2014-04-28

Apas03_SBL: Lc 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan (20140504)

Servicio Bíblico Latinoamericano
3º Domingo de Pascua - Domingo 4 de mayo de 2014
Bto. Carlos Manuel Cecilio Rodríguez, laico (Puerto Rico, 1963)

Hch 2,14.22-33: No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio
Salmo responsorial 15: Señor, me enseñarás el sendero de la vida
1Pe 1,17-21: Los rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto
Lc 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan



En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, encontramos a Pedro pronunciando su primera predicación pospascual, dirigida tanto a los judíos presentes como a todos los habitantes de Jerusalén. El sermón es de tipo kerigmático, con la presentación de tres aspectos de la vida de Jesús, que componen el credo de fe más antiguo del cristianismo: un Jesús histórico, acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales; su muerte a mano de las autoridades judías, y finalmente, su resurrección obrada por Dios para salvación de toda la humanidad. Pedro termina su discurso con un sello de autenticidad: de todo esto, «nosotros somos testigos» (Hch 2,32). Creer en Jesús resucitado era reconocerlo como Mesías, lo que según las Escrituras, abría las puertas para su segunda venida y el fin del mundo. Esto explica las actitudes de recogimiento y miedo que llevan a los discípulos a encerrarse bajo llave. Sin embargo, Pentecostés cambia para siempre las cosas, pues antes que miedo por el fin del mundo, el Espíritu les indica que el mundo apenas comienza, y que la iglesia que acaba de nacer tiene el compromiso de contribuir en la reconstrucción de este mundo con la clave del amor. Así comenzó la Iglesia su misión, cambiando los miedos del fin del mundo, por la alegría, el optimismo y el compromiso de hacer que cada mañana el mundo nazca con más amor, justicia y paz.
La referencia a la primitiva comunidad cristiana nos hace descubrir la importancia que la praxis del amor y de la solidaridad tuvo en el surgimiento del cristianismo. No fue sin más una teoría, sino un cambio de vida, una praxis, una transformación social, lo que estaba en juego. Importante tenerlo presente, cuando tantos piensan que el cristianismo es cuestión de aceptar intelectualmente un paquete de verdades, teorías o dogmas.

En la segunda lectura, el apóstol Pedro hace un llamado a mantener la fidelidad a Dios aún en situaciones de destierro, desplazamiento, marginación o exclusión, porque Dios, en un nuevo Exodo, nos libera de una sociedad sometida a leyes injustas e inhumanas, que protegen sólo al que paga con oro o plata. Esta liberación fue asumida por Jesús con el sello de su propia sangre, como una opción de amor, consciente y voluntaria, por los hombres y mujeres del mundo entero. El precio que debemos pagar a Jesús por tanta generosidad, no es con oro ni plata, sino, dando vida a los hermanos que siguen muriendo, víctimas de la injusticia y la deshumanización. Eso será realmente «devolver con la misma moneda».

En el evangelio, dos discípulos, que no eran del grupo de los once (v.33) se dirigen a Emaús. Probablemente se trata de un hombre y una mujer, casados, (también había mujeres discípulas), que regresaban a su pueblo natal frustrados por los últimos acontecimientos de la capital. Mientras conversaban, Jesús se acerca y comienza a caminar con ellos, al fin y al cabo es el Emmanuel. Pero ellos no pueden reconocerlo, sus ojos están cerrados. ¿Por qué? Porque en el fondo todavía tenían la idea de un mesías profeta-nacionalista, que conquistaría el mundo entero para ser dominado por las autoridades de Israel, un mesías necesariamente triunfador... Por eso, estaban viendo en la cruz y en la muerte del maestro, el fracaso de un proyecto en el cual habían puesto sus esperanzas.
Serán las Escrituras las primeras gotas que Jesús echa en los ojos del corazón de estos discípulos, para que puedan ver y entender que no es con el triunfalismo mesiánico, sino con el sufrimiento del siervo de Yavé, como se conquista el Reino de Dios; un sufrimiento que no es masoquismo, sino un cargar conscientemente con las consecuencias de la opción de amar a la humanidad, actitud difícil de entender en una sociedad dominada por un poder de dominio que mata a quien se interpone en su camino. Por la vida, hasta dar la misma vida, es el testimonio de Jesús ante sus dos compañeros.

El relato de los discípulos de Emaús es una pieza bellísima, evidentemente teológica, literaria. No es, en absoluto, una narración ingenua directa de un hecho tal como sucedió. Es una composición elaborada, simbólica, que quiere dar un mensaje. Y como todo símbolo, que no lleva adjunto un manual de explicación, permanece «abierto», es decir, es susceptible de múltiples interpretaciones. Y desde cada nuevo contexto social, en cada nueva hora de la historia, los creyentes se confrontarán con ese símbolo y extraerán nuevas lecciones...

En una página adjunta (http://servicioskoinonia.org/biblico/textos/emaus.htm) presentamos una glosa a este texto de Lucas, leído desde la situación psicológica de los «militantes latinoamericanos en los 90». La situación, actualmente, por fortuna, ha cambiado, pero las situaciones de depresión, de derrota y de desánimo, lamentablemente forman parte esencial de nuestra vida, por lo que puede ser interesante leer la interpretación que allí se ofrece del tema de Emaús desde América Latina.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 127 de la serie «Un tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL, titulado «Por el camino de Emaús». El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1600127 Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap127b.mp3 

Para la revisión de vida

          Pedro proclama lo esencial de su fe, y lo que debe ser también el núcleo de nuestra fe: que Jesús fue rechazado y muerto por su compromiso con el amor y la justicia, pero que Dios se puso de su parte resucitándolo, y que él y los demás apóstoles son testigos de esta «parcialidad» de Dios. ¿Me siento yo también testigo de que la razón la lleva el amor y la justicia? ¿Acaso en otra cosa consiste el ser cristiano?

Para la reunión de grupo

-                 El contexto histórico del testimonio de los apóstoles sobre la resurrección de Jesús es siempre un ambiente de persecución: las autoridades "políticas y religiosas" de Israel persiguen a quien crea y sobre todo a quien proclame esa resurrección. ¿Por qué? Este porqué puede orientarnos mucho para saber el significado que proclamar la resurrección tenía en aquel contexto. Hoy nadie persigue a quien proclame la resurrección de Jesús o simplemente a Jesús y su mensaje. ¿Por qué? Este porqué puede iluminarnos sobre la vigencia o la pureza actual del mensaje que predicamos como «resurrección de Jesús».
-                 Los relatos de las apariciones de Jesús, y su resurrección misma ha sido entendidos muy literalmente, como narraciones directas de hechos físicos acontecidos exactamente así... Ello ha conllevado en el pueblo cristiano (en nosotros) la creación de un imaginario sobre la resurrección y el más allá de la muerte también muy "cuasi-físico", como si fuera enteramente conocido o cognoscible, describible, desprovisto de todo misterio... ¿Cabe hoy mantener el sentido profundo de la fe en la resurrección de una forma más crítica, sin hablar a la ligera de la misma, reconociendo que no "sabemos" casi nada de ella, y sospechando que mucho de lo que clásicamente hemos dicho al respecto sea sólo imaginación, símbolos inadecuados y no -desde luego- descripciones cuasi-físicas que haya que considerar como "materia de fe"?
-                 Léase el artículo de Jon Sobrino «El resucitado es el resucitado» (http://servicioskoinonia.org/relat/219.htm) y coméntese ese enfoque de interpretación del significado de la resurrección de Jesús.
-                 En todo caso: ¿cómo entender pues hoy el contenido profundo de la fe en la resurrección? ¿Y qué significaría hoy «dar testimonio de la resurrección»?

Para la oración de los fieles

-                 Para que la Iglesia dé testimonio de su fe y su esperanza, anunciando de palabra y obra al Dios de vivos que ha resucitado a Jesús. Oremos...
-                 Para que toda la humanidad avance en el camino de la paz, la justicia y el respeto a los derechos humanos. Oremos...
-                 Para que las desigualdades y las injusticias sociales nos hagan ver la necesidad de transformar nuestra sociedad, haciéndola conforme al Reino de Dios. Oremos...
-                 Para que cesen el hambre, la pobreza, la discriminación, la explotación, la guerra, la violencia. Oremos...
-                 Para nos esforcemos en tener un conocimiento cada día más profundo de las Escrituras que nos lleve a sentir más cercano a Dios y a ser más solidarios con los hermanos. Oremos...
-                 Para que nuestra comunidad viva la Eucaristía de manera que nos lleve a mayores exigencias y compromisos. Oremos...

Oración comunitaria

          Dios Padre nuestro: te rogamos que tus hijos e hijas nos llenemos de gozo y esperanza al celebrar el triunfo pascual de Jesús. Que este gozo nos fortalezca para permanecer fieles al amor y a la Justicia, seguros de que también triunfarán. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

          Te invocamos, Fuerza y Misterio del Universo, a quien reconocemos como energía original, Padre y Madre, Dios Universal. Nosotros creemos que en Jesús de Nazaret, y en los maestros espirituales de todas las religiones del mundo, Tú has salido al encuentro de la humanidad, para hacernos entrever el misterio inescrutable en que vivimos, nos movemos y hacia el que caminamos. Respetuosos con tu silencio, expresamos nuestro deseo de contribuir a que todo ser humano descubra que Tú eres Vida y nos llamas a la Vida. Te lo expresamos caminando tras los pasos de Jesús de Nazaret, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.


2014-04-27

Apas02_FeAdulta: DE PALACIOS, CATEDRALES Y FAVELAS (20140427)

Fe Adulta: DE PALACIOS, CATEDRALES Y FAVELAS
23 de abril de 2014

Con la alegría de la Pascua entre pecho y espalda, abordamos un largo período festivo. Que le saquemos provecho.

Jesús se hace presente en la 'celebración dominical' de los discípulos.






Pero aún queda espacio para otros diversos temas…

  • José Sánchez Luque: Dos nuevos santos. "El Señor no nos quiere príncipes que se esconden ante los problemas y se encierran en su comodidad. Porque la comodidad no es más que un lento suicidio" (Papa Francisco).
  • Francisco y Juan XXIII. Una amable comparativa entre los dos papas que explica el historiador y escritor Marco Roncalli, sobrino-nieto de Juan XXIII. Va en Noticias de alcance.
  • Sandra Hojman: De sangre y viento. Animados por la sangre que se derrama para fecundar, celebramos la fiesta de la Vida en abundancia que trasciende todas las barreras.
  • Leonardo Boff: La paz perenne con la naturaleza y la Madre Tierra. Todo compone una grandiosa sinfonía cuyo  maestro es el propio Creador; todas las cosas están animadas y personalizadas. 
  • Juan José Tamayo: El cristianismo de María Magdalena. María Magdalena ha sido llamada Apóstol de los Apóstoles, fue la primera que encontró a Jesús resucitado, la primera en tener esa experiencia Pascual.
  • José Luís Sicre: La oración de Jesús. Una charla pronunciada el pasado Jueves Santo sobre la oración del judío piadoso en tiempos de Jesús y la práctica de la oración y las oraciones del propio Jesús. [Seguirán dos charlas más en las próximas semanas].
  • Convencimiento. Teresa Parodi. La vida llama a mi puerta, me está llamando. La vida empuja mis pasos me está empujando, me pide manos tendidas, me pide tanto…
  • Entrevista con Covadonga Orejas en Religion Digital. "No hay nada que pueda justificar que la gente muera en la frontera". Ya sabemos el camino: debajo de la foto del Papa, hacer clic sobre la imagen…


Creo que no me olvido de nada. Ah, sí. El equipo Quiero ver se hace querer ver esta semana. Atentos a Multimedia 1 que allí se dejarán ver… Con un fuerte abrazo, gracias por leernos y hasta la semana que viene.

Rafael Calvo

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Apas02_Cosme2014: El resucitado crea la comunidad para la misión (Hech2, 42ss)

Apas02Cosme - 26 de abril de 2014

El resucitado crea la comunidad para la misión
  • Hch 2,42-47: Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común
  • Salmo responsorial 117: Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia
  • 1Pe 1,3-9: Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva
  • Jn 20,19-31: A los ocho días, llegó Jesús (Paz, Envío-ES y Tomás)


Es muy significativo que los creyentes en Jesús acostumbramos vivir nuestra fé en forma individual: poco nos reunimos para escuchar la Palabra, poco nos reunimos espontáneamente para hacer oración, y ayudarnos en nuestras necesidades. Pocas personas se toman en serio la misión de continuar la obra del Resucitado, construyendo con hechos y palabras el Reinado de Dios. Damos mucho más importancia a la imagen que presentamos ante los demás, que a la imagen del Crucificado que ha resucitado y está vivo y presente entre nosotros.

El libro de los Hechos se escribe por el año 80 de nuestra era, momento en el que ya han desaparecido aquellos que fueron testigos del encuentro con Jesús resucitado: no hay más testigos oculares. Para mantener el rumbo del camino iniciado por Jesús, para que las nuevas comunidades puedan seguir la pista, el autor recoge las tradiciones sobre la Iglesia en diferentes comunidades. En el libro de los Hechos descubrimos una Iglesia conducida por el Espíritu, una Iglesia misionera, una Iglesia que se estructura en pequeñas comunidades

El texto de hoy nos presenta como modelo de Iglesia, la comunidad de Jerusalén. Está formada por aquellos que aceptaron el misterio pascual de Jesús: su muerte y resurrección. Ellos se reúnen para escuchar la Palabra de Jesús, para la oración, para la fracción del pan (Eucaristía) y se distinguen de los demás por su unidad y su vida compartida.

El evangelio de Juan se escribe por el año 90 y recoge tradiciones de varias comunidades; quiere responder a los problemas de una comunidad, que desde el año 80, ha sufrido una persecución acérrima por parte de los dirigentes de la religión judía. Esto los ha llenado de miedo y se encuentran encerrados y han abandonado la misión que Jesús recibió del Padre. El autor recuerda a estos discípulos la experiencia de los discípulos de Jesús después de su muerte; la forma en que Jesús se presenta ante ellos y les desea la paz. Se identifica ante ellos mostrando sus manos y su costado, señal de que él sigue siendo sacrificado en aquellos que son  masacrados por denunciar una sociedad de injusticia y desigualdad. Jesús les concede el don del Espíritu Santo para que tengan luz y fortaleza, les recuerda que El trajo una misión del Padre y que a ellos les toca, ahora, continuar con la misión

Creer en Jesús resucitado significa para nosotros dejar el individualismo y reunirnos con otros creyentes para escuchar y meditar juntos la Palabra, para dialogar (escuchar y responder) a Dios, y para construir la unidad en la hermandad.

Creer en Jesús resucitado significa para nosotros vencer el miedo, crear la confianza en los demás y abrirnos a los que son diferentes, para, juntos, construir un mundo de paz.

Creer en Jesús resucitado significa para nosotros trabajar por un mundo mejor: de justicia y solidaridad más que preocuparnos por ser una Iglesia tiene una bella imagen.

Creer en Jesús resucitado significa para nosotros tomar conciencia de la misión, de seguir construyendo el Reinado de Dios, saliendo del encerramiento en el templo y haciéndonos presentes ahí donde el sufrimiento reclama nuestra presencia.

Cosme Carlos Ríos

Abril 26 del 2014


2014-04-22

Apas02, SBL_Jn20:19-31: A los ocho días, llegó Jesús (Paz, Envío-ES y Tomás)

Servicio Bíblico Latinoamericano
2º Domingo de Pascua - 27 de abril de 2014
Nuestra Señora de Montserrat
Pedro Armengol, religioso (1304)

Hch 2,42-47: Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común
Salmo responsorial 117: Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia
1Pe 1,3-9: Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva
Jn 20,19-31: A los ocho días, llegó Jesús (Paz, Envío-ES y Tomás)


Si la resurrección de Jesús no tuviera efecto alguno en la vida del discípulo, es decir, si la Resurrección no tuviera como sentido final la re-creación del ser humano y por tanto la re-creación de un nuevo orden, entonces eso de la Resurrección de Jesús no habría pasado de ser un asunto particular entre el Padre y su Hijo. Pero, como la resurrección de Jesús es la base y fundamento de una comunidad y el horizonte hacia el cual tiende toda la creación, por eso, tanto el evangelio de hoy como la primera lectura de Hechos, tratan de iluminarnos sobre cuál es ese horizonte y cuáles, por tanto, son los efectos inmediatos, reales y concretos de la Resurrección.
Las fallas, los tropiezos y las caídas en el proceso de construcción de una comunidad igualitaria y justa no hay que verlos como la demostración de que no se puede lograr esa construcción; esos aspectos negativos se pueden percibir como el signo de que ciertamente no es fácil, pero en todo caso no es imposible, máxime si hay plena conciencia de que ése es el proyecto de Dios y que por ese proyecto Jesús hasta derramó su sangre y entregó su vida. Pero, también por ese proyecto, el Padre lo resucitó, para que quienes confesamos ser seguidores suyos veamos si nos comprometemos o no con ese “su” proyecto que él quiere compartir con nosotros y que ciertamente él respalda y acompaña en todo momento. Ese es el principal sentido de la Resurrección y eso es lo que los discípulos no entienden de manera inmediata.
Justamente el evangelio de hoy nos da la pista para entender que el descubrimiento de los efectos y alcances de la resurrección de Jesús no se comprenden rápidamente, de un momento a otro. Aunque los dos discípulos han comprobado que Jesús “no está” en la tumba y una vez que María Magdalena les anuncia que Jesús está vivo y que ha hablado con él (cf. Jn 20, 1-18), los discípulos siguen encerrados. Dos veces en el pasaje de hoy escuchamos estas dos expresiones, “los discípulos estaban con las puertas bien cerradas” (v.19) y “ocho días después los discípulos continuaban reunidos en su casa” (v. 26), lo cual es signo de que esto es un proceso de maduración de la fe. No nos dice el evangelista que los discípulos “no creyeran” en el Resucitado; con excepción de Tomás, todos lo habían visto y creían en él; pero una cosa es creer y otra abrirse a las implicaciones que tiene la fe, y ese es el proceso que le toma a la comunidad de discípulos un buen tiempo, tiempo por demás en el que Jesús, con toda paciencia y comprensión, está ahí cercano, acompañando, animando y ayudando a madurar la fe de cada discípulo.
Tal vez a nosotros, como creyentes de este tiempo, nos hace falta madurar aún mucho más el aspecto de la fe; tal vez nuestros conceptos tradicionales aprendidos sobre Jesús y su evangelio no nos permiten ver con claridad cuál es el horizonte de esa fe cristiana que confesamos tan folclóricamente y que, por tanto, no impacta a nadie. Valdría la pena hacer el ejercicio de desaprender; vaciar completamente nuestro ser, nuestro corazón, hacer lo de Tomás, viendo el caso de Tomás desde la óptica más positiva, claro está; es decir, si no lo juzgamos de entrada como “el incrédulo”, sino como el que quiere creer y poner en práctica su fe, pero que desde su vacío interior necesita ser llenado por la presencia de su Señor. Éste es el camino que estamos llamados nosotros hoy a recorrer.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 128 de la serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/), de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «Lo que hemos visto y oído». 

Para la revisión de vida

          La historia de Tomás quiere enseñarnos que no era más fácil creer en Jesús por haber sido contemporáneo suyo, y que los que crean sin haber visto serán dichosos. ¿De verdad siento yo en mi vida la alegría de creer? ¿Vivo mi fe como fuente de gozo, o la veo a veces como una carga más o menos pesada?

Para la reunión de grupo

-                 Tomás no cree, porque no ve. Y cuando llega a ver, ya cree... ¿Es posible «creer» cuando ya «se ve»? La vieja definición del catecismo decía que «fe es creer lo que no se ve». ¿Quién tiene la razón?
-                 ¿Qué relación (semejanzas, diferencias...) hay entre la fe humana (creer a alguien) y la fe religiosa (creer en Dios)? ¿Creemos «a» Dios, o «en» Dios?
-                 En una visión de conjunto, Lucas nos presenta lo fundamental de la Comunidad cristiana de todos los tiempos: escuchar la Palabra, participar en la «fracción del pan» (=Eucaristía), oración y vida en común. Hoy día, en bastantes regiones de la Iglesia Católica, el 80% de los fieles no puede participar en la eucaristía semanal por falta de sacerdote, y no hay ministros ordenados suficientes porque sólo se admite al mismo a personas que tengan simultáneamente vocación al celibato, y que sean varones. ¿Qué reflexiones nos sugiere esta situación?
-                 Si se tiene posibilidad de conseguirlo, hacer un círculo de estudio o un debate en torno al libro de Jesús EQUIZA, La Eucaristía, ¿privilegio del clero o derecho de la comunidad?, Editorial Nueva Utopía (fax: 34-91-44.545.44), Madrid 2001 segunda edición, 201 pp.

Para la oración de los fieles

-                 Para que la Iglesia sea más la Comunidad que vive y anuncia el Evangelio, que un grupo con fuerza social. Roguemos al Señor.
-                 Para que todos los pueblos avancen por los caminos de la justicia, la paz y la igualdad entre todas las personas. Roguemos...
-                 Para que nunca perdamos la esperanza ante las dificultades de la vida, y seamos siempre conscientes de que el Amor de Dios es más fuerte que la muerte. Roguemos...
-                 Para que el Señor aumente cada día nuestra fe y nuestra confianza en El, y sepamos descubrir los mil gestos de su amor que a diario se producen a nuestro alrededor. Roguemos...
-                 Para que nuestra solidaridad con los pobres y oprimidos de la sociedad anime su esperanza. Roguemos...
-                 Para que todos nosotros vivamos nuestra fe en Cristo resucitado en una Comunidad que comparta lo que es y lo que tiene. Roguemos...

Oración comunitaria

          Dios, Padre nuestro, que llenas cada año nuestro corazón de gozo y alegría con las fiestas pascuales; haz que nuestra fe no vacile, que nuestra vida sea siempre coherente con esa fe, y que trabajemos siempre por tu Reino, sabiendo que al construirlo ya lo estamos viviendo. Nosotros te lo pedimos gracias a Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

2014-04-15

Ass_triduo, FeAdulta, La espiritualidad, forma de vida (20140417-20)

La espiritualidad, forma de vida
amigos de feadulta
15 de abril de 2014

Amigas y amigos,
Afrontamos una gran semana. Cuatro importantes celebraciones, en cuatro días, reclaman nuestra atención. Disponed a vuestro antojo de todo este material que han preparado nuestros colaboradores.



El pasaje evangélico y lo subsiguiente se multiplica.

Algo más, que parece distinto pero pertenece al mismo Reino.

Y aquí se acaban las novedades. Queda lo de siempre, mucho cariño mutuo. En un abrazo,
Rafael Calvo

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Apas01, SBL, Jn 20,1-9: Él había de resucitar de entre los muertos (20140420)

Servicio Bíblico Latinoamericano
Domingo de Pascua - 20 de abril de 2014
Inés de Montepulciano, religiosa (1317)

Hch 10,34-43: Nosotros hemos comido y bebido con él después de su resurrección
Salmo responsorial 117: Este es el día en que actuó el Señor sea nuestra alegría y nuestro gozo
Col 3,1-4: Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo
Jn 20,1-9: Él había de resucitar de entre los muertos



A) Primer comentario

Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquél que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.
Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.

El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.
La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.
La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.
Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.
Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.
Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.

El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net 


B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»

Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación que encabeza este apartado.

Lo que no es la resurrección de Jesús
Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho "histórico", con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, "sienten vivo" al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección.
La resurrección de Jesús no tiene parecido alguno con la "reviviscencia" de Lázaro. La de Jesús no consistió en la vuelta a esta vida, ni en la reanimación de un cadáver (de hecho, en teoría, no repugnaría creer en la resurrección de Jesús aunque hubiera quedado su cadáver entre nosotros, porque el cuerpo resucitado no es, sin más, el cadáver). La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.
Importa recalcar este aspecto para darnos cuenta de que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un "mito", como ocurre en tantas religiones, que tienen mitos de resurrección. Nuestra afirmación de la resurrección no tiene por objeto un hecho físico sino una verdad de fe con un sentido muy profundo, que es el que queremos desentrañar.

La "buena noticia" de la resurrección fue conflictiva
Una primera lectura de los Hechos de los Apóstoles suscita una cierta extrañeza: ¿por qué la noticia de la resurrección suscitó la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran en aquel mundo religioso menos infrecuentes y extrañas que entre nosotros. A nadie hubiera tenido que ofender en principio la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios. Sin embargo, la resurrección de Jesús fue recibida con una agresividad extrema por parte de las autoridades judías. Hace pensar el fuerte contraste con la situación actual: hoy día nadie se irrita al escuchar esa noticia. ¿La resurrección de Jesús ahora suscita indiferencia? ¿Por qué esa diferencia? ¿Será que no anunciamos la misma resurrección, o que no anunciamos lo mismo en el anuncio de la resurrección de Jesús?
Leyendo más atentamente los Hechos de los Apóstoles ya se da uno cuenta de que el anuncio mismo que hacían los apóstoles tenía un aire polémico: anunciaban la resurrección "de ese Jesús a quien ustedes crucificaron". Es decir, no anunciaban la resurrección en abstracto, como si la resurrección de Jesús fuese simplemente la afirmación de la prolongación de la vida humana tras la muerte. Tampoco estaban anunciando la resurrección de un alguien cualquiera, como si lo que importara fuera simplemente que un ser humano, cualquiera que fuese, había traspasado las puertas de la muerte.

El crucificado es el resucitado
Los apóstoles no anunciaban una resurrección muy concreta: la de aquel hombre llamado Jesús, a quien las autoridades civiles y religiosas habían rechazado, excomulgado y condenado.
Cuando Jesús fue atacado por las autoridades, se encontró solo. Sus discípulos lo abandonaron, y Dios mismo guardó silencio, como si estuviera de acuerdo. Todo pareció concluir con su crucifixión. Todos se dispersaron y quisieron olvidar.
Pero ahí ocurrió algo. Una experiencia nueva y poderosa se les impuso: sintieron que estaba vivo. Les invadió una certeza extraña: que Dios sacaba la cara por Jesús, y se empeñaba en reivindicar su nombre y su honra. "Jesús está vivo, no pudieron hundirlo en la muerte. Dios lo ha resucitado, lo ha sentado a su derecha misma, confirmando la veracidad y el valor de su vida, de su palabra, de su Causa. Jesús tenía razón, y no la tenían los que lo expulsaron de este mundo y despreciaron su Causa. Dios está de parte de Jesús, Dios respalda la Causa del Crucificado. El Crucificado ha resucitado, !vive!
Y esto era lo que verdaderamente irritó a las autoridades judías: Jesús les irritó estando vivo, y les irritó igualmente estando resucitado. También a ellas, lo que les irritaba no era el hecho físico mismo de una resurrección, que un ser humano muera o resucite; lo que no podían tolerar era pensar que la Causa de Jesús, su proyecto, su utopía, que tan peligrosa habían considerado en vida de Jesús y que ya creían enterrada, volviera a ponerse en pie, resucitara. Y no podían aceptar que Dios estuviera sacando la cara por aquel crucificado condenado y excomulgado. Ellos creían en otro Dios.

Creer con la fe de Jesús
Pero los discípulos, que redescubrieron en Jesús el rostro de Dios (como Dios de Jesús) comprendieron que Jesús era el Hijo, el Señor, la Verdad, el Camino, la Vida, el Alfa, la Omega. La muerte no tenía ningún poder sobre él. Estaba vivo. Había resucitado. Y no podían sino confesarlo y "seguirlo", "persiguiendo su Causa", obedeciendo a Dios antes que a los hombres, aunque costase la muerte.
Creer en la resurrección no era pues para ellos una afirmación de un hecho físico-histórico que sucedió o no, ni una verdad teórica abstracta (la vida postmortal), sino la afirmación contundente de la validez suprema de la Causa de Jesús, a la altura misma de Dios (a la derecha del Padre), por la que es necesario vivir y luchar hasta dar la vida.
Creer en la resurrección de Jesús es creer que su palabra, su proyecto y su Causa (!el Reino!) expresan el valor fundamental de nuestra vida.
Y si nuestra fe reproduce realmente la fe de Jesús (su visión de la vida, su opción ante la historia, su actitud ante los pobres y ante los poderes... será tan conflictiva como lo fue en la predicación de los apóstoles o en la vida misma de Jesús.
En cambio, si la resurrección de Jesús la reducimos a un símbolo universal de vida postmortal, o a la simple afirmación de la vida sobre la muerte, o a un hecho físico-histórico que ocurrió hace veinte siglos... entonces esa resurrección queda vaciada del contenido que tuvo en Jesús y ya no dice nada a nadie, ni irrita a los poderes de este mundo, o incluso desmoviliza en el camino por la Causa de Jesús.
Lo importante no es creer en Jesús, sino creer como Jesús. No es tener fe en Jesús, sino tener la fe de Jesús: su actitud ante la historia, su opción por los pobres, su propuesta, su lucha decidida, su Causa...
Creer lúcidamente en Jesús en esta América Latina, o en este Occidente llamado "cristiano", donde la noticia de su resurrección ya no irrita a tantos que invocan su nombre para justificar incluso las actitudes contrarias a las que tuvo él, implica volver a descubrir al Jesús histórico y el sentido de la fe en la resurrección.
Creyendo con esa fe de Jesús, las "cosas de arriba" y las de la tierra no son ya dos direcciones opuestas, ni siquiera distintas. Las "cosas de arriba" son la Tierra Nueva que está injertada ya aquí abajo. Hay que hacerla nacer en el doloroso parto de la Historia, sabiendo que nunca será fruto adecuado de nuestra planificación sino don gratuito de Aquel que viene. Buscar "las cosas de arriba" no es esperar pasivamente que suene la hora escatológica (que ya sonó en la resurrección de Jesús) sino hacer realidad en nuestro mundo el Reinado del Resucitado y su Causa: Reino de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.


C) Y una nota para lectores críticos

La homilía de la vigilia pascual o la de la misa del domingo de Pascua no son la mejor ocasión para dar en síntesis un curso teología sobre el tema de la resurrección, pero sí son un momento oportuno para caer en la cuenta de la necesidad de darnos una sacudida en este tema teológico.
Por una parte, el ambiente litúrgico es tal que permite al «orador sagrado» elaborar libremente su discurso, sin temor a ser interrumpido, ni cuestionado ni siquiera solicitado por sus oyentes para una explicación más amplia. Lo que él diga, por muy abstracto, complicado o inverosímil que sea, va a ser aceptado por los asistentes con una actitud de piadosa acogida, o al menos de silencio respetuoso. No le va a ser necesario «justificar» lo que dice, ni explicarlo de un modo exigente, porque en la celebración litúrgica a veces la palabra tiene un valor ritual, al margen de su contenido real, razón por la que muchos oyentes «se desconectan» mentalmente, pues están conscientes de no estar recibiendo un mensaje interpelador real.
Éste es un gran peligro para todo agente de pastoral: la utilización de fórmulas fáciles, abstractas, solemnes, que no evangelizan, porque no tratan de dar razón de la fe y de hacerla inteligible –hasta donde se puede-, sino de cumplir un rito.
Por otra parte, el tema concreto de la resurrección es un tema que está sufriendo en los últimos tiempos una profunda revisión. Algunos teólogos hablan de un «cambio de paradigma»: no se trataría de cambios en detalles, sino de una comprensión radicalmente nueva del conjunto.
No hay que olvidar que venimos de un tiempo en el que la Resurrección estaba ausente del horizonte de comprensión de la salvación: ésta se jugaba el viernes santo, en la muerte de Jesús; y ahí concluía el drama de nuestra salvación; la resurrección era sólo un apéndice añadido, como para dejar buen sabor de boca. Los mayores de entre nosotros pueden recordar que antes de la reforma de la liturgia de la semana santa de Pío XII, la vigilia pascual había sido olvidada. Los manuales de teología por su parte casi no la contemplaban (cfr por ejemplo, la Sacrae Theologiae Summa, en 3 volúmenes, de la BAC, Madrid, 1956, que de sus 326 páginas dedica menos de una a la resurrección). El libro de F. X. DURWELL, La resurrección de Jesús, misterio de salvación (Herder, Barcelona), fue el libro clave de la renovación de la comprensión teológico-bíblica de la resurrección a partir de los años 60. El Concilio Vaticano II restituyó el misterio pascual en el centro de la liturgia. Y a partir de ahí, se puede decir que hemos vivido de rentas, dejando el tema de la resurrección en el desván de nuestras creencias intocadas, mientras nuestra cultura y nuestra antropología han ido evolucionando sin detenerse… ¿No notamos el desajuste?
Nos han preocupado otros temas más «urgentes y prácticos». Nuestro pueblo sencillo (y cuántos de nosotros) no sabría dar razón convincente ni convencida de lo que cree acerca tanto de la resurrección de Jesús como de la nuestra.
Respecto a la de Jesús, la mayor parte de nosotros todavía piensa la resurrección de Jesús como un hecho «físico milagroso». La fuerza imaginativa de las narraciones de las apariciones es tan fuerte, que cuando las proclamamos en las lecturas litúrgicas (o cuando nos referimos a ellas en las homilías) para la mayoría de los cristianos pasan por literalmente históricas. El hecho físico histórico de las apariciones, junto con el sepulcro vacío, la desaparición del cadáver de Jesús, y el testimonio de los testigos privilegiados que lo «vieron» redivivo y comieron con él… es tenido como la prueba máxima de la veracidad de nuestra fe. La resurrección puede acabar siendo un mito anacrónico, momificado en las vendas de conceptos o figuras que pertenecen a una cultura irremediablemente pasada en aspectos fundamentales. Pero la teología actual representa un cambio literalmente espectacular respecto a la teología de ayer mismo.
Baste pensar lo siguiente: «se ha eliminado todo rastro de concebir la resurrección como la ‘revivificación’ de un cadáver, se insiste en su carácter incluso no milagroso y no histórico (en cuanto no empíricamente constatable), y son cada vez más los teólogos –incluso moderados- que afirman que la fe en la resurrección no depende de la permanencia o no del cadáver de Jesús en el sepulcro, cuando no afirman expresamente tal permanencia. Y es de prever que la permanencia del cadáver no tardará en ser opinión unánime» (Queiruga).
«Hoy se toma en serio el carácter trascendente, es decir, no mundano y no espacio-temporal de la resurrección, por lo que resulta absurdo tomar a la letra datos o escenas sólo posibles para una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo y agarrar al resucitado, o imaginarle comiendo… son pinturas de innegable corte mitológico, que hoy nos resultan sencillamente impensables. (Para la Ascensión ya se ha asumido generalmente que, tomada a la letra, sería un puro absurdo). No es que las apariciones sean verdad o mentira, sino que carece de sentido hablar de la percepción empírica de una realidad trascendente. No se puede ver al resucitado por la misma razón que no se puede ver a Dios, con quien se ha identificado en comunión total y gloriosa. Si alguien dice que lo ha ‘visto’ o ‘tocado’ no tiene por qué mentir, pero habla de una experiencia subjetiva, como cuando muchos santos dicen haber visto o tenido en sus brazos al Niño Jesús: son sinceros, pero eso no es posible, sencillamente porque el ‘Niño Jesús’ no existe» (Queiruga).
No podemos extendernos más. Sólo queríamos dar provocativamente una saludable «sacudida» a nuestra fe en la resurrección, llamando la atención sobre la necesidad de no dejarla dormir beatíficamente el sueño de los justos, y de afrontar seriamente su actualización teológica. Por nuestra parte, en los Servicios Koinonía, concretamente en la RELaT (Revista Electrónica Latinoamericana de Teología), hemos puesto en línea el epílogo del libro «Repensar la Resurrección», de Andrés TORRES QUEIRUGA (http://servicioskoinonia.org/relat/321.htm), epílogo que resume el libro y que invita a afrontar esa actualización. Recomendado asumir el tema en la comunidad cristiana como una actividad formativa de actualización teológica.
Insistimos en que no es un buen servicio evangelizador el mantener al pueblo cristiano ignorante respecto a la actualización de la comprensión de la resurrección que se están dando en la exégesis y en la teología, y que no hace bien el agente de pastoral que se limita a repetir las sonoras afirmaciones de siempre sobre la resurrección, y refiriéndose a las apariciones dando a entender a sus oyentes que se trata de datos históricos indubitables no necesitados de interpretación… Según las estadísticas, no son pocas las personas cristianas que no creen en la resurrección; sin duda, algo tiene que ver con ello el hecho de que carecemos de una interpretación teológica actualizada respecto a este elemento capital de nuestra fe, momificado en las vendas de unas descripciones y supuestos con los que una persona culta de hoy no puede comulgar. La evangelización desactualizada puede convertirse en factor ateizante. 

Para la revisión de vida

          ¿He vivido esta Semana Santa como el camino que es a la resurrección y a la vida eterna? ¿He apostado por la Vida, en mi vida? Trataré de dedicar un tiempo de soledad e introspección para vivenciar personalmente esta fiesta religiosa que, dentro del cristianismo, es «la madre de las fiestas».

Para la reunión de grupo

-                 Dado que hoy es un día de fiesta que no suele permitir «reuniones de estudio», prescindimos de esta sección hoy.
-                  

Para la oración de los fieles

-                 Para que la Iglesia dé testimonio de la resurrección trabajando siempre en favor de la vida, y de una vida digna y justa. Oremos.
-                 Para que todos los pueblos avancen en el camino de libertad, la justicia y la paz. Oremos.
-                 Para que el esfuerzo personal y colectivo de todos los que buscan una persona más humana y una sociedad más justa y fraterna, no resulte estéril. Oremos.
-                 Para que todos los que sufren las secuelas de la opresión, la violencia y la injusticia, encuentren más apoyo en nosotros para salir de su situación. Oremos
-                 Para que nuestra fe en la resurrección nos haga perder todo miedo a la muerte y sus secuelas. Oremos
-                 Para que el gozo por la resurrección de Cristo nos afiance en nuestro compromiso con el Reino de Dios y su justicia. Oremos.

Oración comunitaria

          T Dios, nuestro Origen fontal, que nos llenas de gozo con ocasión de las fiestas anuales de Pascua. Ayúdanos para que, renovados por la gran alegría experimentada por la comunidad, trabajemos siempre por vencer a la muerte y hacer crecer la Vida, hasta que la experimentemos en su consumación plena. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, hermano nuestro.

          o bien

          Dios, Misterio eterno de Amor, Justicia y Fidelidad, que con tu poder, y con muchos signos ante la conciencia de sus discípulos, avalaste a Jesús de Nazaret tras la muerte que le infligieron sus perseguidores, para poner en claro que estabas de parte de él y que su Causa interpretaba tu misma Voluntad sobre el ser humano y sobre el mundo. Rescata también del sufrimiento, del olvido y de la muerte a tantos hombres y mujeres que, como Jesús, han dado la vida a lo largo de la historia en la defensa de otras tantas Causas como la suya, y haz de nosotros convencidos testigos anticipados del triunfo final de la Justicia, del Amor y de la Vida. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, hermano nuestro.

          Complementamos con este soneto de Pedro Casaldáliga: "Yo mismo Lo veré"

Y seremos nosotros, para siempre,
como eres Tú el que fuiste, en nuestra tierra,
hijo de la María y de la Muerte,
compañero de todos los caminos.

Seremos lo que somos, para siempre,
pero gloriosamente restaurados,
como son tuyas esas cinco llagas,
imprescriptiblemente gloriosas.

Como eres Tú el que fuiste, humano, hermano,
exactamente igual al que moriste,
Jesús, el mismo y totalmente otro,

así seremos para siempre, exactos,
lo que fuimos y somos y seremos,
¡otros del todo, pero tan nosotros!