HILO 1
Tejiendo alianzas por la paz
VER
La creación gime dolores de parto:
una realidad de violencia estructural que interpela nuestros corazones
Vivimos en México uno de los momentos más dolorosos de nuestra historia, caracterizado por una violencia e inseguridad estructurales, cuyas raíces más profundas son la pobreza y la desigualdad generadas por un modelo económico y político que ha sumido a nuestra nación en una absurda situación de guerra que ha cobrado la vida de más de 50 mil personas los últimos tres años.
Este agravamiento social, de dimensiones insostenibles para la sobrevivencia cotidiana de la población a lo largo y ancho del territorio nacional, ha sido detonado en gran medida por la estrategia militar impulsada desde el gobierno federal en un supuesto combate al crimen organizado, pero, lejos de arrojar resultados positivos, ha provocado más muertes sobre todo de gente inocente.
En una carta de los obispos católicos mexicanos, Exhortación Pastoral de los Obispos al Pueblo de México con motivo de la violencia en el país “Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga Vida Digna”, de febrero de 2010, se realiza precisamente un análisis de la realidad en clave de inseguridad y violencia, confirmando que las situaciones ya mencionadas no son “hechos aislados o infrecuentes”, sino que se trata “de una situación que se ha vuelto habitual, estructural, que tiene distintas manifestaciones y en la que participan diversos agentes” (n. 10).
También señala que las causas profundas de esta crisis de inseguridad y violencia, son principalmente “la desigualdad y la exclusión social, la pobreza, el desempleo, los bajos salarios, la discriminación, la migración forzada y los niveles inhumanos de vida, exponen a la violencia a muchas personas: por la irritación social que implican; por hacerlas vulnerables ante las propuestas de actividades ilícitas y porque favorecen, en quienes tienen dinero, la corrupción y el abuso de poder” (n. 28).
Otro de los factores principales de que los graves problemas sociales que hoy vivimos no estén en vías de solución adecuada, ha sido colocado por algunos expertos en el hecho de que la estrategia de seguridad del gobierno federal tenga la militarización como único camino de combate al crimen organizado, careciendo de una visión integral, que considere la desigualdad y la pobreza y que vaya acorde a las dimensiones de la problemática.
Si sumamos a ello que la clase política falta continuamente a su compromiso con la sociedad ante la indignante situación de desastre nacional, ya que legisla a su beneficio y mina cada vez más nuestras instituciones democráticas; y que la publicidad en los medios masivos de comunicación está orientada a favorecer los intereses de un pequeño grupo de poder y a desvirtuar la defensa pacífica de los derechos humanos; nos hallamos en una gran encrucijada, que no puede mantenernos inertes.
Sobre todo, cuando lo anterior apunta a una clara intención de nuestras autoridades de entregar el territorio y la soberanía nacional, mediante la privatización y la militarización que ocasiona la creciente pérdida de libertades individuales y colectivas.
No vale más el argumento de que la violencia es un hecho aislado, propio de algunos lugares allá muy lejos de nuestra cotidianidad. NO es verdad. La realidad es totalmente otra y dura: la violencia y la guerra existen como el componente esencial de nuestra cultura, y afecta todos los estratos de nuestra vida. Por ello, mucho menos debe valer el argumento de que, como la violencia no me afecta, entonces no me siento responsable de ayudar a quienes son víctimas de ella. La indiferencia es quizás una de las formas más sutiles y certeras de violencia. Ante esta realidad vale preguntarnos:
¿Cómo se manifiesta en nuestra localidad o comunidad este escenario presentado?
¿Cuáles son sus causas más visibles? ¿Y las invisibles? ¿Quiénes son los responsables?
¿Qué papel jugamos nosotros/as en la violencia estructural? ¿Somos víctimas? ¿Victimarios? ¿Indiferentes?
PENSAR
La paz esté con ustedes (Jn 14:27):
inspirándonos en un evangelio que nos compromete con la paz y la justicia
Desde la fe, la realidad ya descrita, tal vez nos provoque sentimientos encontrados: un mal sabor de boca por el silencio o complicidad de las estructuras religiosas con la estrategia de guerra del Estado; muchas preguntas que se hacen a las religiones, preguntas que quedan sin respuesta o con desafortunadas posturas anti-éticas. Bien recuerda el teólogo Pablo Richard que los pobres ya no luchan hoy solamente contra las clases opresoras y sus mecanismos de explotación, sino también contra los fetiches e ídolos de opresión del sistema dominante, donde se da incluso la justificación religiosa de la guerra, donde los dioses exigen el sacrificio humano de gente inocente para alcanzar purificación y salvación. Es una fe perversa la que aún sostiene esto. ¿Qué le pasa a las religiones y sus prominentes líderes? ¿Cuándo el inocente, a quien deben proteger a toda costa, se convirtió en el costo de la liberación? ¿Qué le pasa al Estado que sacraliza la guerra y a sus ejércitos?
Tenemos que apostar, en cambio, por otra fe, aquella que hoy puebla los corazones de muchas y muchos, ante el hartazgo de la violencia y la impunidad. Una fe (religiosa y no) en lo humano, en la paz, en otro camino posible libre de violencia. Esa fe sostiene el camino y el caminar de las y los hacedores de paz, e invita a despertar del letargo o del miedo, que nos arrincona, nos esconde del otro y al otro. No podemos justificar la violencia tanto como no podemos permanecer impasibles ante ella. Desde la fe, hemos de sentirnos convocadas y convocados, interpelados, a tomar postura y sumarnos a la paz como camino de reconciliación nacional, reconciliación de unos con otros, para salir de la apatía (que significa la negación del sufrimiento propio o ajeno) y sumar esfuerzos.
Hoy la fe y la esperanza se tornan fundamentales, sea que profesemos una creencia u otra, o ninguna; nada nos exenta de ser humanos, hermanas y hermanos. El caminar empieza, y no habrá un final deseado sin el apoyo de todas y todos.
En el corazón de este camino está el evangelio judeo-cristiano: la No-violencia activa, la certeza de que no hay camino para la paz, sino la paz es el camino (M. Gandhi). Es un cambio de paradigma hacia el sentido común que nos dice que no se puede hacer la paz a partir de la guerra y la violencia, y que no podemos responder a las provocaciones con violencia, pues significaría sumirnos en la interminable espiral del “ojo por ojo, diente por diente”. Antes anteponer el saludo de paz: el Shalom que es paz y vida digna y justa para todas y todos, incluidos nuestros enemigos.
Frente a la tentación de la violencia, el Evangelio propone la alternativa de la paz, que puede tomar muchas formas y que en la praxis de Jesús significa el acuerpamiento (ponernos cuerpo a cuerpo, acercamiento entrañable) de las comunidades como acompañamiento de nuestras soledades (consuelo) y aislamientos provocados por el miedo. La experiencia de la violencia y el sufrimiento humano debe tocar nuestro corazón de piedra y hacerlo corazón de carne y animarnos a caminar por el camino de la paz.
Es un reclamo legítimo el que hacen los familiares de 50 mil víctimas cuando preguntan: ¿donde están más de 100 millones de mexicanos y mexicanas? Y es nuestra responsabilidad cristiana responder, no sólo personalmente, sino hacer todo lo posible para que la voz de las víctimas rompan el silencio impuesto al tema de la guerra y a sus consecuencias en la vida cotidiana de miles y millones de personas. No puede seguir negándose una realidad que devasta el país.
Nuestra respuesta sensible al dolor humano, es hoy una promesa que le hacemos al mundo, un don necesario que nadie puede exigir, sólo otorgar voluntariamente y así recuperar nuestra humanidad perdida.
¿Qué podemos hacer al respecto, cuando además parece que vivimos en una sociedad mexicana indolente e indiferente ante el dolor y la pobreza ajenos? Aquí tenemos un enorme reto, un largo y arduo camino por recorrer. ¿Dónde están? Ha sido la pregunta recurrente de muchas y muchos que han perdido a sus hijos, hijas, hermanos, hermanas, padres, madres, compañeras, compañeros. ¿Dónde están nuestros desaparecidos, dónde los culpables, dónde las autoridades, dónde la justicia…? Y ¿dónde está la sociedad? ¿Dónde la solidaridad con lo humano?
Podríamos añadir, ¿dónde están las iglesias?, cuya misión precisamente, además del consuelo y alivio del dolor humano, es ser abogadas de la justicia. ¿Dónde está la fe comprometida con la dignidad? ¿Dónde una fe activa que no cierra los ojos ante el pueblo que ha caído a un lado del camino, herido de muerte por criminales y sus encubridores? Siendo más de 100 millones de personas que dicen profesar una fe en nuestro país, ¿por qué el abandono de las causas de la justicia?
La realidad de sufrimiento, como venas abiertas que no sanan sino se abren más y más, ¿nos va a mantener impasibles?, ¿temerosos?, ¿indiferentes? Más que nunca estamos invitadas e invitados a la reflexión profunda y ética, sobre lo humano, sobre la fragilidad, sobre la miseria, sobre la corrupción de la que formamos parte, si no nos oponemos abiertamente a ella.
Como recuerda el pastor metodista César Pérez, a propósito de la Caravana por la Paz que recorrió el norte del país, los días 4 al 11 de junio de 2011, llevando consuelo y esperanza:
"Nuestra presencia como cristianos se vuelve realidad cuando como personas asumimos la responsabilidad de unirnos en solidaridad con aquellos que sufren violencia. El Reino de Dios lo construyen los valientes y, valientes son los que recorren los caminos de México llevando el mensaje de paz con justicia que nos animan a mantener viva la fe y la esperanza..."
Esta presencia (cristiana y no, de fe, atea, agnóstica… pero profundamente humana) puede ser el comienzo de una nueva historia y un nuevo rumbo para nuestro país, y requiere la participación de todas y todos.
ACTUAR
Bienaventuradas/os las y los que trabajan por la paz (Mt 5,9)
En un pronunciamiento de las iglesias ante la situación de violencia nos convence de que “el cambio que requiere el país debe iniciarse al interior de la persona reconociendo toda forma de violencia en lo cotidiano y comprometiéndonos a erradicarla en nuestra familia, en la pareja, en el trabajo, en la sociedad; con acciones afirmativas y expansivas, como las hondas provocadas por la piedra en el agua, que logran transformar la realidad desde la fe, desde la relación profunda con el Señor de la historia y en íntima relación con los más pobres, con las víctimas, mis hermanos y hermanas”. (Posicionamiento de las iglesias por la paz, 12 de septiembre de 2011.)
Los acontecimientos de creciente inhumanidad, violencia y dolor que padecemos las y los mexicanos sacuden nuestra conciencia y atizan el corazón. Con la fuerza del amor, la verdad y la justicia, mujeres y hombres de fe de este país podemos ser agentes de paz, promotores de la concordia y la reconciliación. ¿Qué acciones concretas podemos hacer ante estos sucesos que constriñen el espíritu y amenazan la integridad de tantos y tantas compatriotas?
Ante este vacío en el estado de derecho y la incapacidad del Estado para asegurar el bienestar de la población, son los sectores más vulnerados quienes hoy reinventan salidas y dan respuesta a la violencia institucionalizada en el país. Sobre la base de la singular experiencia de la espiritualidad de la liberación, con la cual se han alimentado las luchas, muchos cristianos y cristianas en el continente y en el mundo, pero que también ha entrado en diálogo y fusión con otras espiritualidades: autóctonas, orientales, filosóficas, políticas… muchos movimientos, grupos, procesos se inspiran para una transformación en perspectiva de paz por la justicia, y desde la base hacia la transformación estructural de nuestras sociedades.
Siguiendo este itinerario, estamos llamados y llamadas a ser iglesias por la paz, reconocer con humildad y autocrítica que no hemos realizado nuestra misión evangelizadora con la fuerza y energía que hoy la situación amerita; y comprometernos a trabajar públicamente por la justicia, la verdad y el amor en el camino de la no-violencia y la resistencia civil pacífica.
El evangelio nos convoca a que, con creatividad y entusiasmo, entre otras cosas:
ü Coloquemos por delante de nuestras acciones la defensa del oprimido y de las víctimas de la violencia en nuestro país, como sujetos activos de transformación.
ü Nuestro anuncio, y sobre todo nuestras acciones por la paz salgan de la comodidad de nuestros templos y sean escuchados en las plazas públicas, que llegue a todas las gentes en todos los rincones del país.
ü Desde el profetismo, la fe, la espiritualidad que nos comprometamos a hacer del Evangelio una acción para la paz que nazca de la justicia.
ü Exijamos desde ya una reforma política integral por parte del gobierno, que atienda a la verdadera causa de la inseguridad y la violencia en nuestro país, que es la injusticia social y económica.
ü Asumamos el firme compromiso de emprender acciones conjuntas, organizadas, como iglesias y personas de fe, para que la justicia y la paz se besen en nuestro adolorido territorio mexicano (Sal 85,10).
¿Qué acciones concretas nos sugiere este itinerario, para nuestro barrio, comunidad, pueblo?
¿Qué causas conocemos en lo local, regional nacional que trabajan por la paz?
¿Con quiénes podemos y tenemos que aliarnos para hacer posible la paz que nazca de la justicia?
Oración pública por la paz
Tras haber reflexionado sobre la necesidad de aliarnos por la paz; convoquemos al mayor número de personas, iglesias, comunidades, grupos de fe, jóvenes a un acto público de denuncia de la violencia y anuncio de la paz. Con actividades culturales, alternativas, reflexivas, para encontrar más y más caminos de paz.
Puede concluirse el acto recitando todas y todos juntos la siguiente oración por la paz:
Renueva tu paz en medio de tu pueblo
Queremos pedirte
paz para aquellos que lloran en silencio;
paz para los que no pueden hablar;
paz cuando parece que todo perece.
Renueva tu paz en medio de tu pueblo.
En medio de la ira, la violencia y el desencanto,
de las guerras y la destrucción de la tierra:
muéstranos, en esta oscuridad, tu luz.
Renueva tu paz en medio de tu pueblo.
Queremos pedirte
paz para aquellos que alzan su voz en reclamo;
paz cuando muchos no la quieran escuchar;
paz mientras hallamos el camino y a la justicia.
Renueva tu paz en medio de tu pueblo.
(Imagina la Paz, Celebraciones, 2009, Consejo Mundial de Iglesias)
________________________________________________________________________________
PRESENTACIÓN DE CATEQUESIS COMUNITARIA
Estimados hermanos y hermanas, el material que ahora tienen en sus manos desea contribuir a la reflexión comunitaria en esta Cuaresma. Está dividido en “hilos” porque cada uno de ellos se teje con el siguiente y todos juntos, constituyen la trama de un proyecto que se encamina en la búsqueda de la justicia.
Cada hilo se divide en cuatro partes:
a) Una mirada a la realidad
b) Iluminar la realidad
c) Manos a la obra
d) Celebrar la vida.
Cada uno de estos momentos corresponde al método de análisis Ver-Juzgar-Actuar-Celebrar.
Se recomienda que el monitor o catequista lea completo el tema antes de casa sesión y pueda preparar el material necesario. El lema de cada hilo se puede poner en una cartulina grande y fotocopiar las letras de las canciones así como buscar el reproductor donde poner el disco con las canciones incluidas en cada hilo.
Es conveniente acondicionar el lugar con un cirio, flores, una imagen de Jesús resucitado, y algunos otros elementos que se sugieren en cada sesión.
Deseamos a todos y todas que las reflexiones, lecturas, análisis y sugerencias de materiales les sean útiles para crecer de manera personal y como comunidad cristiana.
Hilo 1
Tejiendo alianzas por la paz
“La paz es fruto de la justicia y del amor” (Papa Pablo VI)
Introducción
En esta reflexión inicial analizaremos la posibilidad de construir la paz en medio de la percepción generalizada de inseguridad y amenaza constante a la vida humana. Este clima de zozobra lleva a muchos a no actuar y a no comprometerse en la promoción de la justicia. Sin embargo, veremos que sólo quien está movido por el Espíritu de Dios se atreve a vencer el miedo y contribuya a la construcción de una sociedad justa y digna. El ejemplo de los defensores de los derechos humanos de los migrantes, nos ilumina y nos acompaña en esta búsqueda constante por incrementar el compromiso cristiano.
Una mirada a nuestro alrededor basta para percatarnos que no sentimos un clima propicio para que florezca la paz. Por un lado, el creciente clima de inseguridad pública que se vive en todo el territorio nacional y que ha invadido los lugares más insospechados de la vida cotidiana como el interior de los hospitales, de los centros de rehabilitación o los estadios de futbol.
Por otro lado, la falta de respeto a los derechos humanos de diversos sectores y grupos vulnerables de la nación, jóvenes, niños y niñas, mujeres, ancianos, migrantes, entre otros; que generan una sensación de indefensión en los distintos sectores sociales así como la percepción general de una impunidad que rodea a quienes vulneran esos derechos.
Aún más, las condiciones de la economía han declarado la guerra a millones de mexicanos que no ven opciones para romper con el círculo de la pobreza que los condena a la miseria humana. Muchos sobreviven en sus lugares de origen en apenas la línea de pobreza, un eufemismo para referirse a “no morir de hambre”. Muchos otros ven en la migración la opción para obtener en otro lado lo que su propio país o región no les da. Invierten lo poco que les queda para pagar al traficante y pagar pasajes desde su lugar de origen para alcanzar el anhelado sueño americano. Llegar a la línea fronteriza implica una travesía llena de amenazas y peligros. Más para los migrantes que vienen de Centroamérica en tránsito por México. En nuestro país, muchos de ellos encuentran la muerte u otros suplicios peores que la misma muerte. El siguiente texto resume muy bien el asunto del que estamos hablando:
“La migración, en su expresión mayoritaria y más dolorosa, es resultado de la pobreza y de la desigualdad social. Para millones de familias, es la única alternativa de desarrollo. Visto el fenómeno desde un enfoque de derechos, los flujos migratorios están marcados por la injusticia económica, política y social. Son resultado de la falta de oportunidades que prevalece en los países de origen; se han convertido en negocios lucrativos para grupos criminales organizados, en muchos casos coludidos con agentes y funcionarios públicos y padecen la persecución y la discriminación en los países de destino[1]”
Así la situación, parece que la migración tiene larga vida mientras las condiciones de pobreza y desigualdad sigan imperando en nuestro país y en el resto de los países de la región. Inseguridad pública, inseguridad económica, inseguridad humana, en general. El ambiente es propicio para que florezcan las acciones del crimen y los jóvenes son presa fácil de sus argucias. Hay más oferta del lado de los criminales que del lado de los programas gubernamentales de empleo, educación, salud, recreación y deporte. La mayoría de los muertos en esta absurda espiral de violencia, son jóvenes, niños inclusive. La narco mentalidad domina el horizonte aspiracional de la juventud, tener mucho, tenerlo pronto y tenerlo a cualquier precio[2]. Por eso arriesgan la vida y no tienen el menor respeto por la ajena, porque hay que vivir aquí y ahora; el mañana no existe en su imaginario.
¿Vale la pena hacer algo al respecto? Muchos dirán que no, que es mejor esperar escondidos en casa y arriesgarse lo menos posible. Otros dirán que sí, pero el miedo les impide actuar y comprometerse con alguna causa, ya que el miedo es el peor enemigo del amor. Sin embargo, si queremos alcanzar la paz, no podemos dejar de luchar por la justicia y por el amor. No habrá paz si nos sentamos a esperar a ver cómo se desmorona el país frente a nuestros ojos. Algo se puede hacer; muchos lo están haciendo. Lo urgente es vencer el miedo, pues mientras el miedo domine, sólo se escucharán lamentos pero nada cambiará. Reflexionemos a la luz de la Palabra de Dios.
Juan 14:27 La Paz del Reino
Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo.
Este versículo pertenece al primer discurso de despedida que Juan pone en boca de Jesús, después del relato del lavatorio de los pies de los discípulos. El grupo de los doce está temeroso porque no entiende lo que va a pasar con ellos ni con Jesús. Ni siquiera tenían claro lo que Judas iba a hacer. El miedo y la incertidumbre los invade y poco o nada pueden hace contra eso, excepto escuchar y aceptar en su corazón lo que Jesús les dice.
No debió ser fácil escuchar de boca de Jesús que los iba a dejar y que ellos se quedarían a continuar su misión de construir el Reino. Los discípulos pensarían, ¿Cómo lo vamos a hacer? ¿Quién ahora nos acompañará y animará a continuar? ¿Podremos enfrentar solos a Roma y toda la fuerza de su estado? ¿Y si Jesús ya no vuelve como lo dice ahora?
Jesús se anticipa a lo que va a suceder y por eso les anima a no sentirse solos, a saber que, en realidad, él no se va del todo sino que les deja su espíritu Defensor e Intérprete de todo lo que ahora les enseña. Un espíritu de Verdad que les ayudará a entender la realidad y que les enseñará el verdadero significado de los acontecimientos, por más incomprensibles que parezcan.
Es aquí donde Jesús hace un trato con sus discípulos, afirma que les deja su paz. No la “paz” como la que impone el imperio romano bajo la dominación y el sometimiento sino la paz que brota de la entrega total al amor de Cristo. Sólo el que ama y cumple su palabra, anida en su corazón la paz verdadera, la fortaleza del espíritu que lo lleva a no inquietarse ni acobardarse, sino al contrario, a luchar por transformar la realidad de muerte y de violencia.
Sin esta profunda convicción y aceptación del amor y del espíritu de la verdad, la realidad no tiene sentido y la vida carece de propósito. Nada podemos hacer por transformarla si la desesperanza invade nuestro corazón y nuestro ánimo. Si el Espíritu Intérprete, el Espíritu Santo, habita en el corazón el miedo desaparece y la paz de Cristo habita en él por más que la realidad circundante sea amenazante y parezca que no se pude cambiar.
Muchos siglos después, Albert Einstein afirmaba que, “Todos tenemos dos elecciones: estar llenos de miedo o llenos de amor”. Verónica de Andrés cita al científico para comentar que, a su juicio, estos son los dos paradigmas que mueven al mundo, el miedo y el amor. Por supuesto, que es el miedo el que genera rigidez, desmotivación, pesimismo, resentimiento, violencia y falta de confianza. El paradigma del amor se mueve en la flexibilidad, motivación, optimismo, esfuerzo, perdón, paz interior y confianza[3]. Por increíble que parezca, los hechos de violencia y de terror son producto del miedo. Por ejemplo, tanto el ataque terrorista a las Torres Gemelas como las reacciones viscerales en contra de los musulmanes después de ese atentado en Estados Unidos, son también resultado de un profundo miedo.
Nosotros, los cristianos y cristianas, creemos que es el Espíritu de Dios quien nos infunde el valor para vencer el miedo, para perdonar, para mirar con optimismo el futuro a pesar de las adversidades actuales, para actuar en favor de los hermanos y hermanas que necesitan de nuestra decidida acción amorosa. Si queremos paz, debemos primero vencer el miedo a actuar, el miedo a las represalias y el miedo más primitivo y poderoso, el miedo a la muerte. Si el Espíritu de Dios actúa en nosotros, nada ni nadie puede detener la acción amorosa a favor de la justicia.
Veamos un ejemplo de la acción del espíritu en uno de nuestros pastores. Se transcribe en seguida, un párrafo de una de las muchas entrevistas al Padre Alejandro Solalinde, defensor de los derechos de los migrantes en Ixtepec Oaxaca:
A la pregunta de un reportero, ¿Qué significa para usted el trabajo de defensa de los derechos de los migrantes? El Padre Solalinde responde:
“Significa Pascua. La muerte está representada por el sistema actual de justicia. La muerte es el dolor de los migrantes, una ceguera, la corrupción, el holocausto de los migrantes asesinados… Y vislumbro con mucha esperanza el paso que sigue, la Vida. La Vida viene después: vivimos una transición dolorosa, una Pascua. El país no puede seguir así, hundiéndose. Viene el 2012 y vamos empezar a ver la pelea por el poder, que no es una lucha por el servicio. Va a empezar el golpeteo y tenemos que desarrollar una nueva sensibilidad, donde el Espíritu Santo actúa con los pobres, con los que están sufriendo. La historia está escribiéndose ahí, con ellos” [4]
En sus palabras no hay temor, al contrario, hay una serena convicción de que lo que hace está animado por el espíritu de Dios en la perspectiva de la construcción del Reino. Ni siquiera la muerte es una amenaza para él, pues la verdadera muerte es este sistema injusto que condena a millones a la miseria humana. Sin embargo, como él afirma, este dolor de muerte anuncia también la Pascua hacia una nueva realidad transformada por el amor.
El miedo paraliza; el amor entusiasma, literalmente, llena de Dios.
Por eso es que en esta reflexión debe llevarnos a poner manos a la obra y animarnos a seguir adelante juntos, como los discípulos, guiados por el Espíritu Defensor.
Reflexión personal
- ¿Cuáles son los miedos que más me atormentan y me paralizan? Anotarlos en un papel.
- ¿Cómo puedo enfrentar estos miedos para transformar mi actitud de pasividad en una de fortaleza ante la adversidad y de participación activa en las causas por la paz?
Reflexión en grupos
- ¿Cómo podemos ayudarnos en nuestro grupo para fortalecer nuestro espíritu con una confianza renovada en la promesa de Jesús de que él permanece en quienes lo aman?
- ¿Con quien o quienes podemos compartir la esperanza de una fe renovada por el amor?
Acciones colectivas hacia la construcción de la paz
¿Sabías que? Si todas las personas migrantes del mundo residieran en un mismo territorio, podrían conformar un país que ocuparía el 5º lugar de población a nivel mundial[5].
- Busquen y conozcan el trabajo del Padre Alejandro Solalinde en el Istmo de Tehuantepec y de Joel Padrón en Saltillo. Consulten la página del albergue “Hermanos en el Camino”[6] y vayan a la sección “Voz migrante”. Vean los testimonios de agradecimiento de los migrantes a la labor del albergue. ¿Qué les dice esos testimonios a ustedes?
- Decidan en equipo de qué modo pueden contribuir con el trabajo de los defensores de los derechos de los migrantes. Entre otros, cooperación en especie o en efectivo (Ver la sección “Contacto” de la página del albergue); mediante un tiempo de voluntariado en el albergue; o siendo comunidad de contacto para la colecta de víveres o dinero para el albergue.
- En la comunidad eclesial donde ustedes participan, ¿qué otras iniciativas existen a favor de la construcción de la paz?
- Si no existe ninguna, ¿No es momento empezar a animar a la comunidad por ejemplo, a apropiarse de los espacios públicos como parques y jardines para que los niños jueguen y los ancianos platiquen? ¿No es tiempo de que los cristianos y cristianas salgan de las “catacumbas del miedo” y testifiquen el amor de Cristo?
1. Poner en el centro de la celebración una mesa con la imagen de Cristo resucitado, un cirio y flores.
2. Cada uno va a pasar a romper el papel que contiene sus miedos en una canastita que pondrán frente a Jesús resucitado, simbolizando la entrega de sus propios miedos a Jesús quien ha vencido a la muerte para que él los transforme en acciones de amor y justicia.
3. Cuando todos terminen, dirán juntos el Salmo 23:
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
4. Finalmente todos cantarán o al menos recitarán la canción “Color Esperanza” de Diego Torres:
Sé que hay en tus ojos con sólo mirar
que estás cansado de andar y de andar
y caminar girando siempre en un lugar,
sé que las ventanas se pueden abrir
cambiar el aire depende de ti, te ayudará
vale la pena una vez más saber que se
puede querer, que se pueda quitarse los miedos
sacarlos afuera pintarse la cara color esperanza
tentar al futuro con el corazón.
Es mejor perderse que nunca embarcar
mejor tentarse a dejar de intentar
aunque ya ves que no es tan fácil empezar
sé que lo imposible se puede lograr
que la tristeza algún día se ira y así será
la vida cambia y cambiará, sentirás que el alma vuela
por cantar una vez más, saber que se puede
querer que se pueda, quitarse los miedos sacarlos afuera
pintarse la cara color esperanza tentar al futuro
con el corazón. Saber que se puede, querer
que se pueda quitarse los miedos, sacarlos afuera
pintarse la cara color esperanza tentar al futuro
con el corazón Vale más poder brillar que sólo
buscar ver el sol.
Pintarse la cara color esperanza tentar al futuro con
el corazón saber que se puede querer que se pueda
Pintarse la cara color esperanza tentar al futuro con
el corazón saber que se puede querer que se pueda
quitarse los miedos sacarlos afuera
Pintarse la cara color esperanza tentar al futuro con
el corazón saber que se puede, que puedes
intentar, querer que se pueda
Pintarse la cara color esperanza tentar al futuro con
el corazón saber que se puede querer que se pueda.
[2] Cito las palabras del Padre Leonel Narváez, promotor de las Escuelas de Perdón y Reconciliación en Colombia en su reciente visita a México.
[3] Verónica y Florencia de Andrés. Confianza total. Para vivir mejor. Herramientas para desarrollar la inteligencia emocional y la autoestima. México, Diana, 2010.
[4] Pablo Romo. Alejandro Solalinde. “El proyecto del Reino de Dios es lo más vigente que hay” en http://www.vidanueva.es/2011/05/13/alejandro-solalinde-el-proyecto-del-reino-de-dios-es-lo-mas-vigente-que-hay-2/
[5] OXFAM, link citado arriba
No hay comentarios:
Publicar un comentario