades íntimamente conectadas. ‘Dios’ en todo y todo en ‘Dios’.
Si es esto así, entonces el cosmos, la naturaleza y los seres todos que en ella habitan no son simplemente cosas indiferentes, o realidades sin valor, menos aún cosas que valen sólo por su calidad de compra-venta y su precio. Por lo contrario, toda la realidad recupera su carácter de sagrada, impregnada de divinidad, y por tanto merece todo nuestro aprecio, nuestra atención y nuestro cuidado. El mundo pasa a ser como el “cuerpo de Dios”. La implicación profunda de esta afirmación está en que, como dijimos, si todo está interrelacionado y es interdependiente, lo que hacemos al cosmos y a los seres le afecta a ’Dios’ presente en sus creaturas, y por tanto nos afecta a nosotros los seres humanos. Lo que destruyamos y descuidemos, lo que contaminemos y desechemos, afectará a La Vida en su totalidad. Y lo que cuidemos, regeneremos y construyamos recreará la totalidad de La Vida.
Todo esto nos pide una conversión muy radical al Dios de la Vida, el Dios que nos reveló Jesús el Cristo: “Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Todos los procesos de guerra, violencia, destrucción y muerte, causados a cualquier ser de la creación –sobre todo al ser humano-, niegan la presencia de la Vida y niegan a Dios.
ACTUAR: La Ecología y nuestra Misión por la Fraternidad planetaria
Existen ya muchas prácticas ecológicas que viven nuestros pueblos autóctonos que no han perdido aún esa mirada nueva y a la vez muy antigua de armonía y cuidado de la tierra, la naturaleza y las personas y comunidades. Quizá habría que comenzar por conocer y aprender de esa sabiduría ancestral. Hay otras muchas acciones que están realizando otras personas y comunidades rurales y urbanas que caminan hacia esta consciencia. Y habrá múltiples acciones nuevas que se podrán ir encontrando al comenzar a integrar de manera más consciente esta dimensión en nuestras vidas. Lo importante es comenzar a caminar en esta dirección.
Esta dimensión ecológica de la vida, que tiene implicaciones en los ámbitos personal, comunitario, social, cultural y político, tiene que ser una dimensión transversal, un eje de acción que cruza todos los ámbitos y aspectos de la realidad. No lo consideramos un aspecto o elemento opcional. Demanda por lo tanto una gran responsabilidad ética y un profundo compromiso teológico. La Misión por la Fraternidad quiere ser un eco más de esta responsabilidad y compromiso, invitando a todas las personas que colaboran de diversas maneras con esta iniciativa y a todas las comunidades que la usan y la operan, a ser parte de las múltiples voces que cada vez con más decisión, ternura y vigor se preocupan y ocupan del Cuidado de la Tierra y de La Vida.
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La realidad del deterioro de la tierra es inminente y también es inminente que los seres humanos somos causantes de esta destrucción. Pero hoy ¿qué me toca hacer a mí por cambiar esta realidad desde mis propias convicciones? ¿Qué granito de arena pongo para volver a restaurar la tierra, mi casa? ¿Realmente me sé agente de cambio en el cuidado del planeta?
Misión por la Fraternidad 2011, Tejiendo una esperanza activa
La realidad del deterioro de la tierra es inminente y también es inminente que los seres humanos somos causantes de esta destrucción. Pero hoy ¿qué me toca hacer a mí por cambiar esta realidad desde mis propias convicciones? ¿Qué granito de arena pongo para volver a restaurar la tierra, mi casa? ¿Realmente me sé agente de cambio en el cuidado del planeta?
Misión por la Fraternidad 2011, Tejiendo una esperanza activa
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