Hoy la Iglesia celebra en su liturgia la
solemnidad de los santos Pedro y Pablo, columnas y apóstoles de la Iglesia.
En la primera lectura nos encontramos con el
relato de la liberación de Pedro de la cárcel por obra de un ángel enviado por
Dios. Eran tiempos de una persecución devastadora contra aquéllos que habían
decidido seguir a Jesús, el Hijo de Dios; tanto así que este tiempo será
recordado como la era de oro de la Iglesia, pues incontables mártires, niños y
niñas, jóvenes y adultos, dieron testimonio con su sangre de la verdad de
Cristo, al no aceptar la religión del imperio romano ni apostatar de su fe en
el Señor Jesús.
En la segunda lectura nos encontramos con un
pasaje de la despedida del apóstol Pablo a su discípulo amado Timoteo, en el
cual le exhorta a dar un buen combate en la fe tal como lo ha hecho él, sin
importarle las consecuencias que traiga consigo semejante actitud. Reconoce el
apóstol que su fe está puesta en Cristo, quien lo fortalece en los momentos en
que se encuentra prisionero en Roma, a la expectativa de lo que vayan a hacer
con su vida. Espera la corona merecida y seguirá confiando hasta el final en el
Señor, pues él lo seguirá librando de todo mal.
La fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo ofrece la ocasión para
reflexionar, a partir del texto
evangélico propuesto, sobre la confesión de fe como forma de construcción
de la Iglesia.
El relato consta de una doble pregunta de Jesús a sus discípulos con
su correspondiente respuesta (vv. 13-16) y de la bienaventuranza de Simón (vv.
17-19).
Las preguntas y respuestas sirven para la separación de dos categorías
de personas, según la evaluación que hagan sobre Jesús. De una parte tenemos a
la «gente», de la otra a «los discípulos». La gente o «los seres humanos» no
captan el sentido auténtico de la actividad de Jesús. Su opinión lo coloca en
continuidad con personajes del pasado: Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno
de los profetas. Como Herodes en Mt 14,2 esta valoración puede estar
entremezclada de elementos desfavorables.
Por el contrario los discípulos, de quienes Pedro es portavoz, han
captado el verdadero significado de la actuación de Jesús. No solamente
confiesan que es el Mesías esperado sino también que su mesianismo se origina
en su filiación divina, condición que le posibilita transmitir la Vida de Dios,
a diferencia de los ídolos muertos. El «Hijo de Dios vivo» se ha hecho presente
en la vida de la humanidad, en una comunidad que lo reconoce el «Dios con nosotros»
(cf Mt 1,23; 28,20).
Este reconocimiento recibe, a su vez, la proclamación de felicidad y
dicha que hace Jesús respecto a sus seguidores de los que Pedro, gracias a su
fe, se ha convertido en prototipo e imagen. Frente a la opinión de la gente,
Pedro ha aceptado la revelación del Padre a los sencillos y humildes.
La originalidad de su confesión hace de Pedro y de sus compañeros,
mensajeros de la fe en medio de un mundo hostil. Más allá de la historicidad
sobre el nombre de su padre (aquí, hijo de Jonás, en Juan 21,15 hijo de Juan),
en él se pueden detectar los rasgos de Jonás, el profeta que debió llevar la
Palabra de Dios a la ciudad hostil y que, en ese intento, corrió el riesgo de
ser sumergido en el mar (cf 14,30) y fue liberado de ese peligro mortal (cf
14,31).
En la Asamblea del desierto, Moisés recibió de Dios el don de la Ley
(Dt 9,10; 10,4 etc.). Aquí el discípulo recibe el don de la fe en Jesús que lo
convierte en elemento apto para la edificación de una nueva Asamblea, el Israel
mesiánico, constituida en torno a Jesús como la Asamblea del desierto se
constituía en torno a Moisés.
Se realiza entonces para la comunidad lo que se realizaba en el
individuo sensato que ha colocado su cimiento sobre la roca de las palabras de
Jesús (Mt 7,24-25). Los discípulos que adhieren a Jesús construyen una ciudad
inconmovible, a la que no pueden derrotar las fuerzas de la Muerte o del
Abismo.
Se crea de esta forma un espacio inexpugnable frente a las potencias
del mal, en el que los discípulos no son sólo cimiento sino también
administradores: A ellos se les han consignado las llaves y a ellos se les
consigna la función judicial de tomar la decisión de aceptar o no la entrada a
aquella ciudad: «Atar o desatar». Esta fórmula quiere significar una
participación de la comunidad en la autoridad de Jesús.
La proclamación de la fe en Jesús por parte de Pedro, prototipo de los
creyentes, es el cimiento inconmovible capaz de superar los embates de las
fuerzas del Mal actuantes en la historia humana. Los que la proclaman pueden
ofrecer asilo acogedor a quienes están amenazadas por aquellas fuerzas. Pueden
también negar ese asilo a los que rechazan el designio salvífico.
Para la revisión de vida
«¿Y ustedes, quién dicen que soy yo?». La
pregunta se dirige a la comunidad cristiana y a cada uno de sus miembros.
También a mí. La respuesta que yo dé, sentida desde dentro, como fruto de una
búsqueda personal, ésa es mi verdadera respuesta personal. Las formulaciones
ajenas, doctrinales, oficiales, institucionales... son menos importantes.
Para la reunión de grupo
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Buscar, encontrar, reunir «credos» o manifestaciones de fe. Lograr una
buena colección. Desde las más antiguas... a las más modernas, pasando por las
las oficiales... Comparar su lenguaje, las categorías que utilizan, su contenido...
Extraer conclusiones.
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«¿Y ustedes, quién dicen que soy yo?». En un primer tiempo de la
reunión en grupo, quizá con música religiosa de fondo, cada uno/a formula, en
una página, el contenido principal de su fe en Jesús: ¿quién es realmente Jesús
para mí? En un segundo momento, cada uno/a lo lee al grupo y lo comenta
brevemente; los oyentes anotan sus reacciones. En un tercer momento, cada uno/a
presenta al plenario sus reacciones, o preguntas más importantes que anotó.
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Escuchar el episodio 67 de la serie «Un tal Jesús», leer también el
comentario bíblico teológico que acompaña al guión, y hacer una reunión de
estudio sobre el tema.
Para la oración de los fieles
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Por la Humanidad, para que se una en defensa de la vida de todos los
seres humanos, especialmente de los más pequeños y humildes, de los marginados
y explotados, roguemos al Señor.
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Por todos los hombres y mujeres que habitamos esta casa común que es
el planeta: para que como "hermanos mayores" de todas las criaturas
asumamos el cuidado de la creación con amor, con ternura incluso, con
responsabilidad, roguemos al Señor.
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Por todas las religiones de la humanidad, para que comprendan que
todas ellas son destellos únicos del Dios único, y que el "Dios de todos
los nombres" quiere la paz y la armonía entre todas las religiones de la
tierra, roguemos al Señor.
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Para que las religiones de la humanidad comprendan que el Dios de la
Vida las quiere a todas en una alianza macroecuménica, rindiéndole el culto del
cuidado de la vida de la naturaleza y del ser humano, roguemos al Señor.
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Por nuestra Iglesia católica, para que haga su aportación específica a
este concierto universal según la voluntad de Dios, roguemos al Señor.
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Por esta comunidad nuestra, para que reviva su vida comunitaria con el
compromiso por la defensa y la promoción de la Vida, roguemos al Señor.
Oración comunitaria
Dios nuestro, Padre y Madre de la Humanidad y
de la Materia Santa que constituye este Cosmos maravilloso en expansión...
Admiramos y comulgamos profundamente el misterio que revela y transpira este
Cosmos universal. En Jesús nosotros los cristianos hemos experimentado una
densidad mayor de tu presencia, que cada día sentimos ampliarse sin límites,
por el despliegue que el Universo realiza ante nosotros, incesantemente.
Queremos mantenernos en un silencio contemplativo, de acogida y adhesión, y
renovamos nuestra comunión universal, contigo, con nuestros hermanos y con toda
la realidad. Como, a su forma, hizo también Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
Por los siglos de los siglos. Amén.